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Cien años de Rita Hayworth. Diosa del cine

Redacción




Fernando Alonso Barahona. Crítico de cine.

Orson Welles, su segundo marido, solía recordar que en cierta ocasión, Rita Hayworth le había confesado: «¿Sabes?, la única felicidad que he tenido en la vida ha sido contigo».

Margarita Carmen Cansino Hayworth (Nueva York, 17 de octubre de 1918-Nueva York, 14 de mayo de 1987), hubiera cumplido en este mes de octubre  cien años. Su recuerdo imperecedero en la memoria del cinéfilo se acentúa si recordamos su magia, su mirada, sus mejores películas. Una auténtica diosa del cine.

De ascendencia española su padre fue Eduardo Cansino, un bailarín español de segundo nivel que empezó su carrera en Estados Unidos formando pareja con su hermana Elisa haciéndose llamar los Dancing Cansinos. Mientras actuaban en la comedia musical ‘Follow me’, conoció a una llamativa corista de 19 años, Volga Hayworth, con la que se casó a escondidas. Cansino enseñó a bailar a su hija ( Rita llegó a ser partenaire del gran Fred Astaire en Bailando nace el amor, 1941) pero también abusó de ella y la hizo desgraciada en su infancia. No es de extrañar que la poco más que adolescente Rita aceptara casarse con solo diecisiete años con un tipo oscuro llamado Eddie Judson, que ya llevaba tres matrimonios a cuestas.

Su vida privada fue muy complicada, se enamoró de un genio como Orson Welles que le dirigió en una película inolvidable: La dama de Shangai, pero la felicidad resulto efímera. Tras Welles, inició una relación con el magnate tejano Howard Hughes  Y, en un viaje, poco tiempo después, a Francia conoció al que sería su tercer marido, Alí Khan, hijo del Aga Khan, un príncipe con fama de vividor y conquistador, casado y con dos hijos. Se quedó embarazada, lo que precipitó los trámites y la boda, que se celebró en la Costa Azul en mayo de 1949. Siete meses después nació, en Suiza su hija  Yasmin.

Rita  Hayworth, enferma de Alzheimer, falleció a los 68 años de edad. Uno de sus amigos, Glenn Ford, contaba al conocer su muerte: «Estoy triste, una querida amiga me ha dejado sólo. Ver sus imágenes, sentir el halo que desprenden, hace más terrible pensar en su lento deterioro. Pocas como ella lograron hacer brillar tanto la magia del cine. Y ninguna pudo brillar tan alto y con tanta alegría de vivir«.

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Nos quedan sus películas. Obras maestras como Solo los Ángeles tienen alas (Howard Hawks 1939 ) aunque los protagonistas fueran Cary Grant y Jean Arthur. Y la magistral Sangre y arena’ donde encarnó  una convincente doña Sol  en esta versión de  la novela de Blasco Ibáñez dirigida por Rouben Mamoulian. Tyrone Power, Linda Darnell y Anthony Quinn la acompañaron en esta historia española de toros, sangre, pasión romántica y tragedia. La secuencia en la que Rita seduce al joven torero que encarna Tyrone Power es antológica como lo es aquella otra en la que Linda Darnell ( casada en la película con Ty ) acude a visitar a doña Sol para rogarle entre lágrimas  que deje de jugar con su marido. Amor frente a capricho, seducción frente a cariño. Una dualidad que la película describe de forma impresionante con una imaginería inspirada en los cuadros de Goya y Solana.

Cinco años en 1946 llegaría la mítica  ‘Gilda‘ dirigida por Charles Vidor. Film noir de primera categoría con escenas que han quedado grabadas en la memoria del espectador de cualquier generación : la bofetada de Glenn Ford, el retrato del mundo del hampa o la maravillosa interpretación que Rita hace de la canción Amado mío  y de Put the blame on mame . Para ser más exacto su mirada, sus brazos y sus movimientos porque la voz estuvo doblada por Anita Ellis.

Enseguida vino la excelente y perversa ‘La dama de Shanghai’ (1947), dirigida por su entonces marido Orson Welles y en la que hacía de  vampiresa rubia (un cambio de estilo que el público no aceptó). La obra de Welles parte de una situación clásica en el cine negro: Michael O´Hara -. Welles – es un hombre normal y corriente, que una solitaria noche conoce a una mujer enormemente fascinante, para la que acabará trabajando en su pequeño barco, y cómo no, enamorándose de ella. Debido a esa fascinación, se verá envuelto, muy a su pesar, en un peligroso juego de intriga y asesinatos. 

Orson Welles con Rita Haywort y sus dos hijos comunes, en 1945.

La secuencia final en los espejos es una de las más impresionantes jamás rodadas en la historia del cine. El laberinto de los espejos ideado por Welles impide saber con certeza quién va a morir puesto que las figuras, multiplicadas por el reflejo, se escinden y confunden. ¿Cuál es la real ? ¿cuál es la virtual ? Juego perverso de atracción y muerte.

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Pero tras Gilda y Shangai comenzaría un lento declive‘La dama de Trinidad’, Vincent Sherman, 1952; ‘Salomé’, William Dieterle, 1953 pese a compartir reparto con Stewart Granger y Charles Laughton, ‘Fuego escondido’, Robert Parrish, 1957 fracasaron en taquilla y no aportaron prestigio crítico.

Más éxito gozó Pal Joey, 1957 de George Sidney, con Frank Sinatra. su regreso al género musical.

Los avatares de la vida iban dejando huella en su rostro, pero Rita fue capaz de demostrarse a sí misma y al mundo que podía ser una gran actriz, su personaje dramático en Mesas separadas (Delbert Mann, 1958 fue tal vez  su mejor interpretación, al lado de Burt Lancaster, David Niven y Deborah Kerr. También la vimos en un  extraño, irregular pero y bello western ‘Llegaron a Cordura (Robert Rossen, 1959), en el que Rita compartía pantalla con otro mito veterano del cine: el gran Gary Cooper.

En 1963, Samuel Bronston la ofreció un personaje secundario pero lleno de encanto y madurez en El fabuloso mundo del circo, dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por John Wayne y Claudia Cardinale (que interpretaba a su hija en la historia ). Después más papeles secundarios (La ira de Dios, 1972 de Ralph Nelson, con Robert Mitchum) hasta que los primeros síntomas de la enfermedad comenzaron a atenazar sus recuerdos.

Rita Hayworth es una genuina diosa del cine y su encanto y su presencia permanecerán mientras existan las películas. Su centenario es una buena oportunidad para redescubrir una belleza que fue capaz de hacer temblar las pantallas, ocultado – de paso – una vida difícil en la que la felicidad apenas acampó en el tiempo de su existencia.