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Hungría tenía razón y Merkel ha llevado a Alemania al desastre

Redacción




Ángela Merkel, un desastre tras otro. /Foto: elconfidencial.com.
Ángela Merkel, un desastre tras otro. /Foto: elconfidencial.com.

Virginia Montes

El ser o no ser de Alemania se juega en lo que se llamó la crisis de los refugiados y ha pasado a ser la crisis por los refugiados. El problema a toda Europa, que se encuentra atenazada por sus complejos, y con una situación de tensión que ha pasado a ser interior, tras haber importado, y pagado con dinero del contribuyente, a terroristas suicidas, a los que ha abierto generosamente sus fronteras.

En un clima de gran emotividad e histeria, el 23 de septiembre de 2015 tuvo lugar en Bruselas una cumbre para decidir el reparto por cuotas de los llamados ‘refugiados’, entre los que una buena parte eran excedentes de población de las sociedades musulmanas, como “adolescentes no acompañados”.

La única voz discordante había sido la de Hungría, cuyo presidente Viktor Orbán había declarado que se trataba de “un problema alemán y no europeo”, creado por Alemania, cuyos Servicios Sociales habían hecho un efecto llamada haciendo público que no devolverían a nadie al país de entrada, que la acogida sería universal, y saltándose las leyes de la propia Unión Europea. El ministro de Exteriores húngaro, Péter Szijjártó declaró que “las cuotas no tienen sentido”.

Sobre Hungría se abatió una buena parte de la histeria moral que azotaba Europa, y que era promovida por las televisiones. El Comisario de Inmigración de la UE, Dimitris Avramopoulos se desplazó a Budapest, para declarar que “la mayoría de los que llegan son sirios, tienen necesidad genuina de protección. Creo que tenemos un deber moral, y en mi caso añado que cristiano”. El responsable de la ONU, Sergio Piñeiro declaró que “Europa debería demostrar, como ha hecho en el pasado, que es capaz de ayudar a personas totalmente desesperadas”.

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François Hollande amenazó a Hungría con la expulsión o, al menos, con la retirada de ayudas. “La Unión Europea es un club con unos valores o se comparten o uno debe abandonar”. Reino Unido siguió el consejo. Es obvio que el Brexit es un efecto colateral de la crisis de refugiados.

Viktor Orbán expresó que abrir las fronteras, haría que vinieran muchos más, hasta desbordar las posibilidades y convertir a Europa en un continente islámico, sin identidad.

En medio de esta tensión, la estación Keleti de Budapest estuvo abarratoda, hasta que Ángela Merkel decidió que se abriera un pasillo hasta Alemania. En Munich hubo comités de recepción, no muy numerosos pero llamativos, dando la bienvenida a los refugiados. Esta decisión implicó tensión entre la CSU bávara y la CDU, que se amortiguó con algunas concesiones como una moratoria de dos años para el reagrupamiento familiar.

Hungría resistió la brutal presión internacional, junto con un grupo de naciones del Este, Polonia, Chekia, Eslovaquia. Merkel fue la protagonista de aquellos meses, alabada y ensalzada por todos, acuñando el lema “¡vamos a lograrlo!” cuyo contenido nunca estuvo muy claro. Intentando dar alguna racionalidad a aquella histeria moral, se especuló mucho con las posibilidades económicas abiertas para la industria alemana o incluso algunos mal pensados indicaron que Alemania se quería dotar de un flujo de población semiesclava.

Hoy Alemania es una sociedad aterrorizada, que ha abierto las puertas al terrorismo yihadista, que lo está financiando en sus albergues, en la que la Policía alemana tienen localizados, por denuncias, a 400 radicales islámicos, de los que 59 son potenciales inmediatos terroristas. El año pasado la cifra de refugiados acogidos por Alemania debió rozar el millón; las previsiones eran de 800.000. Los graves problemas para Alemania no han hecho más que empezar. Nadie sabe cómo va a terminar el desastre montado por Ángela Merkel. El concepto de refugiado incluye el deseo de volver al país de origen, pero quienes han llegado lo han hecho con la intención de quedarse. Sin reconocer su fracaso, las autoridades alemanas han empezado a hablar de “abuso del derecho de asilo”.

Hungría se ha evitado ese problema. Ha endurecido su legislación, dotándose de la expulsión en caliente a quienes traspasen ilegalmente sus fronteras. El tiempo ha dado la razón a los húngaros, quienes han subido la puja con un referéndum que cuestiona directamente la supranacionalidad de Bruselas.

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Como dice el ministro del Interior polaco, Mariusz Blaszczak: «Para mí no hay duda de que los problemas que ahora enfrentan nuestros vecinos son el resultado de décadas de política de inmigración, de la política del multiculturalismo y de que se ha venido aceptado durante años a inmigrantes de Oriente Medio y Norte de África que no se integran en la sociedad europea».

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