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Andrés Laguna, insigne médico naturista del siglo XVI

Redacción




Enrique de Diego.

El salón de actos de la Facultad de Artes de Colonia era un hervidero de comentarios, se había llenado hasta los topes de un público ilustrado y curioso por el conferenciante, el insigne médico humanista Andrés Laguna, famoso en toda Europa como médico de emperadores y papas.

Lo que veían ante sus ojos era sorprendente y poco a poco se hizo un silencio expectante: la sala iluminada sólo por cuatro hachones en torno a un catafalco. Andrés Laguna quería ejemplificar ante sus oyentes la muerte de Europa o, más bien, la agonía. «La Europa que se atormenta a sí misma», era el título de la conferencia…Europa estaba surcada de conflictos religiosos y Andrés Laguna ofrecía su cura: neutralidad religiosa, autonomía del orden y de la acción pública, principios idénticos de moral social y personal…

Aquel médico famoso que hizo esa performance excelente e impactante había nacido en Segovia en 1510, hijo del médico judío converso Diego Fernández Laguna y de Catalina Velázquez. Su mansión renacentista, pegada a la muralla, puede observarse en la Calle la Judería Vieja, que serpentea desde la Plaza de la Merced a espaldas de la Catedral, edificada sobre casas de los judíos que emprendieron la diáspora con la expulsión de los Reyes Católicos en 1492, gran éxito de fray Tomás de Torquemada, prior del convento dominico de Santa Cruz, en Segovia, de estilo Reyes Católicos, que fue Hospicio y hoy es Universidad privada.

La casa de los Laguna se encuentra pared con pared del Convento Franciscano, que fue vivienda del rabí Abraham Seneor, el último rabino de Castilla, al cual he dedicado una novela histórica sobre su papel fundamental en la corte de Enrique IV a favor de la subida al trono de Isabel.

Tiene la casa de los Laguna blasonada y artística portada de estilo renacentista y en su interior un atrio o soportal de elegantes columnas graníticas, como es norma en las casa patricias y nobles de Segovia, de forma que se podía pasear y charlar, los rostros acariciados por el tibio sol y resguardados del viento frío cortante de los crudos inviernos segovianos.

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Pido perdón por introducirme en la historia, pero cursé el Bachillerato, en el plan de 1957, con Matrícula de Honor, en el entonces INEM o IES Andrés Laguna, sin que nadie me explicara a quién se debía aquel nombre ni cuáles eran sus muchos méritos. Casi todo se lo debo a aquel buen Bachillerato y al magnífico plantel de profesores pues la Facultad de Ciencias de la Información fue una experiencia frustrante y desoladora. Mejor hubiera sido y es cerrarla.

Andrés Laguna fue segoviano y europeo, cosa lógica en una Segovia volcada, como potencia exportadora a Europa, con el río de mercancías alimentado por la merina, paños, cueros y una rica industria de sombreros que servía a la misma Florencia, desde el puerto «segoviano» de Alicante.

Estudió Artes en Salamanca y en 1530 marcha a la Sorbona en París donde se graduó en Artes y estudió Medicina, y donde coincidiría con los Coronel, que acogían en el Colegio Monteaguado al mismo Erasmo de Rotterdam.

Laguna se empapó de erasmismo, y tuvo una exquisita formación en lenguas clásicas, dominando a la perfección el latín y el griego. En 1536, le tenemos de vuelta como profesor de las universidades de Alcalá y Toledo. Carlos V le nombra su médico personal. De 1540 a 1545 es nombrado médico de la ciudad de Metz. En 1545 se afinca en Italia, donde recibe los honores del doctorado en la prestigiosa Universidad de Bolonia. Es nombrado médico del Papa Julio III. De nuevo en España, se le nombra médico personal de Felipe II, a quien convence de que haga el Jardín botánico de Aranjuez.

Murió el 28 de diciembre de 1559 en Guadalajara, y sus restos reposan en Segovia, junto a los de sus padres, de quien fue tan devoto, en la capilla de Santa Bárbara de la Iglesia de San Miguel, de tanta importancia en la coronación de Isabel y en la sublevación comunera.

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Es Andrés Laguna un médico muy actual, de inquietudes universales, como buen hombre del renacimiento. Junto a la oratio «La Europa que se atormenta a sí misma», es autor de «Las 4 elegantísimas y gravísimas oraciones de Cicerón contra Catilina» y, entre otras, «Discurso breve sobre la cura y preservación de la peste». Pero, sobre todo, es famoso sus Annotaciones in Dioscoridem Anazarbeum, el Dioscorides, del que fue comprobando una por una sus afirmaciones y haciendo sus propios comentarios, hasta doblar las páginas del clásico libro griego, del que se hicieron numerosas ediciones, más de 20, y en donde Laguna plasmó su pasión de médico naturista recolectando plantas y flores por las costas mediterráneas y todas cuantas zonas de Europa pudo recorrer.

Un vademecum y una auténtica enciclopedia naturista a la que hay que volver como guía salvadora en este tiempo de degeneración genocida de la llamada industria farmacéutica. Junto a la modernidad de la performance europeísta y ese magnífico titulo de «La Europa que se atormenta a sí misma», que es más de actualidad que nunca, tiene Andrés Laguna algunas frases dignas de grabarse en mármol y en las frentes de los futuros médicos, cuando la Medicina vuelva a ser digna de ese nombre y no se haya vendido casi en bloque a la cultura de la muerte, Dice Laguna que «los cementerios están llenos de errores médicos» y que «no hay instrumento más apto que el médico para introducir la pestilencia por todas partes». Cuestiones que hemos visto de forma terrible en el genocidio y la masacre perpetrada en la plandemia y por las timo vacunas en las que el personal sanitario se ha prestado a ejercer el sanguinario papel de Menghele.

Andrés Laguna, segoviano universal, al que algunos sitúan como espía al servicio de la Corona, introduciendo morbo novelesco en su figura, fue un médico colosal que tuvo siempre como objetivo curar.