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Sólo una victoria de Trump puede evitar una guerra civil en un Estados Unidos fragmentado por el partido demócrata (y 2))

Redacción




Enrique de Diego.

En la película «América, América», Elia Kazan describe con su maestría habitual la vida de un antepasado suyo que pasa mil peripecias, incluido el genocidio armenio, para salir del imperio otomano, rechazando un buen partido, para llegar a Estados Unidos, después de pasar la cuarentena, y entrar en la tierra de la libertad y las oportunidades, donde, feliz, empieza como limpiabotas. Eso es el «crisol de razas», un mundo basado fuertemente en el cristianismo, en la ascesis para la virtud, en el patriotismo simbolizado en el respeto y el amor a la bandera. Hoy, el Partido Demócrata le diría que debe seguir siendo turco o turcoamericano y que puede o debe recibir tickets de comida y una subvención, que deben ser su grupo mascota. Donald Trump se hubiera entendido bien el antepasado de Elia Kazan porque defiende y propugna esa América donde todos pueden tener oportunidades de triunfar.

Hoy un vendaval de estupidez, que azota al Partido Demócrata con inusitada fuerza, está diciendo estupideces históricas, que no tienen ni pies ni cabeza y son por completo ucrónicas. Así que los padres fundadores, como George Washington o Thomas Jefferson tenías esclavos y eran racistas. En aquellos momentos, desde Aristóteles, la esclavitud se consideraba natural; las haciendas funcionaban mediante esclavos; los vendían los jefes de tribu negros y el tráfico de esclavos era practicado en gran escala por los árabes (Mauritania fue el último Estado en abolirla en 1954). La lucha contra el tráfico de esclavos fue protagonizada por Inglaterra bajo la presión del fundamentalismo cristiano y llevada a cabo por la Armada inglesa. Cuando el 4 de julio se la «Declaración unánime de los trece Estados Unidos de Norteamérica» empezó un aventura humana guiada por el cristianismo, no confesional. La Primera Enmienda rechaza específicamente la constitución de una Iglesia nacional y prohíbe al Congreso aprobar «cualquier ley concerniente a la instauración de una religión o que prohíba, en consecuencia, el libre ejercicio de un culto». En la elaboración de la Constitución que proclama que Dios ha hecho a todos los hombres libres e iguales ante la Ley, se quiso introducir que el rey Jorge les había tratado como esclavos, pero protestó Carolina del Sur y se quitó. Benjamin Frankling se preguntaba «¿por qué aumentar los hijos de África esparciéndolos por toda Norteamérica'». Era un adelantado a su tiempo.

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La cruenta guerra de Secesión resolvió la contradicción pero generó el problema negro. Cuando entró en guerra, el Sur contaba con 5.449467 blancos y 3.521.111 esclavos negros. Abraham Lincoln consideraba que la esclavitud acabaría con la Unión. Estaba basada en principios liberales de libre comercio y autonomía de los Estados. Lucharon a favor de la Unión cuatro Estados esclavistas: Misuri, Maryland, Delaware y Kentucky. Lincoln hizo un llamamiento al patriotismo primario cuando se atacó a Fort Sunner: «La bandera tachonada de estrellas ha sido atacada por tropas sureñas». Le siguieron en la lucha los Estados del «cinturón de la Biblia» y en la defensa de la esclavitud estaba el Partido Demócrata.

Lincoln esperaba sinceramente que los negros volvieran a Africa. Decía crudamente que era imposible libera los esclavos y convertirlos «política y socialmente en nuestros iguales». Adoptaba sin ambages una actitud hacia los negros que ahora se consideraría racista: «Mis sentimientos más íntimos se oponen a la igualdad». Dijo a una delegación de negros que fue a la Casa Blanca a visitarlo y le preguntó su opinión acerca de la posibilidad de emigrar a Africa o algún otro lugar del mundo, que esa idea le parecía buena: «Nuestro pueblo no ve con buenos ojos, por más cruel que parezca, que ustedes, los hombres de color, sigan viviendo aquí». Incluso, puso en marcha una colonia experimental en Santo Domingo que fracasó. Luego se ofreció a los negros ir a Africa y fueron muy pocos, apenas 2.500, que fundaron Liberia, un estado fallido en continua convulsión. El término afroamericano es una completa estupidez. Contradice el «crisol de razas» por el que unos Estados Unidos poco cohesionados étnicamente se fundamentan en el cristianismo y en el patriotismo, no en comunidades yuxtapuestas, en Sodoma más el asistencialismo de los que tienen mentalidad de ungidos.

Los intelectuales de la costa Este se opusieron al «crisol de razas» por considerar que era hacer a todos anglos y era mjeor una sociedad diversa y multicultural, fragmentada y en conflicto. Las dos posiciones se confrontaron en el debate sobre el creacionismo y el darwinismo, William Jennings Bryan, que se oponía a que se enseñara en las escuelas el darwinismo como un dogma. Los propósitos de Bryan eran democráticos y progresistas; luchó por el sufragio femenino, el impuesto federal a los réditos y la creación de un banco de la reserva, por la elección del Senado mediante el voto popular, la publicidad de las contribuciones a las campañas políticas, la liberación de Filipinas y la representación del movimiento obrero en el gabinete. Dimitió con Secretario de Estado cuando Estados Unidos se encaminaba hacia su intervención en la primera guerra mundial.

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Quien se opuso a la cruzada de Bryan fue el filósofo John Dewey, pero ante el sectarismo creciente de los intelectuales de la Costa Este les advirtió que las fuerzas que ella representa «no serían tan peligrosas ni no estuviera unidas a cosas tan buenas y necesarias». Bryan hablaba en nombre de algunos de los mejores y más esenciales elementos de la sociedad norteamericana»: «las clases que asisten a la Iglesia, las que se encuentran bajo la influencia del cristianismo evangélico, de la reforma social mediante la acción política, del pacifismo, de la educación popular. Engloban y expresan el espíritu de cordial buena voluntad hacia las clases que se encuentran en situación económica desventajosa y hacia otras naciones, sobre todo cuando éstas muestran cierta disposición a la forma republicana de gobierno. El Oeste Medio, la región de la pradera, ha sido el centro de la filosofía social activa y el progresismo político porque es el foco principal de esa gente; como creen en la educación y en mejores oportunidades para sus propios hijos han sido la misma gente que respondió a los llamamientos a favor del trato justo y la más cabal equiparación de oportunidades para todos. Siguió a Lincoln en la abolición de la esclavitud y siguió a Roosevelt en su ataque contra las ‘malas’ corporaciones y las acumulaciones de riqueza. Ha sido el centro en todo el sentido de la palabra y en todos los movimientos».

Esa bifurcación no ha hecho más que agradarse en las últimas décadas, imponiendo la dictadura de lo políticamente correcto y no hay nada más asfixiante e irrespirable que una tiranía cultural. Eso es lo que ha venido a romper Donald Trump, a defender la «ciudad sobre la colina» que debe volver a ser Estados Unidos si quiere ser grande y no se hunde en la mediocridad y la mentira, en la fragmentación del Partido Demócrata, el partido que defendió la esclavitud y ahora representa la decadencia y la degradación del ser humano y de la ciudadanía norteamericana.