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El lenguaje del abanico o el despropósito de los Goya 2018

Redacción




Posado en los Premios Goya. /Foto: el país.com.

Yolanda Cabezuelo Arenas.

No entiendo el sentido de otra representación política en la gala de los Goya que la del ministro de cultura; pero mira por dónde esta edición nos ha sorprendido con la presencia de al menos tres: Albert Rivera, atractivo y simpático; Pedro Sánchez, que es atractivo pero no simpático; y Pablo Iglesias, que no es una cosa ni otra.

A Albert Rivera hay que dejarlo aparte, porque además ha tenido el buen sentido -muy criticado en redes- de no posar con el abanico rojo. En cambio Iglesias y Sánchez sí que han hecho alarde reivindicativo abanico en mano, a pesar de que ambos se han quitado de en medio mujeres que les hacían sombra en sus respectivos partidos; el socialista a una, e Iglesias lleva ya tres delegaciones al gallinero: Tania Sánchez, Irene Montero y Carolina Bescansa -las dos primeras previo paso por su cama-; por tanto no parece el más apropiado para sacar pecho, ni abanico, por causa feminista alguna. Si acaso, un pai-pai de esos de los chinos.

La salida de pata de banco del «campo de nabos»

La gala ha centrado su atención, como siempre, en los modelitos que se han lucido sobre la alfombra roja, consejos de estilo incluídos. Leticia Dolera afirma que se puede ir elegante en zapato plano, como si hubiera descubierto América. La elegancia está más presente en el saber estar que en el vestido o el calzado; y cuando alguien responde que la gala está quedando como un «campo de nabos», es evidente que no podrá ser nunca elegante se ponga zapatos planos o tacones de stiletto. Una persona capaz de hacer en público semejante comentario podría, como mucho y si se pone a ello con tesón, llegar a ser educada; pero elegante, jamás.

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Lo del «campo de nabos» -exabrupto ordinario donde los haya- pone de manifiesto la doble vara de medir que últimamente nos quieren imponer en todos los ámbitos. Si los hombres tuvieran la piel tan fina como algunas mujeres la van teniendo, habrían puesto el grito en el cielo por considerar que el comentario atenta contra la dignidad masculina. De haberse dado la situación contraria, o sea, que el ordinario fuera hombre y se refiriese a un aforo mayoritariamente femenino como un «campo de conejos», los gritos habrían llegado hasta Pekín.

Parece ser que las mujeres tienen más complicado el tema de las subvenciones en la industria del cine -y digo parece ser porque están llegando las reivindicaciones feministas a puntos tales, que ya no se puede saber si hay razón en ellas o es una exageración más-; del mismo modo que no se puede saber si la gala la presentan hombres por machismo de la Academia, o porque están acojonados de pensar por dónde les podrían salir las feministas si ponen mujeres.

Las reivindicaciones no tienen sentido si no van seguidas de ejemplos: presenten proyectos y demuestren su talento, que peor lo tuvo en su momento Pilar Miró, y ahí quedó su trabajo como un legado del que la industria del cine puede sentirse orgullosa.

Más consiguió Kevin Costner en favor de los indios americanos rodando «Bailando con lobos«, que Marlon Brando al enviar a una amiga india para que recogiera su premio. Lo de Brando fue una mamarrachada sólo comparable a la del abanico rojo y el comentario de Leticia Dolera.

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Pablo Echenique y Pablo Iglesias, en los Goya. /Foto: ecodiario.eleconomista.es.

Ver a Pablo Iglesias vestido de etiqueta abanico en mano viene a recordarnos que los Goya siguen siendo los primos pobres del Óscar; y no se entiende, porque los americanos han sido siempre unos horteras obsesionados con copiar todo lo del viejo continente. Pero tienen más vista…

…Y sobre todo, no tienen abanicos.