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La estupidez, el pánico inducido de los medios de desinformación y el genocidio: el realty show global

Redacción




Enrique de Diego.

Predijo el pensador francés que, tras la caída del Muro, vendría una etapa en la que lo dominaría todo la estupidez. ¡En qué medida! Perdida la conexión con la realidad se adueñó del campo la más fatua estulticia, la dictadura del buenismo y la estupidez, insoportable, cuanto más absurda, más destructiva y autoritaria. También un visionario como el filósofo Karl Popper predijo, en su último texto, que la televisión acabaría con la civilización. Y en eso está. Mientras se domeña la caja tonta, el grito se ha hecho imperioso y urgente: ¡Apagad la televisión! La mezcla de estupidez y televisión ha resultado abrumadoramente demoledora. Y la civilización está sucumbiendo en medio de un genocidio atroz.

Tiene una lógica perversa que las gentes hayan llegado a este nivel de alienamiento que las va a llevar a la muerte, porque la televisión, única a través de varios canales, pues en todas manda la agenda 2030, la desquiciada agenda de la corrección política, ha seguido, en cuatro décadas, el proceso de corrupción moral de la sociedad española. La gente adicta a la televisión ha abandonado la funesta manía de pensar, el espíritu crítico, y ha sido preparada para su eliminación voluntaria a través de la servidumbre voluntaria y de la legitimación de los vicios más antinaturales, así como se precisan la sociedad carece de resortes morales. Pervertida la mujer, pervertida la familia, pervertida la sociedad. La televisión, siempre de la mano de la política y habitualmente unos pasos detrás, ha sido demoledora en este terreno.

La estupidez domina el mundo y la mentira, suministrada por la televisión, a las órdenes de BlackRock y del Gobierno, de las farmacéuticas. La corrupción ha tomado carta de naturaleza y los médicos cobran de ellas, bajo fórmulas que adormecen las conciencias, congresos caribeños, investigaciones con sobresueldo…La televisión ha devenido en propaganda, como en 1984 de George Orwell, en instrumento satánico y el diablo primero te miente y luego te destruye. Ahora vamos hacia la destrucción de las sociedades mediante los que han suplantado el glorioso nombre de vacuna por una inyección letal de proteína spike.

La pandemia siempre ha sido un reality show planetario, global y general. Empezó negándose el peligro y luego se magnífico. Se confinó a la gente durante seis largos meses, se trastocó la vida de todos, se empobreció y se les obligó a depender de la televisión, en mayor medida que nunca. Se escenificaron grandes composiciones corales, como el estúpido aplauso desde los balcones a las 8, seguido por coreografías en las redes de las enfermeras, al mismo tiempo que a los ancianos se les masacraba en las UCI de toda España en un inmisericorde genocidio protocolario, entubándoles con respiradores que les quemaban con oxígeno puro los pulmones y  a las residencias se les enviaba un mensaje diáfano: se les remitía morfina y sedación. De ese asesinato masivo nadie quiere hablar por ahora, pero llegara un día que habrá que exigir responsabilidades penales a todo el personal sanitario.

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Con total descaro, el Gobierno destinó, porque sí, 15 millones a las televisiones. Luego éstas se convirtieron en los señaladores de linchamientos: los desaprensivos de los botellones, los bares clandestinos, las fiestas de tapadillo…Todo el reality show era seguido por el coro de las masas con la policía de los balcones. Al tiempo nos mentían con el origen del virus, contra toda lógica, fruto de la «sopa de murciélagos». Se nos ofrecían las imágenes de la tiranía china como métodos exitosos. Y se nos empalagaba con diversas modalidades de Aló presidente. La democracia catódica llevó a presentar al insufrible Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat y conseguir, en la más corrompida de las regiones, un buen resultado.

Cuando había que aplaudir, se aplaudía; cuando llorar, se lloraba; todos muy solidarios. Todo iba encaminado a la masacre, al genocidio, a las timo vacunas. Una sociedad aterrada por un enemigo invisible, bastante benigno, pero magnificado por la dictadura sanitaria -los médicos corrompidos y lacayunos se han machado hasta el corbejón de mierda y sangre-, con partes de guerra continuos, con los datos del coronavirus, con expertos en La Sexta Noche que no saben de nada y lo confunden todo. Las sociedades se las controla por el pánico: PCR que no sirven y dicen lo que conviene, mascarillas que son la identificación de la esclavitud, y que deterioran el sistema inmunológico.

Personal sanitario respondiendo a los aplausos.

Estamos en la parte final del reality show, en el penúltimo capítulo. Por supuesto, ninguna voz crítica ha tenido cabida, ninguna voz sensata que discutiera el discurso oficial. El sistema tiene en los medios tres fórmulas de condena: el ostracismo, y así hemos visto al Premio Nobel de Medicina, Luc Montagnier sometido a la condena del ostracismo, convertido en un guiñapo, a Geert Vandem Bosche, quién le conoce, en la voz que clama en el desierto; a la Catedrática María José Martínez Albarracín que ha superado ese estadio, se le ha preocupado el siguiente, la ridiculización a manos de los mendaces e inquisitoriales verificadores. El estudio en pacientes japoneses que confirma que la proteína Spike pasa a la sangre y con su potencial tóxico invade los órganos vitales ha sido silenciado. Como la marca de la bestia, sin la cual nada se puede comprar ni vender, el pasaporte covid es fundamental para viajar.

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Para permitírselas volver a la nueva normalidad las poblaciones han ido gustosas a que las infectaran y mataran. Con todo el mundo con el que hablo, conoce un sinfín de gentes con efectos adversos, trombos en el cerebro, algunos de los que se rieron del cómodo y fácil anatema de «negacionistas», otros están fatal ellos mismos, pero todo esto no sale en la tele. Hay que mantener la mentira a cualquier precio. Ahora ha tocado aplausos a los viejos infectados y Belén Esteban y Agatha Ruiz de la Prada haciendo el elogio del pinchazo, la frivolidad al servicio del genocidio. Lo pero vendrá en el otoño cuando cuerpos con síntomas inmunológicos destrozados y ahítos sus órganos vitales de tóxica proteína Spike sucumban, mueran, a cepas más agresivas de coronavirus -en Rusia rebrota el virus al ritmo de la vacunación, como en Chile- y a enfermedades autoinmunes considerando a su propio cuerpo el enemigo.

Como dijo el  profeta, en 1974, San Josemaría Escrivá de Balaguer: «Toda una civilización se tambalea, impotente y sin resortes morales». Que siga el reality show. La estupidez y la televisión acabarán con una civilización milenaria.