Es indiscutible que Pedro J. Ramírez fue, durante muchos años, considerado, con razón, como uno de los periodistas más influyentes de España. Primero en Diario16 y luego en El Mundo, Ramírez abanderó un periodismo de investigación y de denuncia que destapó el chorreo de corruptelas y crímenes perpetrados por los gobiernos socialistas de Felipe González.
En puridad, bien podría afirmarse que el periodista riojano abanderó la oposición contra el felipismo de una manera más contundente y vigorosa que el PP en general y José María Aznar en particular, cuya mayor aportación político-intelectual fue la de «váyase, señor González» y a esperar, con tranquilidad y sin demasiado esfuerzo, el desgaste del PSOE que, inevitablemente, le llevaría a La Moncloa. El hundimiento del PSOE y la llegada de Aznar a la presidencia del gobierno ubicó a Pedro J. Ramírez en la cúspide de las élites españolas, convirtiéndose en confidente, asesor, augur y pareja de pádel del presidente.
Sin embargo, las bombas que estallaron en Madrid en la mañana del 11-M de 2004, derribaron todo el castillo planificado por Aznar que parecía de sólida roca y se mostró endeble como unos naipes. El vallisoletano se marchó por el sumidero de la historia y Pedro J. Ramírez intentó salir a flote publicando una serie de esotéricas teorías conspirativas junto al fallecido Fernando Múgica, Federico Jiménez Losantos y Luis del Pino.
En un primer momento, las supuestas revelaciones publicadas primero por El Mundo y replicadas después por la COPE y Libertad Digital encontraron hueco en una derecha sociológica completamente desnortada, que buscaba respuestas sin plantearse preguntas sobre lo sucedido y que deseaba echar balones fuera sobre la responsabilidad del gobierno Aznar por, en el mejor de los casos, omisión, ignorancia o falta de competencia en la gestión del 11-M.
El problema era que las teorías evacuadas por Pedro J. Ramírez y sus mariachis no tenían fundamento ni sustento. El propio director de este diario digital, Enrique de Diego, las desmontó una a una en su libro Conspiranoia que le provocó innumerables quebraderos de cabeza, presiones e insultos procedentes de un sector de la derecha que había convertido la defensa del liberal-conservadurismo y de la verdad en España en cuestiones menores frente a ejercer de fanáticas cheerleaders de Ramírez, Jiménez Losantos o Del Pino.
A pesar de la enconada y faltona defensa de sus corifeos, algunos a sueldo y la mayoría como «paganinis», la posición de Pedro J. Ramírez en la principal cabecera de Unidad Editorial comenzaba a resquebrajarse. Las ventas de El Mundo caían en picado y la otrora influencia y prestigio de la que gozó el periódico habían quedado más que en cuestión. Así, como era de esperar, el riojano fue relevado en febrero de 2014 por su segundo, Casimiro García Abadiño, quien también había defendido las delirantes teorías de su jefe y adláteres sobre el 11-M y quien rápidamente se desmarcó de ellas, como si la cosa no fuera con él como subdirector del periódico.
Ramírez y su grupo intentaron presentar a los españoles su despido como otra conspiración, perpetrada en este caso por el gobierno de Mariano Rajoy a causa de sus revelaciones sobre el caso Bárcenas. La realidad fue que los propietarios italianos de Unidad Editorial llegaron a la conclusión empresarial de que Pedro J. Ramírez cobraba demasiado, mandaba mucho, influenciaba poco y no vendía los suficientes periódicos.
No se equivocaron los italianos. El Mundo siguió adelante y Pedro J. Ramírez se convirtió en un personaje crepuscular que, en vez optar por un cómodo retiro, decidió sacar adelante, con un éxito más que discutible, El Español, un diario digital progresista dirigido a lectores de la derecha, y a convertirse en una especie de celebrity junto a su nueva pareja, Cruz Sánchez de Lara.
Como decíamos, los atentados del 11-M supusieron el principio del fin del periodista riojano. Y a los datos nos remitimos. Tal y como muestra Google Trends, la herramienta del popular buscador que señala las tendencias de búsqueda e interés de los usuarios sobre un personaje y tema concreto, Pedro J. Ramírez solo ha logrado interesar a los cibernautas en tres momentos concretos desde 2004: su despido de El Mundo, la presentación de El Español y su affaire con Cruz Sánchez de Lara que supuso la ruptura de su matrimonio con la diseñadora Ágatha Ruiz de la Prada.
En otras palabras, Ramírez solo ha logrado la atención del público por temas ajenos al periodismo como son su vida laboral y personal, con la excepción del lanzamiento de su diario digital, que se vendió como la gran revolución y nueva quinta esencia del periodismo en Internet, que fue flor de un día y para cuya supervivencia tuvo que recurrir a crear alianzas de intercambio de tráfico con todo tipo de webs y blogs.
Como dicen los ingleses, «un hombre debe saber irse cuando ha terminado la fiesta». El problema es que Pedro J. Ramírez, a pesar de que la música se ha apagado, las luces se han encendido y ya solo quedan los restos resacosos de vino y rosas, se piensa que la fiesta está a punto de empezar y que él será el centro de atención.