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Las maravillas del fin del mundo (3): Los robots, los peores enemigos de la Humanidad

Redacción




Un k5 patrullando en San Francisco. /Foto: knightscope.

Enrique de Diego.

En medio de inefables maravillas, por todas partes de plantea el fin de la especie humana. Nunca como ahora había estado en peligro, anunciando los profetas de la destrucción el transhumanismo y el posthumanismo, una era en la que el hombre será un elemento residual e ineficiente, a extinguir, para instaurar el reino de la máquina. Habrá robots de fisonomía androide, inteligencia artificial creativa, ingeniería genética, impresoras 3 D capaces de copiarlo todo, cualquier monumento, por ejemplo; coches, barcos y aviones autónomos y una exigua minoría soñará con la eternidad física. Seres mitad máquina y mitad hombre, cibors. El viejo plan satánico de destruir al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, avanza en medio de la abulia y el sopor de los amenazados.

Por supuesto, nada tienen que ver los robots, los peores enemigos de la Humanidad en toda su existencia, con los adelantos técnicos anteriores. La máquina de vapor permitió la celeridad en el transporte de los hombres. El tren sustituyó a la diligencia. Eran, todos y cada uno, adelantos auxiliares del hombre, para ayudarle. Los robots pretenden lisa y llanamente sustituir al hombre; pertenecen a una utopía destructiva, que supuestamente daría inicio a una Humanidad de ociosos, prescindibles, dominados como esclavos por las élites, que han concentrado la riqueza y dominan los medios de comunicación, hasta su ulterior destrucción y aniquilación.

No verlo, ironizar de manera mostrenca, es una forma extrema de estupidez. Los robots deben ser prohibidos en un esfuerzo máximo de los hombres para asegurar su supervivencia. No son juguetes, como pretenden transmitirnos los medios de comunicación al servicio de los amos del mundo. En California, el robot de vigilancia K5 pretende sustituir a la seguridad privada. No son Robocop. No llevan armas ni pueden detener a delincuentes. Se trata de un artilugio de 1 1/2 metros de altura y 180 kilos, que patrullan por aparcamientos y centros comerciales para detectar intrusos y escanear matrículas. Son capaces de almacenar 90 terabytes de datos al año. La protesta se ha generalizado como una invasión de la privacidad. Son capaces de conocer los hábitos de los ciudadanos.

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El K5 se ha mostrado especialmente obsesivo con los sin techo, a los que identifica de manera molesta. Así ha sucedido ante la sede de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con Animales de San Francisco. Ante las protestas, la Policía obligó a retirar al robot bajo amenaza de multa de mil dólares diarios, porque no tenía autorización alguna. Antes, se comprobó que numerosas personas intentaron boicotearlo echándole salsa barbacoa, poniéndole una lona o vertiendo sobre él excrementos caninos. Los californianos han percibido la obviedad de que sustituyen a empleados humanos: el K5 se alquila por un precio menor del sueldo de un guarda privado.

Ejércitos de psicópatas perfectos

Hace un año un K5 arrolló a un bebé de 16 meses. Por supuesto, no se paró a auxiliarle. No está programado para nada así. Los robots son los completos psicópatas, carecen de sentimientos humanitarios, de arrepentimiento y también de instinto de supervivencia. No es difícil imaginar en estas inefables maravillas que amenazan a la especie humana ejércitos de robots soldado, a las órdenes de los estados o como ejércitos privados de los magnates, sin la más mínima repulsión a matar y masacrar, como ya hacen los drones. El 8 de julio de 2.016, la Policía de Dallas utilizó un robot con una bomba adosada para abatir a un francotirador atrincherado que había matado previamente a cinco policías. Esa acción pudo salvar vidas humanas, ciertamente, porque el francotirador se negaba a rendirse, pero muestra la fría capacidad tecnológica de los robots para matar humanos.

Sentenciado el hombre como ineficiente, no hay tarea, oficio o puesto de trabajo que no pueda ser ocupado por un robot, que no necesita descanso, ni hace reclamación alguna. Para desarmar a una sociedad pastueña y lanar, que marcha hacia su ocaso con abrumadora banalidad, se han puesto en marcha dos mensajes: los robots tendrían que cotizar a la Seguridad Social, así harían nuestro trabajo y sufragarían nuestra existencia, pues se ha lanzado también la idea de que existiría una Renta Básica por el mero hecho de nacer y existir. Pero, ¿para qué servirían estos humanos ociosos? ¿qué libertad tendrían? ¿qué seguridad en su existencia siendo ineficientes y prescindibles? ¿por qué pagarles esa renta básica o bajo qué condiciones no retirársela? Es un terrible e ingenuo engaño.

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