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La guerra de la Vendée (3): El terror de los caníbales y el genocidio programado

Redacción




Enrique de Diego.

Humillada la república, envía tropas de refresco con órdenes terminantes de exterminar, quemar, no dejar piedra sobre piedra. Se adquieren guillotinas, el invento de los revolucionarios, de los liberal-masónicos. Se toman los pasos del Loira. Y de repente, el 9 de junio, se produce un gran debacle republicana: los vandeanos toman Samur, una fortaleza inexpugnable, guarecida con 16.000 soldados de élite. Es tomada por 15.000 vandeanos. El ejército de la República se desbanda, se incrementan las deserciones, que siempre ha sido un problema, no consiguen recuperar la fortaleza, el ejército vandeano marcha hacia Nantes, llegan a sus puertas…Y, sin embargo, nunca será tomada. Los vandeanos pierden su oportunidad histórica de tomar una ciudad importante, lo cual hubiera resonado en toda la nación.

Los poderes públicos aprovechan la coyuntura para reorganizarse; consolidan las plazas fuertes y acuden hombres “nuevos”, expeditivos, sin escrúpulos morales, productos e hijos de la revolución. Los vandeanos fracasa su fallido ataque a Le Mans y se retiran, “para evitar un ejército de caníbales que venía a quemar y ensangrentarlo todo, pasamos el Loira en gran número para formar en la otra orilla”. Caníbales, y peor que caníbales, mucho peor.

El general Westermann escribe: “Sin detenerme un instante, seguí al enemigo por la ruta de Laval donde a cada paso cientos y miles de bandidos encontraban la muerte. Todos fueran despedazados. Fue sobre esa montaña de cadáveres como el 24 por la noche (14 de diciembre) llegué a Laval con mi caballería y mi artillería. Seguí el camino hasta Craon, de ahí a San-Mare…Cada paso, cada granja, cada casa se convirtió en la tumba de un gran número de bandidos”. Ese es el nombre con que los revolucionarios –mucho peor que forajidos- se referían a los vendeanos.

Tras el desastre de Le Mans, el general Marceau informa: “El día comenzaba apenas cuando la vanguardia ligera de esta división me hizo pedir permiso para cargar a la bayoneta. Se lo concedí. Un triste silencio, interrumpido por las quejas y gemidos de los moribundos, me anunció el éxito de esta medida. Esta audacia verdaderamente republicana desconcertó al enemigo que evacuando las casas en muchedumbre, no pensaba más que en buscar su salvación en la fuga. Entonces abandonando sus equipajes, tirando sus fusiles, tomó el camino de Laval. Nuestros soldados hicieron una carnicería espantosa en la ciudad y los persiguieron por el camino con tal ensañamiento que pronto no fueron algunos fugitivos sino toda la retaguardia la que alcanzaron. Pronto, todo el camino estaba cubierto de muertos. Por agotadas que estuvieran nuestras tropas hicieron todavía ocho leguas, masacrando sin cesar y haciendo un botín inmenso. Una inmensidad de mujeres, tres mil fueron ahogadas en Pont-au-Baux”.

Los vendeanos se retiran con mujeres y niños, no hay piedad para ellos; la crueldad republicana. Gabory, otro general escribe: “Un delirio de sangre y de sadismo se apodera de los soldados: se reservan como botín de guerra las mujeres más distinguidas y las religiosas. Despojan los cadáveres de sus vestidos, y los alinean sobre la espalda…llaman a esta operación poner en batería”.

“Los prisioneros, viejos, mujeres, niños, sacerdotes son arrastrados hacia Ponthière para ser allí fusilados”. Carrier, informa a la Convención: “El asunto de Le Mans ha sido sangriento, tan mortífero, que desde este municipio la tierra está cubierta de cadáveres”.

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En Savenay viene el último desastre. Westermann se envanece informando al Comité de Salud Pública: “Ya no hay Vendée, ciudadanos republicanos…He exterminado todo”. Se utiliza un leguaje críptico con hacen todos los totalitarios, la revolución ha inventado el totalitarismo, tal que “la solución final”. El Loira se va a llenar de sangre y de circunloquios. Los llevan de cien en cien “para hacerles tomar baños”: les meten en una barcaza y les hunden. El Loira se convierte en una inmensa tumba. “Mejor, los salmones serán más gordos”, comenta un miembro del Comité de Salud Pública. La guillotina funciona constantemente pero no da abasto. “Se ha tomado el partido de meter cierto número en grandes barcos, llevarlos al medio del río, y ahí se hunde el barco al fondo”. Lo llaman “deportaciones vertciales”. A veces, para divertirse, cogen a un hombre y una mujer desnudos, los atan y los ahogan: lo llaman “el matrimonio republicano”. Ahogan “a gran número de mujeres de las que varias llevaban niños en los brazos”.

El general Bard comenta del modo más frívolo: “Todos los días mis cazadores me harán ofrenda de veinte cabezas bandidas, todo para mis pequeños  placeres. Hasta el presente regalo me ha sido hecho, pero la caza empieza a disminuir notablemente. Me veo muy pronto forzado, vista la penuria, a disminuir el número estipulado por convención entre mis hermanos y yo”.

Como la única alternativa es el exterminio, La Vendée, llorando a sus muertos, fruto de la desesperación, se subleva otra vez. Ahora vamos a ver todo el horro nazi y comunista a la vez, incoado, los hornos crematorios, la piel despellejada utilizada, la grasa de los cadáveres, el asesinato de los niños, y la guerra química para utilizarla contra toda la población. Carrier propone envenenar los pozos con arsénico. Westerman piensa también en el arsénico para mezclarlo con aguardiante para ofrecerlo a los vendeanos. No se llevará a la práctica por desconfianza hacia la propia tropa no se lo beba. Pero consta que el “carnicero de La Vendée” llega a pedir el envío de “seis libras de arsénico y un transporte de aguardiente”. Al ministro de la Guerra se le solicitan explosivos mezclados con “humos soporíferos y envenenados” argumentando que “por las minas, fumigaciones u otros medios, podría destruirse, adormecer, asfixiar al ejército enemigo”.

La Convención está decidida a convertir La Vendée en el “cementerio de Francia”, como le pide Turreau, el jefe de las “columnas infernales”. Ëste recién llegado al teatro de operaciones, al día siguiente de Savenay, solicita un decreto que le cubra de manera explícita en la ejecución de su plan: “Os pido una autorización expresa o un decreto para quemar todas las villas, pueblos y aldeas de la Vendée que no estén en el sentido de la revolución y que proporcionan sin cesar nuevos alimentos al fanatismo y la realeza”

Ante el silencio de los representantes, vuelve a la carga de manera más clara: “Debéis igualmente pronunciaros de antemano sobre la suerte de las mujeres y los niños. Si hay que pasarlos a todos por el filo de la espada, yo no puedo ejecutar semejante medida sin una orden que ponga mi responsabilidad a cubierto”. Pero sin esperar, ese mismo día comunica a sus lugartenientes: “Todos los bandidos que sean encontrados con las armas en la mano, o convictos de haberlas tomado, serán pasados por la bayoneta. Se actuará de la misma manera con las mujeres, chicas y niños. Las personas solamente sospechosas no serán tampoco apartadas. Todos los pueblos, burgos, matorrales y todo lo que pueda ser quemado será entregado a las llamas”.

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Por fin, el 8 de febrero de 1794, el Comité envía a Turreu su acuerdo en los siguientes términos: “Te quejas, ciudadano general, de no haber recibido del Comité una aprobación formal a tus medidas. Estas le parecen buenas y puras pero, alejado del teatro de operaciones, espera los resultados para pronunciarse: extermina a los bandidos hasta el último, ese es tu deber”.

“Si mis intenciones son bien secundadas, ya no existirá la Vendée en quince días, ni casas, ni subsistencia, ni armas, ni habitantes”. Ponen en práctica, como en Auschwtiz los hornos crematorios. Todavía no han descubierto el Zyclon BX; han de conformarse con los hornos de pan, pero se divierten como las SS. Es un oficial de policía, Gannet quien cuenta la actuación de Amey, que mandaba la división con sede en Mortagne:

“Amey hace encender los hornos y cuando está bien calientes, mete en ellos a las mujeres y los niños. Le hemos hecho amonestaciones; nos ha respondido que era así como la República quería cocer su pan. Primeramente se ha condenado a este género de muerte a las mujeres bandidas, y no hemos dicho demasiado; pero hoy los gritos de esas miserables han divertido tanto a los soldados y a Turreau que han querido continuar esos placeres. Faltando las hembras de los realistas, se han dirigido a las esposas de verdaderos patriotas. Ya, veintitrés, que sepamos, han sufrido este horrible suplicio y no eran culpables más que adorar a la nación. Hemos querido interponer nuestra autoridad, los soldados nos han amenazado con la misma suerte”.

Las atrocidades cometidas en La Vendée superan lo imaginable, comenta Alberto Bárcena: no se trataba solamente de la enormidad de las masacres, ni de la manera salvaje en que se les daba muerte; después de muertos, fueron tratados como animales. Como en los campos de exterminio nazis, se curtía la piel de las víctimas para confeccionar pantalones de montar destinados a los oficiales superiores. Y se coge la grasa de los cadáveres, como las SS, para hacer jabón: “Hicimos agujeros en la tierra para colocar calderas a fin de recibir lo que caía; habíamos puesto barras de hierro encima y colocado a las mujeres encima, después más encima aún estaba el fuego. Dos de mis camaradas estaban conmigo en este asunto. Envié diez barriles a Nantes. Era como la grasa de momia”. También disecaron las cabezas cortadas de los vendeanos.

El “hombre nuevo” de la revolución, el liberal-masónico, se parece bastante a la alimaña o a un ser demoníaco.

La guerra de La Vendée, Una cruzada en la revolución, Alberto Bárcena Pérez, Editorial San Román, 251 páginas.

https://www.editorialsanroman.com/

http://ramblalibre.com/2020/02/29/la-guerra-de-la-vendee-2-el-ejercito-catolico/

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