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Andreu Nin echa por tierra la Ley de Memoria Histórica: Alexander Orlov, el asesino de Nin, defecciona

Redacción




Enrique de Diego.

Antes de abrirse el juicio que tanto preocupa a Líster, se había producido una noticia verdaderamente sensacional. Desde el 12 de julio de 1938, Alexander Orlov, jefe de la NKVD en España, estaba desaparecido. Este judío bielorruso, que se alistó muy joven en el Ejército rojo, tenía a sus espaldas un largo historial de espionaje y crímenes. El 17 de septiembre de ese mismo año, el responsable del arresto y la muerte de Andreu Nin, defeccionó y se pasó a los Estados Unidos. Había remitido una carta a su superior Nikolai Yehov en la que le indicaba que tenía escritas todas sus experiencias y dado orden de que si le pasaba algo se publicarían de inmediato, incluyendo nombres y claves de espías soviéticos. Stalin le respetó la vida y cuando murió el tirano, Orlov publicó el relato: The secret history of Stalin´s Crimes (La historia secreta de los crímenes de Stalin).

Los servicios de Orlov al comunismo habían sido muy importantes. En septiembre de 1936 formó parte de la reunión en la Lubianka de responsables del espionaje soviético que decidió que la Unión Soviética ayudara a la República. Por supuesto, a cambio de oro: 700 toneladas guardadas en el Banco de España, una de las mayores reservas del mundo, que fueron transferidas a Moscú a cambio de armas (Franco las consiguió de Alemania e Italia, a crédito, y eso hizo que esas potencias estuvieran interesadas en que ganara para cobrar; mientras Stalin cortó todo envío a finales de 1938).

Andreu Nin.

Los responsables de la operación fueron Walter Krivitski, jefe del espionaje para Europa occidental, Arthur Stashevski, que actuó como delegado comercial soviético en Barcelona, y el mariscal Voroshilov, que tendría que decidir el armamento que se tendría que librar. Marcel Rosenberg, nombrado embajador ante el gobierno republicano, sería también una pieza clave en el despliegue, tanto militar como civil que Stalin decidió realizar en la zona republicana. Orlov había sido la cabeza de todos ellos. Ayudó a convencer a los responsables del Gobierno español de que el mejor sitio para salvaguardar el oro del Banco de España era la Unión Soviética. Dio su consentimiento Juan Negrín, que entonces era ministro de Hacienda, pero también lo hicieron Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto. Orlov es el que ha organizado y sistematizado el “terror rojo”, quitándole su carácter anárquico. Por supuesto, ha sido quien ha llevado a cabo la purga del POUM y dadas sus conexiones con Francisco Burillo, jefe de la policía de Barcelona, el que ha detenido y se ha encargado de Andreu Nin. Éste fue trasladado a la cárcel privada de Orlov, instalada en la Catedral de Alcalá de Henares. Nin será despellejado en el Palacio del Pardo.

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También ha sido el encargado de reenviar hacia la Unión Soviética a muchos militares para asumir el destino que les tenga preparado Stalin, que, por lo habitual, es la muerte. Stalin está matando a cuantos han participado en la guerra de España como si quisiera borrar huellas o su apetito de sangre fuera insaciable. Una de las víctimas ha sido el brigadista húngaro Kléber, el primer jefe de la XI Brigada Internacional, y héroe de la defensa de Madrid, que ya ha sido ejecutado en alguna prisión de la NKVD en Rusia, aunque eso no se sabe aún en España. Para un militar ruso es más seguro estar de asesor en las orillas del Ebro, que en las del Volga. Los cuadros militares y políticos que han pasado por España son asesinados uno tras otro: el principal consejero hasta 1937, Jan Antonovich; en febrero de 1937 ha desaparecido Grigori Mijailovich; también el alto consejero del norte, Vladimir Yefimovich; igualmente Nesterenko, del Comisariado de las Brigadas Internacionales; el embajador Rosenberg ha sido fusilado. Lo mismo le ha sucedido al cónsul de Barcelona, el gran héroe de la toma del palacio de invierno en 1917, Antonov Obsejenko. Ha vuelto a la Unión Sovíética tras un mensaje de humor negro: tiene que volver para hacerse cargo del Ministerio de Justicia. También el corresponsal del Pravda, Mihail Koltzov. La lista es interminable: Evhem Konobalek, encargado de la organización de los suministros a España, fue asesinado en Rotterdam en mayo de 1938; Rudolf Clement fue descubierto decapitado en el Sena; Walter Krivitsky, jefe de la inteligencia militar soviética en Europa occidental, fue perseguido tres años por los sicarios de Stalin, hasta que lo atraparon en Washington el 10 de febrero de 1941. Cuando Orlov es invitado a reunirse en Amberes con sus superiores de la NKVD sabe cuál va a ser su destino y decide huir con su mujer y su hija.