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Andreu Nin echa por tierra la Ley de Memoria Histórica: Telegramas desde el frente del Ebro

Redacción




Enrique de Diego.

El 11 de octubre de 1938, en el cuartel general de Enrique Líster hay una actividad inusitada. Desde que el 25 de julio, el Ejército de Maniobra de la República cruzó el Ebro se han desatado los 4 jinetes del Apocalipsis sobre la Terra Alta aragonesa.

La eficacia de los Ingenieros republicanos, el factor sorpresa y la férrea disciplina de las Brigadas Internacionales y 6 Divisiones de élite con mandos comunistas tuvieron un avance arrollador –la División 50 franquista se desbarata- hasta toparse con la defensa feroz en Gandesa. Ahora ese tiempo parece ya muy lejano. Franco, que tiene un ejército superior en movilidad y logística, ha acopiado nuevas fuerzas, como la División 1 de Navarra, la mejor del bando nacional, que han reforzado a otras míticas como la 13, la “Mano negra”.

Ahora, los comunistas están fijados en una tenaz y desgastante guerra de defensa. Franco, por el agitado contexto internacional donde por toda Europa resuenan tambores de guerra aunque aún falta el apaciguamiento de Munich, no quiere flanquear por Lérida a los republicanos porque eso le aproximaría a la frontera francesa y podría desatar el conflicto con los vecinos, así que tiene lugar una “guerra de carneros”, con cruentos ataques por el centro para tomar las lomas, y hacerse con nuevos observatorios. Cuenta con una total ventaja en artillería, comandada por Martínez Campos, y en aviación.

Ese 11 de octubre de 1938 está a punto de desatar la cuarta contraofensiva, que será la definitiva. Sin embargo, en el Cuartel General de Líster lo que se acopian son telegramas. No son para pedir refuerzos, ni para instar a la ofensiva de diversión en Levante, ni para pedir un mayor esfuerzo de los “chatos” y los “moscas” de la aviación. Lo que les preocupa a los mandos comunistas es que se condene a muerte a los dirigentes del POUM (Partido Obrero Unificado Marxista) que van a ser juzgados en Barcelona por el Tribunal de Espionaje y Alta Traición, creado en 1937.

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Los procesados principales son Julián Gorkín, Enrique Adroher, Juan Andrade, Pedro Bonet, todos ellos dirigentes del POUM, y Jordi Arquer, comisario político de la 19 División de milicianos del partido. Lo que se juzga es la participación del POUM y sus militantes en presuntos actos de espionaje y traición a la República. Falta el principal encausado, el presidente del POUM, Andreu Nin, que fue detenido el 16 de junio de 1937, y de cuyo paradero no se sabe nada. Nada sabe ni el presidente del Gobierno, Juan Negrín, ni el gabinete, nadie, salvo algunos policías españoles al servicio de la NKVD estalinista que comanda Alexander Orlov, quien para estas fechas ha defeccionado y ha aparecido en Estados Unidos. Nin es el único desaparecido absoluto de la guerra. Nunca aparecerá su cadáver. Es llevado a Valencia y de ahí a la checa de Alcalá de Henares. Ahí se pierde por completo su rastro.

A estas alturas, durante 1937 y hasta bien entrado 1938, miles de militantes del POUM han sido asesinados y torturados en las cárceles comunistas, obedeciendo las órdenes de Stalin que ha dictado una orden universal contra los trotskistas, anatemizados como “fraccionalistas” . Se trata de la página española de una purga en toda regla.

Orlov ha desarrollado un montaje justificativo de las detenciones con todos los rasgos distintivos del estalinismo. La Policía de Madrid obliga a dos falangistas presos a elaborar informes de planes para el levantamiento de la “quinta columna”, entre los que se encuentra una carta falsificada de Andreu Nin a Franco, junto a otros documentos, igualmente falsificados, que complicarían al POUM en una traición fascista y luego fueron abandonados en una maleta en Gerona, encontrada por la Policía.

El 14 de junio Orlov ordenó el arresto de todos los líderes del POUM. Los detenidos fueron llevados de inmediato a las cámaras de tortura de la élite del GULAG de las checas, el ex convento barcelonés de Santa Úrsula, el “Dachau de la España republicana”. Entre los detenidos y asesinados hay muchos extranjeros: Ervin Wolff, exsecretario de León Trotski, el socialista austriaco Kurt Landau, el periodista británico “BobSmilie y José Robles, ex catedrático de la Universidad John Hopkins, amigo de los escritores John Dos Passos y Ernest Hemingway. Entre los que han conseguido escapar se encuentran dos que tendrán una larga trayectoria: el escritor inglés George Orwell, autor de Homenaje a Cataluña, Rebelión en la granja y la distópica 1984, y el alemán Willy Brandt, futuro canciller alemán.

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Mientras Franco ultima los detalles de la ofensiva final, Manuel Tagüeña, Juan Modesto, Enrique Líster y sus Estados Mayores se afanan en presionar para que los dirigentes del POUM sean declarados fascistas y condenados a muerte. Tras los ataques de los soldados franquistas, se habla acaloradamente del tema. El mensaje unánime que se traslada al Tribunal es que fuera de la pena de muerte cualquier pena sería un desastre que haría derrumbar los frentes. Junto al coronel Líster, que acopia esa riada de telegramas punitivos, se encuentra un hombre de gran influencia política internacional, uno de los creadores de las Brigadas Internacionales, el comunista italiano Vittorio Vidali, conocido como “Carlos Contreras” en España. Cuando los policías encargados de investigar la ‘desaparición’ de Andreu Nin se toparon con su nombre, la investigación se paró en seco. Vidali es intocable. Su nombre produce terror en los brigadistas internacionales. A él y a André Marty se les considera unos sádicos carniceros, a los que se señala de las misteriosas muertes de voluntarios internacionales en Albacete, que nunca serán investigadas. Muchos comunistas piensan que Vidali ha sido el autor material de la muerte de Nin.