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Carta del Editor: Sólo hay Católicos y pútridos modernistas

Redacción




Enrique de Diego.

Ha hecho fortuna en la clerigaya la división en la Iglesia entre conservadores y progresistas. En una mera y pedestre traslación del lenguaje político al eclesiástico. Es un gravísimo error. En la Iglesia ha de reinar la unidad y no la división. Somos Católicos de la Iglesia de Cristo. Los que se denominan progresistas es escoria que no son católicos, no pertenecen a la Iglesia que Cristo fundó. Se les puede denominar, para no ser ofensivos, herejes modernistas, que va con los signos de los tiempos, con la podredumbre paganizante del mundo, con la ideología de género, con los sodomitas, con los abortistas y las abortadoras y toda esa patulea degenerada y viciosa.

Siempre que oigas diferenciar entre conservadores y progresistas ya sabes, aunque lleven el cuello alzado, que habla alguien que se considera progresista, o porque lo es, pobrecillo, o porque, el mentecato, piensa que queda bien. Hay Católicos; buenos y malos católicos o eso de católicos no practicantes, pero es gilipollas decir eso de conservadores y progresistas; hay ateos, agnósticos o deístas y en último lugar hay la ponzoña modernista: mal dicho, progresista, esa que, al decir esta misma semana la Virgen, en Medjugorje, «nos quiere robar la alegría de la oración y el encuentro con Jesús». Cabrones.

Ya lo decía San Josemaría Escrivá de Balaguer, que era un buenísimo católico, era santo: «abominemos de ese cómodo irenismo de quien imaginara pacificar todo, encasillando unos a la izquierda y acomodando otros a la derecha, para colocar graciosamente en un prudente centro -nada de extremismos, aseguran- el fruto de su juego dialéctico, ajeno a la realidad sobrenatural». Como dice el soplagaitas y bocazas, cojón del anticristo, Bergoglio, más visto que el tebeo, en la Iglesia caben todos, no se excluye a nadie, o sea en la secta bergogliana no cabe nadie y se excluye a todos, es uno de esos seres diabólicos -el diablo gasta ese tipo de bromas macabras como poner a un imbécil en primer plano- que, cito de nuevo a San Josemaría, «pretenden destruir la Iglesia, adulterando sus fines», montando un club sodomita (tanta obsesión me hace sospechar que ese culongo tan orondo es porque es ejerciente, o toma o recibe); sin tener en cuenta que los sodomitas son altamente promiscuos y suelen tender a la pedofilia, que, por cierto el cabrón de Bergoglio, también es partidario.

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Dice San Josemaría que «se confunde el error con el bien» y eso, pretender destruir a la Iglesia, «es un grave pecado contra el Espíritu Santo» porque ese pecado no se perdona, Dios no lo perdona. Los que lo cometen van al infierno de cabeza. Y sigue el santo: «Confundir a la Iglesia con una asamblea de fines más o menos humanitarios, ¿no significa ir contra el Espíritu Santo?». Pregunta retórica; significa, claro. Por eso yo nunca rezo por los modernistas, por Bergoglio, por su asquerosa secta, ni por el Sínodo, que son un hatajo de modernistas condenados. Y según el cardenal Múller: «Los falsos profetas han anunciado que convertirán a la Iglesia Católica en una onegé al servicio de la agenda 2030»; la satánica agenda 2030. ¡La llevan clara! «Las puertas del infierno no prevalecerán sobre Ella», dice Cristo, Camino, Verdad y Vida. El mandangas y mamarracho de Bergoglio ha escrito dos panfletuchos, que son una mentira tras otra, sobre el timo climático.

San Josemaría dice que «no caben ni ambigüedades ni compromisos. Si, por ejemplo, os llamaran reaccionarios porque os atenéis al principio de la indisolubilidad del matrimonio, ¿os abstendrías, por esto, de proclamar la doctrina de Jesucristo sobre este tema, no afirmarías que el divorcio es un grave error, una herejía?». Por supuesto. Faltaría más. Los que viven en pecado mortal contrayendo nupcias por segunda vez no pueden comulgar, salvo que coman su propia condenación. Aquí no valen medias tintas. Eso es un adulterio como un castillo, ni amor ni laetitia. Y que nos llamen lo que quieran, yo -como San Pablo- sé bien de quien me he fiado.

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Así que, en suma, sólo hay Católicos, los que oran, los que luchan, con todas sus debilidades, por ser cada día mejores. Luego están esa ponzoña de los modernistas que no creen en la Divinidad de Jesús ni la inspiración del Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras, o sea que no creen en nada. A esos, que les dé por culo un pez espada por tiempos, empezando por Bergoglio, siguiendo por los 21 «cardenales» recién nombrados, por casi todos los asistentes al Sínodo y hasta el último de la secta bergogliana.