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Andreu Nin echa por tierra la Ley de Memoria Histórica: George Orwell, miliciano del POUM

Redacción




Enrique de Diego.

Mientras Rafael García Valiño, el mejor táctico del Ejército franquista, se dispone a dar el asalto final a la cabeza de puente del Ejército comunista en la batalla del Ebro, en medio del tableteo de las ametralladoras y del estruendo atronador de los obuses, Acero, la revista del V cuerpo de ejército de Líster, que dirige Santiago Álvarez, hace una proclama contra los espías de los nazis, como califica a los del POUM, para los que pide la pena máxima.

En la prensa internacional de izquierdas, el tambor toca al unísono en la misma onda. La primacía en el linchamiento la llevan los medios comunistas, pero el resto va tras su estela. Es un clamor a favor de la pena de muerte para todos los encausados. El más influyente de los ingleses, el Daily Worker es muy convincente a la hora de inflamar los corazones de los socialistas ingleses. Los del POUM representan un peligro ubicuo. Su corresponsal da por evidente la culpabilidad de los juzgados.

George Orwell, destacando por su altura.

Realmente, en el terreno mediático y de opinión pública los dirigentes del Partido Obrero Unificado Marxista no tiene quien les defienda. Sí, quien les escriba, el escritor inglés George Orwell, que ha luchado en la División 29 y ha recibido un balazo en la garganta, por el que será evacuado a Barbastro y luego al Hospital de Santa María en Lérida. Licenciado, Orwell conseguirá salir de España en plena persecución. Su libro “Homenaje a Cataluña” es una clara y contundente denuncia. Pero Orwell no tiene en ese momento la notoriedad que adquirirá posteriormente con sus dos grandes libros, Rebelión en la granja y 1984, además se le cierran puertas. Ni Victor Gollanz, en Left Book Club, ni Kingsley Martin, en New Statement –las dos plataformas principales de información de la izquierda socialista británica- están dispuestas a publicar el libro. Cuando consigue publicar su relato en una editorial secundaria tampoco hay demasiado interés en conocer la verdad pues la izquierda prefiere mantenerse deslumbrada por el fulgor de la causa.

Eric Arthur Blair eligió como nombre comercial George Orwell. Estudió en el elitista colegio Eaton, con becas con la idea de que sus sobresalientes cualidades serviría para dar prestigio al colegio. Allí coincidió con Ciril Connolly, que puede ser tenido con justicia como el padre de la sociedad permisiva. Ambos escribieron un demoledor relato sobre su colegio: “Such, Such Were the Joys” (“Estas, estas eran las alegrías”). Orwell ingresa en la Policía india, donde abominará del imperialismo. Siempre puso la experiencia por encima de las ideas y por eso, al contrario, de los intelectuales izquierdistas de su época, buscó conocer a los trabajadores y compartir la pobreza. Primero se establecido en Notting Hill, entonces el barrio más pobre de Londres. En 1929, trabajó en París como lavaplatos y mozo de cocina, pero al enfermar de neumonía, por una dolencia crónica en los pulmones, terminó en un hospital de beneficencia parisino, un episodio que describió con angustia en Sin blanca en París y Londres (1933). Luego vivió como vagabundo y con recolectores de lúpulo, se hospedó en la casa de una familia obrera en Wigan, localidad industrial de Lancashire, y regentó un comercio. Todas estas actividades tenían un fin: “Sentía la necesidad de huir no solo del imperialismo sino también de toda forma de dominio del hombre por el hombre. Quería sumergirme, formar parte de los oprimidos, ser uno de ellos y luchar junto a ellos contra la tiranía”.

George Orwell.

Cuando estalló la guerra civil española en 1936, tomó partido por la República, como hizo el 90% de los intelectuales europeos, pero a diferencia de ellos decidió combatir. Que terminara enrolado en el POUM fue la consecuencia de una serie de circunstancias. Para viajar a España, había que pasar por el Partido Comunista inglés. Harry Pollitt, el dirigente del Partido Comunista, le exigió para darle una carta de recomendación que debía enrolarse en las Brigadas Internacionales. Orwell rehusó, no porque tuviera nada en contra de las Brigadas, en las que quiso enrolarse al llegar a España, sino porque no quería vedarse posibilidades antes de hacerse un juicio personal. Conectó con un grupo minoritario dentro de la izquierda inglesa, el Partido Laborista Independiente. Le llevaron a Barcelona y le pusieron en contacto con el POUM, donde ingresó en las milicias a través del Casal Lenin y fue enviado con la División 29 a la Sierra de Alcubierre.

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Barcelona le causó una gran impresión: “Una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas”, y aún más su vida en la milicia, en la cual “muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada –ostentación, afán de lucro, temor a los patrones, etcétera- simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resulta casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra”. Consideró la experiencia del frente desde un punto de vista idealista y escribió una carta amable pero llena de reproches a Connolly, que había examinado la guerra como una especie de turista interesado. “Es una lástima que no vinieras a nuestra posición para verme mientras estabas en Aragón. Me hubiera gustado servirte el té en una trinchera”. Orwell describió el ambiente de la División 29 como “una comunidad donde la esperanza era más normal que la apatía o el cinismo, donde la palabra ‘camarada’ significaba camaradería y no, como en la mayoría de los países, farsante”, porque allí “nadie trataba de sacar partido de nadie; había escasez de todo pero ningún privilegio y ninguna necesidad de adulaciones”. La consideraba “una tosca visión de lo que serían las primeras etapas del socialismo”. Resumiendo su experiencia, escribió a su familia, “he presenciado cosas maravillosas y por fin creo de verdad en el socialismo, algo que no había hecho hasta ahora”.

La salida de ese paraíso vino signada por la devastadora experiencia de la purga estalinista. Eso le marcó y el sustrato tanto de Rebelión en la granja como 1984. Había supuesto que la izquierda en el poder rendiría culto a la justicia y a la verdad, y se había encontrado con que era capaz de desarrollar la peor tiranía ideada por el intelecto humano, similar y de la misma progenie que la nacionalsocialista.

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Aunque Orwell era un buen, magnífico, defensor de la causa de sus compañeros del POUM, en ese momento no tenía capacidad para influir en los acontecimientos.