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Comunismo: La mayor secta de asesinos

Redacción




Enrique de Diego

El libro negro del comunismo, escrito por excomunistas franceses, cifró en cien millones el número de personas asesinadas por el comunismo, por los comunistas. Esta escalofriante cifra (el nazismo se calcula que exterminó a seis millones de judíos) ha quedado como referencia, aunque probablemente sea muy baja respecto a la realidad. No tiene en cuenta, por ejemplo, las hambrunas provocadas por la colectivización del campo. En Rusia, la más tempranera, la de 1921, costó más de 3 millones de vidas humanas.

Los comunistas tendieron a presentar los crímenes de Stalin, seguramente superados en número por los de Mao, como una desviación personal. Esto no es cierto. El comunismo es una ideología de odio, que Marx disfrazó de ciencia. El comunismo propugna el asesinato como una virtud de la conciencia revolucionaria y el genocidio de la burguesía como una ley histórica. Eso ha convertido a los comunistas en la mayor secta de asesinos que ha producido la humanidad. Puesto que ha sido eliminada la responsabilidad personal de la ética judeocristiana por la responsabilidad colectiva, grupos enteros pasan a ser o han sido considerados exterminables. Ello ha dado una amplitud ilimitada para la matanza, pues el comunismo ha pretendido irrestrictos procesos de ingeniería social, en los que el hombre no es un fin sino un medio y es tratado como concreto y material de construcción, con frecuencia, de deshecho.

El comunismo no llegó al poder por ningún proceso de determinismo histórico, espontáneo, fruto de las fuerzas oscuras económicas, sino por la acción de un grupo gansteril minoritario y cohesionado, los bolcheviques de Vladimir Illich Lenin (1870-1924), quien configuró un partido estrictamente jerarquizado, bajo el criterio del centralismo democrático, de modo que la oposición o el minoritario ha de seguir las directrices de la mayoría, so pena de ser acusado de “fraccionalismo”. En el X Congreso del PCUS esa briza de autonomía fue suspendida. Lenin sentenció que “ya hemos tenido suficiente oposición”. Los bolcheviques accedieron al poder a través de una serie concatenada de golpes de Estado, primero contra el gobierno reformista de Kerensky y luego contra la Asamblea constituyente que fue elegida el 12 de noviembre de 1917 y en la que los bolcheviques tenían 175 representantes de un total de 707. Esa Asamblea sólo se reunió el 5 de enero de 1918 y sólo hubo una votación que los bolcheviques perdieron por 237 votos contra 138. Al día siguiente, marinería armada impidió el acceso de los diputados. El comunismo no es democrático, sino declarado enemigo de la democracia tildada de burguesa y considerada como un instrumento de opresión de la burguesía.

El crimen y el terror con consustanciales, pues se trata de exterminar a clases enteras, a grupos humanos enteros, al margen de sus actos, y de hecho una de las primeras medidas de Lenin fue poner en marcha una policía política, la Checa (a través de diversos nombres, llegaría a la KGB), con completo margen para la tortura y el asesinato. A título comparativo, la policía secreta zarista, la Ojrana contaba con 15.000 miembros, y era la más numerosa de su tiempo, mientras la Checa en tres años alcanzó la cifra de 250.000 funcionarios a tiempo completo. Lenin insistía en que era preciso fusilar sin tribunales basados exclusivamente en la “conciencia revolucionaria”, sin necesidad de pruebas: “Nuestros tribunales revolucionarios deben fusilar”.

Stalin extendió el terror al interior del PCUS

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Lo que hizo Stalin (1878-1953) fue trasladar el terror al interior del propio partido, mediante las purgas y aprovechando la prohibición de oposición que Lenin había impuesto en el X Congreso. Fueron ejecutados algunos de los principales dirigentes bolcheviques como Bujarin, Zinoviev, Kamenev y Trostki (sentencia cumplida en Méjico por el comunista español Francisco Mercader), pero también gran número de miembros intermedios y de base. En Leningrado, se dejó con vida a sólo dos de los 150 delegados del XVII Congreso del PCUS. Hasta cerca de un millón de afiliados fueron ejecutados, también gran número de comunistas que habían buscado refugio en la URSS, desde el expresidente húngaro Bela Kun, hasta 842 comunistas alemanes que habían huido de Hitler. En la purga del ejército, se mató a 30.000 oficiales, la mitad del total, y al 80% del total de coroneles y generales. En el período 1936-39, el número de asesinados superó la cifra de cuatro millones y medio. Con anterioridad, se había producido un brutal genocidio en el campo. Los campesinos se habían resistido a la colectivización y Lenin tuvo que recular para asegurar el suministro de alimentos a las ciudades, pero el 27 de diciembre de 1929, Stalin lanzó la consigna “¡Liquidemos a los kulaks como clase!”. Kulak era un término genérico que englobaba a cualquier campesino propietario. Hubo más de diez millones de esos kulaks que fueron pasados por las armas. En los años 1932 y 1933 sobrevino, a consecuencia del desastre subsiguiente, hubo una gran hambruna y otros diez millones de personas murieron de muerte no natural. La ciudad ucraniana de Kiev fue asediada para que sus habitantes murieran hambreados. En el marco de la segunda guerra mundial, se perpetraron una serie de genocidios contra los habitantes de la República Alemana Autónoma del Volga, con 1.600.000 habitantes, a los que se suponía que podían colaborar con el enemigo, pero también con chechenos, inguses, karachays, balcares, calmucos y tártaros.

Stalin desarrolló un amplio sector de trabajo esclavo, a través de una extensa red de campos de trabajo que conformaban el archipiélago GULAG. Muchas de las detenciones y juicios no tenían otra finalidad que mantener estable la mano de obra de esos campos, en los que había una media del 10% de la población. El porcentaje de muertes anuales era superior al de los campos nazis –que fueron una imitación- y era del 10% en los más benignos y muy superior en los zonas ártica y subártica, donde la condiciones de vida era muy duras. Toda la minería del oro, por ejemplo, quedaba en manos de estos campos de presos políticos, a los que eran enviados, sin juicio, las viudas y los hijos de los ejecutados.

La sangría estalinista se cobró también gran número de vidas en España, donde no hay ninguna duda de que Santiago Carrillo y los comunistas fueron los culpables del asesinato en masa en Paracuellos del Jarama de los presos de las cárceles de Madrid, en número superior a 5.500; un suceso que resulta precedente del asesinato de los oficiales polacos en Katyn. También en la primavera de 1937, los comunistas desarrollaron una guerra civil interna contra los anarquistas y una persecución contra los miembros del POUM, a los que se consideraba trotskistas. Su líder Andreu Nin fue salvajemente asesinado: se le despellejó en el Palacio del Pardo. Miles de izquierdistas fueron asesinados en esa persecución.

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El terrible balance de asesinatos de Mao

A pesar de las enormes matanzas de Stalin, es probable que el balance de asesinatos sea aún mayor en la China de Mao Tse Tung. Entre 1951 y 1953, y dentro de otro proceso similar de colectivización del campo, fueron asesinados más de 15 millones de campesinos; 800.000, en los seis primeros meses de 1951. Otro gran número de víctimas se produjo en 1955 cuando se procedió a nacionalizar los restos del comercio y la industria. En 1956, Mao pareció estar dispuesto a aceptar las críticas bajo el lema “que florezcan cien flores”. Quienes, ingenuamente, le creyeron fueron despachados, al cabo de unos meses, hacia los campos de reeeducación. En 1957, Mao, a quien le gustaban los dramas, proclamó “el gran salto adelante”, que produjo también mucho sufrimiento y víctimas. El 28 de julio de 1959, afirmó que “el caos provocado revistió grandes proporciones y yo asumo la responsabilidad”. En 1966, lanzó lo que se conoció como “revolución cultural”, y que fue más bien dar rienda suelta a los más bajos instintos de jóvenes iletrados, que protagonizaron juicios públicos y linchamientos en la calle en cifra superior a 400.000 personas.

De todas formas, el mayor genocidio comunista tuvo lugar en Camboya, cuando el poder fue tomado por el Jemer Rojo, que estaba dirigido por la Angka Loeu (“organización superior”), formada por veinte intelectuales, docentes y burócratas partidarios, que planteaban “reconstruir psicológicamente” a las personas. El 17 de abril de 1975, los tres millones de personas de la capital Phnom Penh fueron acarreados hacia el campo, para construir “aldeas nuevas”. Se ejecutó, por ejemplo, a quien supiera algún idioma. Entre abril de 1975 y comienzos de 1977, el número de asesinados superó la cifra de 1.200.000 personas, un quinto de la población.

El asesinato y el terror han sido constantes y comunes tanto en el acceso del poder de los comunistas como en su mantenimiento. El comunismo se convirtió de hecho en la patente de corso de cualquier autócrata sanguinario. El caso de Fidel Castro en Cuba lo ejemplifica. Desde joven, había sido un matón universitario ansioso de poder, que, en ocasiones, mostraba admiración por José Antonio Primo de Rivera. Desarrolló una rebelión muy publicitada contra la dictadura de Batista y cuando entró en La Habana sus primeras medidas, el 7 de enero de 1959, fueron abolir todos los partidos, menos el comunista, asumir por el Gobierno el poder legislativo. Pronto enjuició a compañeros de lucha como Camilo Cienfuegos y Hubert Matos. Especial sadismo mostró otro dirigente de origen argentino, Ernesto Che Guevara, que se encargó de la represión, se fue a vivir a la principal cárcel de La Habana e hizo que le abrieran una ventana desde su habitación al patio para observar las ejecuciones. Castro desarrolló desde el principio su propio GULAG caribeño, con cárceles como Boniato, Combinado del Este o Guantánamo.

En todas las sociedades donde el comunismo dominó hubo asesinatos y genocidios similares a los descritos a título de ejemplo.