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Gobierno en minoría

Redacción




Mariano Rajoy, cada vez más desconcertado. /Foto:cafeambllet.com
Mariano Rajoy, cada vez más desconcertado. /Foto:cafeambllet.com

Enrique de Diego
Por ahora, que es el término de moda, Mariano Rajoy está abocado a gobernar en minoría, si superara la investidura con mayoría simple, toda vez que la consecución de apoyos para un gobierno estable con mayoría absoluta aparece completamente fuera de la realidad.

Rajoy está empezando a amagar con una espantada similar a la que provocó tras el 20D y que, sin embargo, no tuvo efectos electorales negativos. Ya ha indicado que “no iré a la investidura sin tener votos” y ha especulado con el 27 de noviembre como la fecha para las terceras elecciones, cuestión que pone, obviamente, nerviosos a todos los partidos por el descrédito que provocaría de la clase política. Tampoco es previsible que una tercera cita electoral resolviera el bloqueo, porque, salvo nuevos terremotos, como la extraña desaparición de 1,1 millones de votantes de Podemos, perdidos en la abstención, el voto se orienta por segmentos de izquierda y derecha, de modo que si, como indican que les dicen sus encuestas, el PP volviera a subir, lo haría a costa de Ciudadanos, y su suma será siendo similar; al igual que una posible recuperación del PSOE sería a costa de Podemos.
Lo que ha estallado es el turnismo bipartidista y los partidos son incapaces de darle respuesta.

Un Gobierno en minoría, sin acuerdo de legislatura, no puede tomar decisiones

El Gobierno en minoría es una experiencia inédita, salvo en la legislatura socialista entre 1993 y 1996, pero con acuerdos parlamentarios con los nacionalistas catalanes, igual que entre 1996 y 2000 con José María Aznar. Ahora sería un gobierno en minoría sin acuerdos. ¿Puede tomar decisiones? La respuesta es inequívoca: no. Exige una capacidad de diálogo que se presenta excesiva: el Gobierno tendría que guiarse por los programas de los grupos de la oposición, que serían quienes le prestarían los votos. Los Presupuestos, por ejemplo, habrían de asumir todas las demandas de quienes fueran a respaldarlos: los diputados del PP, para entendernos, valdrían menos que los apoyos necesarios para sacar adelante una votación, cuya capacidad de presión sería muy elevada.
Fuentes del partido socialista consideran que “Rajoy se merece un gobierno en minoría” para gestionar una herencia pavorosa, próxima al colapso. “De otra forma, quedaría el recuerdo de la propaganda de la recuperación”. Inmediatamente, tras las elecciones se han producido tres hechos que fueron ocultados a la opinión pública para dar una imagen falseada de la realidad: a) se metió la mano en la hucha de las pensiones para extraer 8.700 millones de euros, a fin de pagar la extraordinaria de julio; eso significa que en el Fondo de Reserva, quedan algo más de 25.000 millones, que no llegan hasta la extraordinaria de Navidades del próximo año; b) la Unión Europea ha retrasado, hasta abrirse las urnas, la imposición o no de una multa multimillonaria por incumplimiento del objetivo del déficit establecido en el 3%; c) el Gobierno ha anunciado un incremento a cuenta de la presión fiscal sobre las empresas a través del Impuesto de Sociedades. Si a este panorama se añade que con mayor número de cotizantes se recauda menos y que la deuda pública es cercana al 100% del PIB puede intuirse con facilidad, que no vamos a mejor, sino a peor y que, en dos o tres años, el exagerado sector público de España va a entrar en convulsión, con graves problemas de tesorería para asumir todos los compromisos adquiridos, del tipo de dificultades para afrontar las ayudas sociales o los sueldos de los funcionarios.

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En buena medida, el incumplimiento del objetivo del déficit viene inducido porque el Gobierno de Mariano Rajoy ha tratado de mantener en la mentira a la sociedad con una finalidad electoral. Se ha procedido, por ejemplo, a devolver la paga extraordinaria a los funcionarios o no se ha disciplinado a las autonomías, incluida la levantisca catalana. Se ha pretendido hacer vivir a la sociedad en un mundo feliz.
Es decir, un gobierno con mayoría absoluta tampoco ha servido demasiado para enderezar la situación, porque lo que un amigo mío califica del “gasto idiota” -todo el referido a la casta y a sus privilegios- no sólo no se ha recortado sino que se ha incrementado.
Un Gobierno en minoría, sin duda, sería un ejecutivo débil, lo cual en sí no es malo ni bueno, pero sí representaría un fuerte desgaste para el partido sustentador, que sería sometido a una elevada crítica, al tiempo que debería estar con la mano continuamente tendida a la búsqueda de apoyos.