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Pedro J Ramírez: entre el ridículo y el ultraje moral del egoísta

Redacción




Pedro J Ramírez. /Foto: infoblibre.com.

Enrique de Diego.

Ante los micrófonos de su amigo Federico Jiménez Losantos, que dice ser también amigo de Ágatha Ruiz de la Prada, Pedro J Ramírez, tras su patético ridículo en papel couché en la Nochevieja de Florencia, ha adoptado la falaz posición del ultrajado. Adoptar en su situación la cátedra del moralista es de una elevada impostura.

El moralista Ramírez, que se ha tornado, en lo estético, de un empalagoso insoportable, ha afirmado que «el amor siempre va a prevalecer sobre el odio. En situaciones así, la generosidad es mucho más importante que el rencor». ¿En qué estriba su generosidad? A lo que sabemos, ha llevado una doble vida, se ha enfangado en la mentira y ha sido un vulgar traidor. ¿Con qué autoridad moral puede situarse en la posición de víctima? ¿Es preciso recordar que este villano se casó tres meses y medio antes de su separación, con desayuno de hiel, con Ágatha Ruiz de la Prada y el día antes del 29 de octubre se prestó a hacer un reportaje para la revista Vogue, con toda la familia feliz, y posó abrazado a Ágatha? Tan cariñoso estaba que la reportera de la entrevista planteó un posado al estilo de John Lennon y Yoko Ono. ¿De qué va Pedro J? ¿A quién pretende engañar?

Animo al lector a visionar el vídeo florentino, que a mí -sobre gustos no hay nada escrito- me parece deleznable, de la cara a la cruz, empezando por la ostentosa raja antilujuria o las gloriosas y melifluas chorradas, de este hortera de bolera, sobre los leones. A Pedro J le está pasando lo peor que le podía suceder: convertirse en noticia; dejar de ser el notario de la actualidad, para ser el objeto. No se da cuenta, a lo que se ve, del daño que se está haciendo a sí mismo (y a la gente de depende profesionalmente de él). Cuando Cruz Sánchez de Lara afirma que han conseguido lo que buscaban «la paz, la normalidad» dan ganas de desternillarse a mandíbula batiente. ¿Nochevieja con 8 periodistas y 18 páginas de papel couché es la normalidad o unas ganas irrefrenables de figurar, un afán de protagonismo irreprimible? Cuando se buscan, realmente, la paz y la tranquilidad se cavan las benignas trincheras de la discreción.

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¿En qué sentido puede hablar el moralista Ramírez de «rencor«? ¿Se está refiriendo a Ágatha Ruiz de la Prada? Nuestra diseñadora más prestigiosa e internacional, nuestra Coco Chanel hispana, se está destacando con una elevada dignidad. Por ejemplo, se están mostrando como una magnífica madre. ¿Está actuando como un buen padre el moralista Ramirez? Me remito a lo revelado en mi libro «El triunfo de Ágatha Ruiz de la Prada», de venta en Amazon.

Como moralista, Ramírez no tiene más autoridad que Alfred P. Doolittle, el personaje de My Fair Lady, de George Bernard Shaw. Y, desde esa posición desmerecida, no se le pueden pasar algunas afirmaciones. Cuando afirma que «ella (Cruz Sánchez de Lara) es muy idealista y yo siempre he admirado el idealismo«. De nuevo me remito a mi libro «El triunfo de Ágatha Ruiz de la Prada» para indicar que, en mi caso, no soy capaz de describir a Cruz como idealista en ninguna de las acepciones del término. Tampoco comparte ese calificativo su primer marido, Juan Carlos Iglesias Toro, que lleva cuatro años postrado en la cama, con varias operaciones a vida o muerte, con un pie equino del que tendrá que ser operado, sin medio colon y medio intestino, por haber somatizado todo el dolor de la cruel persecución judicial a la que le ha sometido la idealista.

A este Pedro J, en su indigna senectud adolescente, le cuadra lo que el historiador Paul Johnson, en su libro Intelectuales, afirma del poeta romántico inglés Percy Bysshe Shelley: «era uno de aquellos sublimes egoístas, con una fuerte tendencia moralizadora, que cree que los demás tienen el deber no sólo de aceptar sus decisiones, sino que además deben aplaudirlas, y que cuando no lo hacen, se muestran inmediatamente ultrajados«.

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En esta historia, a Pedro J no le corresponde, en ningún caso, el papel de víctima, sino el de verdugo. Con su Cruz se lo coma.