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Puigdemont aboca al suicidio de Cataluña

Redacción




Carles Puigdemont y Carme Forcadell. /Foto: ramblalibre.com.

Enrique de Diego.

Lo que nos deparará el día de hoy es previsible: la mayoría sediciosa del Parlamento catalán declarará una independencia ritual, retórica, de papel mojado, que es un delito de rebelión que ha conducir a todos a la cárcel, por muchos años, empezando por Carles Puigdemont, que es, con todo merecimiento, el mayor idiota de la historia de Cataluña. Uno de esos idiotas, que con su falta de carácter, provocan grandes tragedias e invocan a mayores desgracias. Lo que le deparará el futuro a Cataluña está ya indeleble en las causas que se han puesto en marcha. Me dice Roberto Centeno, Catedrático de Economía, y el único economista, que por lucidez e independencia, avisó con plena certeza de los desastres que se iban a acumular, que Cataluña, otrora y antes de ayer, una sociedad industrial, comercial y avanzada, marcha imparable hacia «una economía tercermundista, con una sociedad de funcionarios y camareros«, en la que el agujero de las pensiones va a ser tremendo.

La jornada de ayer fue kafkiana, digna de Miguel Gila y refleja la personalidad débil de un personaje gris que ha quedado fascinado por su propia estupidez y atrapado en su cabalgada desbocada hacia el precipicio. Carles Puigdemont convocó unas elecciones que luego no convocó. Al tiempo, convocó dos comparecencias que desconvocó. Hubo pequeñas manifestaciones de los más adictos y desquiciados tildándole de traidor. Hubo dos diputados de PdeCat que supuestamente dimitieron. Ese persojanillo de Gabriel Rufián comparó a Puigdemont con Judas, mientras la mantenida oficial del régimen sedicioso, Pilar Rahola lo encumbraba, no sabemos con qué autoridad moral, al nivel de estadista. El separatismo dio ayer la imagen de lo que es: gentes acomplejadas que han sustituido la religión por una patraña y que han abandonado el terreno de la racionalidad para deambular en el limbo de las quimeras, mientras van destruyendo a su paso aquello que dicen querer. Atila cabalga por Cataluña en un burro catalán llamado Puigdemont.

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Van a convertir Cataluña en un erial. Con la ayuda de la clase política más mediocre que ha tenido España en toda su historia -a Manuel Azaña no le hubiera durado Puigdemont ni un telediario, como no le duró a Alejandro Lerroux ni medio día el criminal de guerra, Lluís Companys, el que se jactaba de haber exterminado en Cataluña a sacerdotes y monjas-, porque hay que recordar que Mariano Rajoy ha remitido la impresionante cifra de 72.000 millones de euros del Fondo de Liquidez Autonómica para sostener una Generalitat quebrada y sediciosa. Carles Puigdemont debería llevar mucho tiempo en la cárcel. Se le hubiera hecho un favor a él, al que el puesto y la responsabilidad le vienen inmensamente grandes. Como debería llevar mucho tiempo en la trena esa nulidad de Carme Forcadell.

Enoticies, el digital más fresco y claro por independiente de Cataluña, titula «Puigdemont se suicida». El problema es que con su suicidio se va a llevar siglos de laboriosidad y sociedad civil. Un personaje sin atributos, un pobre hombre, un caos, el más idiota de la historia de Cataluña, donde, por cierto, han abundado los idiotas. Por auténticos idiotas perdimos el Rosellón y la Cerdaña, tras buscar la amiga de Francia, que lo primero que hizo fue imponer el francés y subir los impuestos, allá por 1640. Luego Cataluña se desangró jugando la carta perdedora del austracismo. De nuevo, en la perdición de las guerras carlistas. Y en la guerra civil, en la que Cataluña vivió su propia guerra civil interna entre anarquistas y comunistas, entre comunistas y los trotskystas del POUM y todos ellos persiguiendo y asesinando a la burguesía catalana, que recibió a Juan Yagüe con tan lógico e irrefrenable entusiasmo, que el general legionario y falangista tuvo su mayor momento de peligro en toda la guerra en Plaza de Cataluña, ante las muestras de cariño de la multitud liberada. Cataluña sólo ha sido grande cuando ha sido más española, España siempre generosa que aceptó el lesivo proteccionismo. Cataluña sólo ha sido heroica en el proyecto común, con Agustina de Aragón, el tambor del Bruch, los defensores de Gerona o Juan Prim y los voluntarios catalanes en Castillejos. La Cataluña separatista es un conjunto deshilachado de harapos y alucinaciones; de intensas paranoias y una grave dislocación esquizofrénica.

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Hay que aplicar el artículo 155 en toda su extensión, dejándose de monsergas. Hay que depurar la escuela catalana de tanto comisario político; hay que cerrar TV3; hay que mandar al paro a Terribas; hay que controlar a los mossos y disolverlos. Y si la situación se desmanda en cualquier momento, hay que enviar a las Fuerzas Armadas, que para defender la integridad territorial de España están; a la Legión y la Brigada Paracaidista. Y, si es preciso, a la División Acorazada Brunete, que para eso cobran.

Porque Cataluña es una querida tierra española, produce coraje estar en la cuenta atrás para que este mindundi, que lleva toda la vida viviendo de las subvenciones y de lo público, en su estúpido suicido arrastra el suicidio de Cataluña. Se recogen ahora los sucios lodos de los polvos de cuarenta años de mentiras, manipulaciones, imposiciones, 3%, cuentas en Suiza y Andorra, empresarios desaprensivos a los que hay que hundir para que su biotipo sea erradicado, falsos profesores que adoctrinan en campos de concentración. No tiene sentido que haya elecciones en enero, y no las habrá o serán fallidas. Porque el mal de la estupidez y de la idiocia ha calado hondo en la Cataluña separatista que ha encontrado su proyección en esa figura endeble y gelatinosa de Puigdemont, el de mirada huidiza.

Carles Puigdemont y Mariano Rajoy. /Foto: expansión.com.

Hoy vamos a asistir al suicidio de Cataluña. Pero aunque el mayor responsable sea Puigdemont, no es el único; le cabe no poca culpa a Mariano Rajoy, incapaz de tomar medidas necesarias hasta la evidencia hace mucho tiempo.

Puigdemont, si declara la independencia, debe ir a prisión por varias décadas.