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Agenda 2030: filosofía de la sospecha y desvelamiento último

José Antonio Bielsa Arbiol




Al entregar a la imprenta el manuscrito final de Agenda 2030: Las trampas de la Nueva Normalidad, teníamos bien asumido que era importante partir de la refutación un sofisma muy extendido: el mito de la superpoblación. Sobre esta idea, potencialmente genocida a la postre, debíamos acotar un marco histórico mínimo, con todas sus implicaciones filosóficas.

Sí: filosóficas. Puesto que si no aspiramos a desbrozar el galimatías que circunda las periferias del “Gran Cerebro” que modela la Agenda 2030, difícilmente llegaremos a la básica certeza de que los propósitos finales de ésta, aunque lateralizados, son sobre todo eugenésicos; como otros de su especie (aunque menos invasivos), este programa va indudablemente parejo al plan de reducción mundial de población auspiciado por las plutocracias iluministas. Y no, no podremos acceder al núcleo duro de su filosofía (fundada en una praxis materialista neomalthusiana) si no osamos “profanar” su recinto “sagrado”… desde su deificada “Cabeza”, que no es otra que la del Gran Capital.

Esta “Cabeza” multiprocesal no es metáfora agotada ni resultona imagen retórica: existe realmente, y está interconectada neurolingüística-mente con todas las humanas conciencias que habitamos en la Era virtual (no sólo a través de los dispositivos celulares, la prensa digital, Hollywood y la televisión, etcétera, sino también por la vía todavía más efectista de los simulacros predictivos que participan del venidero relato de una gran catástrofe anunciada) y con la que, de alguna manera, interactuamos en condición de cooperantes pasivos.

El año 2000 la ONU aprobó los llamados “Objetivos de Desarrollo del Milenio”: en ellos aparecían establecidas una serie de “metas” que debían alcanzarse con fecha tope para el año 2015, y que afectarían especialmente “en el ámbito de lucha contra la pobreza, educación, medio ambiente, igualdad de género o salud”; tiempo al tiempo, y alcanzado el año en cuestión, la maquiavélica operación seguía a medio hacerse, por lo que se puso en marcha un nuevo plan de aceleración: la Agenda 2030, toda una radicalización operada sobre los despojos de la Agenda 21.

El 25 de septiembre de 2015 arrancaba al fin la nueva hoja de ruta, a la que entusiásticamente se adhirieron 193 países, teóricamente “comprometidos” y con una misma aspiración: promocionar e implementar los denominados diecisiete “Objetivos de desarrollo sostenible” cocinados en las parrillas de la ONU… para llevarse a término en ese simbólico, y auguramos aciago, año de 2030.

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Hasta aquí, la punta del iceberg: un programa ambiguo, unos procesos complejos de puro enrevesados, unas estructuras de poder legitimadoras y en esencia totalitarias, y una masa enorme de cobayas humanas dispuestas en los diferentes cubículos (llámense “Australia” o “España”) de la “Granja tecnotrónica” donde tendrá lugar la experimentación de rigor. Entre líneas, y bajo tan monstruosa maquinaria sinárquica, empieza la verdadera intrahistoria de una Agenda tan reprobable como bien atada en sus alevosas intenciones.

Para dar validez e incluso legitimidad a este programa, los corruptores del lenguaje han saqueado las menos sutiles y descaradas maniobras de manipulación de mentes: del primado negativo al discurso “arcoíris”, todo vale en este régimen del eufemismo represor (con el que modificar a placer la humana percepción de los acontecimientos, cada día más debilitada y/o dependiente).

Se observará, y es importante subrayarlo una vez más, que la Agenda 2030 jamás establece una metodología definida qué explicite cómo serán llevados a cabo sus propósitos últimos: referido cada uno de sus objetivos, nunca sabremos con precisión el cómo de su consecución, si bien presumiblemente la tecnología desempeñará un papel primordial en este proceso difuso.

Entre medias, la denominada “pandemia por coronavirus” que hicieron estallar en 2020  –utilizando para ello un “virus económico”– nos iba a traer una ampliación del diccionario del NOM, al tiempo que remacharía ante nuestros ojos el gran teatro de la impostura llevado por imposición a todos los ámbitos de la vida.

De ahí la urgente necesidad con la que surge este libro, cuya muy real “meta” no es otra que la de propiciar un debate que nunca llegó a producirse (al menos en el ámbito real de las sociedades civiles). Y es que ese debate no es otro que el de la justificación racional y fundamentada de la pertinencia de implantar la denominada Agenda 2030, un evento sin equivalentes en el devenir de la Historia, y que ha sido impuesto a la desnortada población mundial por la fuerza de simulacros democráticos larvados, sin mediar debate “abierto”, referendo alguno o tentativa análoga que lo cuestione.

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La voz que clama en el desierto debe salir a los caminos. ¡Basta ya de tragar con ruedas de molino todas y cada una de estas desalmadas consignas mundialistas!

José Antonio Bielsa Arbiol: Agenda 2030: Las trampas de la Nueva Normalidad. Letras Inquietas (Marzo de 2021)

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