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Jordi Évole y Carlos Herrera se hacen el harakiri a propósito del triunfo patriótico de Vox

Redacción




Enrique de Diego.

Resulta difícil imaginar un programa más pesado y menos televisivo que el «Salvados» de Jordi Évole y Carlos Herrera a propósito del triunfo patriótico de Vox en las elecciones andaluzas (400.000 votos y 12 diputados). Porque ha sido un absurdo mano a mano entre Évole y Herrera con una superficialidad atronadora, con una frivolidad supina, con una incapacidad para el análisis pasmosa. Ha habido momentos en que daba una infinita vergüenza ajena ver como se hacían el harakiri impúdicamente esta pareja de fondones triperos del sistema.

Lo primero y evidente es que el programa se tenía que haber emitido antes de las elecciones y al hacerlo después es una evidente trampa: ha habido una conjura de silencio y no ha funcionado y ahora se trata de ver cómo se puede combatir el fenómeno Vox y no saben qué hacer. Ese «mamporrero del poder«, feliz descripción de Santiago Abascal hacia Jordi Évole, que es el exfollonero, confesó que no sabe qué decir sobre Vox (por eso se buscó al insustancial y adormecedor Herrera, que duerme a las ovejas). «Es la primera vez» que habla de Vox. Su equipo decidió, con la prepotencia de los censores, que no iban a hablar «hasta que tengan representación».  Una forma evidente de intentar impedir que la consiguiera. E incluso después de ello «tengo dudas«, porque «cuanto más hablemos, más subirán». Todo esto nada tiene que ver con el periodismo, sino con el lacayismo hacia las élites de la corrección política.

Carlos Herrera, un personaje insustancial

Évole se confesó «un poco asustado«, manipuló todo lo que pudo en relación con la inmigración y se centró en cuestiones nimias de terminología del programa electoral de Vox. Lo de Carlos Herrera fue el ridículo llevado a su máxima expresión. Es un personaje insustancial, sin ningún fondo, un acomodado pestilente. Es tremendo que el presentador estrella de la cadena confesional católica COPE, en donde los principales accionistas son los obispos de España, considera «una barbaridad» que Vox propugne que no se pague con dinero público el crimen abyecto del no nacido en el vientre de la madre. Ahora mismo le tendrían que poner de patitas en la calle o no me gustaría estar en la piel de los obispos ni de Fernando Giménez Barriocanal en el Juicio inapelable de Dios. ¡Cuánta incoherencia y cuánta hipocresía!

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Herrera, que es un apesebrado del PP más tibio, llegó a decir que PP y Ciudadanos «no tienen que mancharse las manos» con Vox, lo consideró, con reticencias, un fenómeno prestado, temporal. Todo este tipo de cosas en la barra de una taberna que es un lugar más serio que lo que dan de sí Herrera y Évole, que hubieran estado mejor dialogando en una escombrera.

Santiago Abascal, en un mitin de la campaña andaluza. /Foto: eldiario.es.

Momentos emocionantes de orgullo patriótico

El programa sí sirvió, mediante las imágenes, para conocer el fenómeno popular de Vox y la verdad es que en muchos momentos ha sido emocionante percibir el orgullo patriótico, la juventud desbordante, la firmeza en las ideas, la nobleza de los sentimientos. Nadie ha engañado a los votantes, han sabido lo que votaban y con mucha consciencia. Orgullo para ondear la bandera nacional, para valorar el sacrificio de los militares, la Guardia Civil y la Policía Nacional o para cantar «Soy el novio de la muerte«. Una España que se resiste a morir bajo toneladas de mentiras y que emerge.

Magnífico en la oratoria Santiago Abascal, sin pelos en la lengua, claro en la forma y en el fondo, en comunión directa con el público, dominando los tiempos de la comunicación y el diálogo, en refuerzo de la voluntad. Espléndida la candidata de Almería. Los mítines llenos. Muchísima gente joven. Son esos mítines de los que no se ha dado ni una imagen, ni prácticamente ninguna información durante toda la campaña con una censura inmisericorde y un silencio espeso.

Es interesante constatar que en La Sexta -ni un solo programa sobre la debacle de su Podemos- están desbordados por el fenómeno de Vox. Al silencio ha seguido el estruendo obsesivo. Jordi Évole no supo qué decir en el programa sobre Vox, se movió con torpeza en la mera superficie. La justificación es que está «asustado«. Este mamporrero del poder, la quintaesencia del buenismo estúpido, habitualmente dedicado a banalizar el mal, estuvo bien a gusto con Arnaldo Otegi o cuando se convirtió en el vocero de Nicolás Maduro o cuando se prestó a hacerle la campaña a Compromís en el Reino de Valencia pero le asustan los que defienden la unidad de España porque este niño mimado del sistema, este lacayo adiestrado fue capaz el 1 de Octubre de espetar en su twitter que «los que idearon este plan para evitar el referéndum igual no saben que lo que han provocado es que hoy Cataluña se vaya definitivamente».