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Carta a la ‘feminista’ Elisa Beni: ¡Con lo que te gustaba ser la señora de y la lencería fina!

Redacción




Enrique de Diego.

Vaya, Elisa Beni, te has reinventado como feminista engagé, tú que tanto gustabas de ser la señora de, y llegan ecos por la red de que has sentado plaza como tertuliana, esa nueva profesión que oscila entre el circo y el teatro, en la que una serie de figurantes hacen como que debaten y entretienen al personal para que abandone la funesta manía de pensar mientras la casta los expolia. Aunque el feminismo se ha convertido en el último reducto de las estúpidas, es un negocio bastante rentable con mínimo esfuerzo, pues se nada a favor de la corriente.

La última evacuación de tu feminismo impostado es que has comparado los certámenes de Miss España con los concursos de vacas. En efecto, los hay también de vacas y de sementales, y la comparativa puede justificarse, en su pobreza mental, como analogía –diferencia de grados- pues somos, en clasificación aristotélica, animales racionales; animales, al fin y al cabo. No soy forofo de tales concursos, a los que tan aficionado ha sido el baboso sobón Luis María Ansón, pero tampoco comparto esta nueva inquisición patética que trata de establecer normas para los demás. He estado en algunos programas de radio con alguna Miss España que era muy inteligente, y que nunca diría tal patochada ovina. Deberías, en mi opinión, rumiar algo más las opiniones antes de emitirlas. En el Reino de Valencia hay concursos de mises, por analogía, muy tradicionales como el de Fallera Mayor valenciana o el de la Bellea del Foc alicantina. Todas las niñas de Valencia sueñan con ser fallera mayor, como las alicantinas lo hacen en ser belleas, con sus bellos atavíos, y a nadie, en su sano juicio, se le ha ocurrido compararlas con las vacas. Mas como ya dominas las cuatro idioteces feministas para andar por los platós –Las Mañanas de Cuatro, Al Rojo Vivo, Más vale tarde, La Sexta Noche y Madrid al día– y ganarte decorosamente la vida, remachas que “no me gusta que se cosifique al ser humano”.

Por lo que veo en las fotos de tus actuaciones tienes una tendencia compulsiva a enseñar muslo, como si fuera un argumento de autoridad, de tal manera que bien pudiera entenderse que te cosificas a posta, aunque sería ofensivo llamarte vaca y mucho menos ternera.

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Cuando el inolvidable, ese gran caballero, esa buena persona, ese dechado civilizatorio que era Germán Yanke quiso contar conmigo en la revista Época coincidí contigo que eras redactora jefe de continuidad, esa función de mesa cuyo fin es conseguir que se cierre a tiempo. En todos aquellos años nunca diste una noticia, lo cual siempre me ha parecido gran desdoro en quien se titula periodista. Y cuando alguien llegaba con una exclusiva o con un buen tema tendías a ponerte envidiosa, rencorosa, nerviosa –lo cual en ti es una constante de ansiedad- y te esmerabas en intentar boicotear el tema. Eras una de esas pseudoperiodistas intrigantes de despacho y una completa rémora, pues mantenías conversaciones subidas de tono, con voz hiriente, que impedía la concentración con dos temas de preferencia: lo listo, capaz y triunfador que era tu marido, Javier Gómez Bermúdez, y la lencería fina que te ibas a comprar y poner: los bodys, ligueros, braguitas y sostenes, con el negro como color preferido. No había que aguzar el oído pues tu voz es estridente. No sé si tal desparpajo es propio de una mujer liberada o de una simple hortera. En todo el mundo, para hablar de esas cosas se cierra la puerta, pero aquello era en medio de la redacción.

Javier Gómez Bermúdez y Elisa Beni.

No te guardo rencor porque seas la persona que ha estado más a punto de enviarme ante el juicio de Dios a gozar de su presencia. Paseaba yo, tranquilo y sosegado, por Arturo Soria, a la anochecida, pasando legalmente por un paso de peatones, cuanto un coche se abalanzó a toda velocidad, teniendo que frenar denodadamente para no atropellarme, cuando saliste tú.

En aquellos discursos públicos te hacías lenguas de las proezas sexuales de tu primer esposo, un legionario, lo que no dejaba en buen lugar al calvorota de Gómez Bermúdez, al que conociste en Almería, cuando tú trabajabas –espero que más que en Época– en La Voz y estando entrambos casados cada por su lado, como dice una crónica, “triunfó el amor” hasta abril de 2.014 en que se produjo el fracaso; es decir, el divorcio. Ya se ve que la lencería fina en negro no da para siempre.

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Cuando se fue Germán Yanke no soportaste que no te hicieran directora y montaste un pifostio de mucho cuidado, calificando de mediocre al designado y de ahí a toda la Humanidad menos a ti, que, al fin y al cabo, eras la señora de Gómez Bermúdez. No podías seguir, claro, y el día en que ibas a firmar el finiquito, apareciste con tu esposo muy en el papel de juez de la Audiencia Nacional, que parecía que iba a ordenar un registro y a llevarnos a todos detenidos. No me parece una escena muy feminista.

Luego tu entonces esposo te colocó, a la manera más tradicional y nepótica, como directora de comunicación del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, un puesto que no existía y que fue creado para darte un sueldo. He de reconocer que Gómez Bermúdez hizo un trabajo aliñado en el macrojuicio del 11 M pero te lo cargaste cuando a los veinte días de terminado, saliste como autora de un bodrio oportunista titulado “La soledad del juzgador”. Adujiste que no habías utilizado información privilegiada, pero tal argumentario resultaba obsceno viniendo de la compañera de alcoba del juez; eso era dudar de los efectos taumatúrgicos de la lencería fina o de la simple comunicación habitual de un matrimonio.

Javier Gómez Bermúdez resumió, tiempo después, tu gloriosa metedura de pata, dejándote llevar, Elisa, por unas ganas de figurar irrefrenables: «Mi mujer decide escribir un libro que es un refrito de las crónicas periodísticas que se publicaron al respecto. Que fue inoportuno, pues sí, pero porque le dio armas a aquellos que querían desprestigiar el trabajo que habíamos hecho». La cuestión en litigio era demasiado grave para tu deleznable oportunismo. A las dos semanas de salido el libro, fuiste destituida “por pérdida de confianza”. Mas por estas cosas curiosas de esta sociedad degradada, el patético ridículo te dio notoriedad, que es un valor en sí en esta sociedad vacía de principios y ajena a los méritos de la profesionalidad.

Vuelvo al principio. No sé, la verdad, si una señora que va de plató en plató enseñando muslo, está en condiciones de llamar vacas a las que participan en los concursos de belleza. No te cosifiques tanto, Elisa Beni, o vamos a tener que compararte con una vaca.