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Carta del Editor: Homenaje a la Catedrática María José Martínez Albarracín

Redacción




Enrique de Diego.

En tiempos incluso más sombríos que los actuales, cuando la niebla era densísima y la mentira ubicua, lo llenaba todo, cuando desde el primer momento avisté la estafa y el engaño genocida de la timo vacuna, vi en un programa apasionante del historiador Fernando Paz, de título provocador e inteligente, «La inmensa minoría», hablar con una claridad meridiana a una señora, Catedrática de Diagnósticos Clínicos, María José Martínez Albarracín. Se expresaba con gran pericia científica y con gran valentía y coraje sobre la abrumadora masacre que se pretendía llevar a efecto, con gran didactismo, comunicando fenomenal, porque la verdad sólo tiene un camino y porque toda una vida de buena docente, y la Providencia divina, le han dotado.

Impresionado, vino una feroz carrera por conectar por ella. Me costó conseguir su teléfono. Desde ese momento, empezó una fructífera colaboración, porque siempre he visto en ella un insobornable amor a la verdad y a la ciencia, a sus semejantes, en una mujer de conciencia, que ha salvado muchas vidas, muchas que no conocerá nunca, y que le están sumamente agradecidas. Esa señora, con todas las letras, que vi embobado y boquiabierto en el programa de Fernando Paz tenía un marcado acento murciano, y si bien era una señora, con todas las letras, prestigiosa en su materia y en su ciudad, no hubiera dado el salto a los medios si no estuviera impelida por un imperativo ético.

Católica ferviente, con la luz de Dios y su fortaleza, que extrae de la meditación, una hora diaria, como me confesó en nuestra primera conversación, se ha opuesto a ese «acto de amor» que mata y llena de oprobio a nuestra sociedades. Se ha jugado el prestigio profesional, la seguridad de su familia, perseguida por la Comunidad Murciana del PP, la tranquilidad personal tan añorada y querida, sin que le haya faltado la cruz del fuego amigo, por el bien de todos; acertando siempre, adelantándose a los acontecimientos, avisando de los peligros, silenciada por las big tech, vilipendiada obsesivamente por los pútridos verificadores.

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Todos tenemos una deuda de gratitud que nunca le podremos pagar, pues estaba en juego nuestra vida y la de los nuestros, y la supervivencia de nuestra sociedad amenazada por los hijos de satanás. Yo trato de pagar la mía con este artículo. Mientras los médicos se desfondaba en la más absoluta inmoralidad, mientras las enfermeras y el personal sanitario se dedicaban, sin consentimiento informado, a inyectar el brebaje letal, ella ha permanecido y permanece erguida, con la voz potente de los profetas y los apóstoles, en esta Humanidad doliente y confundida, vejada y humillada, diciendo las verdades del barquero, la ciencia contrastada. Ahora que en el Parlamento Europeo el director general de Pfizer dice que su timo vacuna no servía para frenar la transmisión; que los Colegios de Médicos enmudecen, parando la persecución inmisericorde que ejercían.

Quiero darte las gracias por el bien que has hecho, por habernos avisado del peligro genocida. Tengo que extender el agradecimiento a Natalia Prego, a Almudena Zaragoza, al Doctor Valdepeñas, al Doctor de Benito y a tantos que me dejo en el tintero, a cuantos pusieron en marcha Médicos por la Verdad, que tantos sacrificios ha costado. Héroes y heroínas de este mundo atribulado y atontado. Entre los harapos de esta sociedad adocenada, destaca ella, Catedrática María José Martínez Albarracín, por sus bellos atavíos. Cuando todo termine, y paguen sus crímenes estos malvados, te mereces un gran y rendido homenaje de toda España, planetario. Yo te rindo con admiración el mío propio, que espero preanuncie ese universal a una gran murciana.