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Alonso de Fonseca, líos en la Corte de Enrique IV y un jirón de Italia en Coca

Redacción




Enrique de Diego.

Año 1468 de la Encarnación de Nuestro Señor.

Pareció a todos que la concordia matrimonial se estableció, y se aseguró el trono para su hija, cuando Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, señor de Coca y Alaejos, tomó la preeminencia en la Corte. Era Alonso de Fonseca hombre de fina sensibilidad y exquisitos gustos, aficionado al arte refinado.

Sobre los cimientos de la estratégica fortaleza romana -en Coca nació el emperador romano Teodosio el Grande-Fonseca había levantado un espléndido castillo conjuntando eficacia y belleza: sólidas defensas con gruesos muros; ancho foso; amplios caminos de ronda y garitones, bien servidos de piezas de artillería; pero también elegante trabajo de filigrana en las alemanas con el ocre ladillo a mano de artistas mudéjares. La edificación era una proyección de la personalidad del arzobispo cuyo carácter fuerte estaba abierto a los matices de la diplomacia y las soluciones de compromiso.

Cuando Fonseca propuso la boda de Alfonso, hermano mayor de Isabel, y Juana, la que sería la heredera del trono. fue como dar el tajo al nudo gordiano. Eclipsó a todos en medio de elocuentes silencios de admiración, pero para abrir los nuevos tiempos recurrió al ardiz de los antiguos: la preeminencia alcanzada había de ser sellada con la presencia en su señorío de algún miembro de la familia real. Ni Enrique ni Juana de Portugal tenían inconveniente en separarse por una temporada.

La marcha de la reina hacia Coca fue precedida por un fastuoso banquete redondeado al final con fastuosos regalos. Irrumpieron los pajes del arzobispo entre los comensales ofreciendo a las damas bandejas de plata repletos de anillos, pendientes, collares y elaboradas muestras de orfebrería con gemas preciosas. El revuelo de excitación nerviosa entre la nutrida presencia femenina, se manifestó en un rumor de admiraciones y estalló en un fuerte aplauso, iniciado con jovial entusiasmo por la reina.

-Ha sido un gesto espléndido. Estoy encantado de ser huésped de tal anfitrión. Bien se ve que sabéis tratar a las damas.

Abundaban en las bandejas los anillos de oro, al gusto clásico, segmentados en contrarios, moldurados en la cara externa y lisos en el interior, con esmeraldas, rubíes, crisolitos, amatistas. Sobresalían collares de peces esmaltados con cadenas de eslabones y chorreras de perlas, así como brincos de lagartillos, con esmeraldas engastadas en las cuencas de los ojos.

Juana de Portugal.

Alfonso de Fonseca se mostró solícito con la reina Juana. Con frecuencia se les veía salir a caballo por los bosques de pinos que rodeaban la fortaleza de Coca. Organizó fiestas para mantener distraída a la reina y su sequito de livianas damas portuguesas. Pronto empezaron los dimes y diretes llegando a la calumnia pues daba la impresión de que el príncipe de la Iglesia pretendía los favores de la reina. Y aún peor: una nube de moscones cortesanos llegó revoloteando a la búsqueda de devaneos amorosos con las damas. Al fi y al cabo, Juana de Portugal llegó a Castilla con doce damas de noble linaje y deslumbradora belleza con las que había revolucionado la Corte castellana. Desenvueltas, perfumadísimas, envueltas en olores sensuales, acicaladas, generosas en mostrar sus manifiestos y deslumbrantes, con escotes llegando hasta el ombligo. Era cosa notoria que se daban blanquete desde los pies hasta lo alto de los muslos, porque al ir a montar o desmontar de sus cabalgaduras para mostrar lo más posible luciendo uniforme blancura. Entre ellas destacaba Guiomar de Castro.

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El arzobispo empezó a encontrar engorroso tanto frívolo mariposeo y trasladó a su invitada a si fortaleza de Alaejos bajo la custodia de su sobrino Pedro de Castilla.

Los jolgorios de Alaejos habían dado lugar a dictados  excéntricos en el vestir femenino pues la reina apareció con ropajes de desmesurada anchura. Imitada pronto por sus damas. Luego el nuevo estilo se impuso de forma general.

Ensanchaban los ropajes con aros duros, ocultos y cosidos bajo la tela, de forma que hasta las más flacas parecían matronas.

En Arévalo, al tiempo, murió Juan, envenenado, pues al comer su plato favorito, truchas empanadas, le entró un sueño espeso, perdió el habla y luego la consciencia. Se intentó la sangría pero estaba en sus venas la sangre coagulada. Sólo en la axila tenía sensibilidad . Nunca salió de aquel estado de postración. El 5 de julio exhaló su último suspiro.

Isabel vistió luto por el hermano tan querido, pero se sobrepuso y mostró determinación firme:

-Ahora soy la legítima heredera de la corona de Castilla.

El gesto de la infanta fue recibido sin preocupación en la Corte. Se interpretó como el clavo ardiendo al que necesitaban agarrarse los rebeldes que habían seguido la causa de Juan para buscar un pacto. Fueran cuales fueran las dudas levantadas sobre la legitimidad de la niña frente a un varón cabía la disputa, pero hija frente a hermanastra era cuestión para agostarse pronto.

Enrique IV.

Enrique IV se sentía seguro. Despachó mensajeros urgentes para que -pasado el riesgo- la reina Juana se reintegrara a la Corte en Segovia. Los mensajeros fueron a uña de caballo. Volvieron con las manos vacías:

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-La reina no viene, mi Señor.

-¿Por qué motivo? ¿Qué razón da? ¿Hasta cuándo retrasa su viaje?

Las preguntas de Enrique IV no encontraban respuesta clara. Los mensajes se hicieron apremiantes. Se pidieron explicaciones a Alfonso de Fonseca. El arzobispo dio la callada por respuesta no sabiendo qué contestar. ¿Será necesario hacer expedición para rescatar a Juana de Portugal de un hospedaje convertido en cautiverio? La Corte, sin noticias fidedignas, asistía estupefacta al trajín de correos.

A los requerimientos de Enrique, Juana trató luego de ganar tiempo pidiendo escoltas para volver. En el tira y afloja, como si se rasgara el velo del misterio, la reina con tres de sus damas salieron a uña de caballo con Pedro de Castilla hacia el cercano castillo de Cuéllar, para acogerse a la hospitalidad de Beltrán de la Cueva, lo cual fue un escándalo mayúsculo.

Castillo de Cuéllar.

En medio de la inquietud, la tormenta descargaba repleta de rayos y truenos iluminando el cielo todo.

¡La reina estaba embarazada! ¡La reina acompañada de su supuesto guardián, en realidad su amante y el padre del hijo que esperaban! ¡Juana de Portugal y Pedro de Castilla escondiendo el fruto de su pasión en el castillo del antiguo valido, al que la extendida maledicencia situaba como el primer amante y el padre real de Juana, por ello motejada La Beltraneja!

Beltrán de la Cueva mostró su disgusto con la delicada situación en la que se le había puesto, pasto de comadres, declarando que nunca le habían gustado las piernas de la reina por demasiado flacas.

El mazazo de la infidelidad de la madre -aún tendrá un segundo hijo con Pedro Castilla- lastró la legitimidad de la hija y en el Monasterio jerónimo de Guisando Enrique IV e Isabel firmaron el acuerdo por el que ésta era designada heredera de la Corona de Castilla.

Sepulcro de Alonso de Fonseca.

El sepulcro de Alfonso de Fonseca en la Iglesia de Santa María de Coca

Sepulcro de Fernando de Fonseca y Teresa de Ayala.

Alfonso de Fonseca y Ulloa murió en Coca el 14 de mayo de 1473. En la Iglesia gótica de Santa María de Coca se encuentra un sepulcro y el de otros miembros de su familia, encargados a Italia al gusto renacentista.

Detalle del sepulcro de Alfonso de Fonseca.

Impresiona el contraste de estilos de la Iglesia y los sepulcros que constituyen un jirón de Italia en la Castilla profunda. Están realizados en mármol de Carrara por los maestros escultores Doménico Fancelli y Bartolomé Ordóñez.