Virginia Montes.
Las elecciones de Baviera confirman el fin de Ángela Merkel, con consecuencias que no se quedan en Alemania sino que afectan a toda Europa y a la Unión Europea, como entidad supranacional que ha pretendido imponer la multiculturalidad, la inmigración invasiva y la islamización. Todo lo que significa Ángela Merkel ha muerto en las urnas de Baviera y será rematado en las de Hessen.
No es que la CSU haya perdido la mayoría absoluta y que la socialdemocracia esté en claro proceso de extinción es que, más allá, Merkel ha conseguido romper todos los equilibrios políticos que han dominado y dado estabilidad a Alemania desde 1950. Ha conseguido, con su inutilidad, romper el bipartidismo, resquebrajar la alianza entre los socialcristianos bávaros y los democristianos de la CDU y dejar fuera de combate la gran coalición.
El momento en que todo este proceso demoledor se produjo fue cuando Ángela Merkel gritó aquello de «¡vamos a lograrlo!» abriendo las fronteras de Alemania a una invasión musulmana, que ha protagonizado escenas tan pavorosas como la orgía de delitos sexuales en la Nochevieja de Colonia de 2016 o en la masacre del Mercado navideño de Berlín. Un clima de inseguridad y terrorismo que se ha tratado de ocultar con una panoplia de falsos argumentarios sobre casos aislados y desequilibrados mentales, para ocultar la impronta islámica de la violencia y el desatino.
Merkel no puede sostenerse en Berlín. Ya no la quieren ni los de su propio partido que la consideran un lastre y que han elegido al presidente del grupo parlamentario contra la voluntad de la canciller. No la quieren los bávaros, en cuya campaña ha tenido una presencia marginal. No la van a querer los socialdemócratas cuya alianza con Merkel les resulta altamente lesiva. Si la victoria de la CSU es amarga, la derrota del SPD es humillante, relegado al quinto puesto. A Merkel no la quieren los alemanes.
Alternativa para Alemania ha conseguido su objetivo de derrocarla, aunque el resultado bávaro no sea muy brillante, aunque sumados sus votos a los de los Electores Libres suman un significativo 22% que marcan una dirección común.
La Unión Europea, tal y como está hoy concebida, está acabada. Los burócratas de Bruselas se cuentan entre los derrotados por las urnas. La gestión de la CSU es impecable. Baviera no tiene problemas económicos, no tiene paro; no tiene ni uno de esos problemas que justifican los cambios de orientación política. Tiene algo mucho más grave: un problema de identidad impuesto por Ángela Merkel en comandita con Bruselas.
Si Merkel era el pilar de esta Unión Europea que da bandazos al ritmo desacompasado del beodo Jean Claude Juncker, bajo los dictados de Georges Soros, el pilar se ha venido abajo estrepitosamente. No es el principio del fin de Ángela Merkel, es directamente el fin. Alemania está abocada a elecciones generales y la Unión Europea a una reforma muy profunda para volver a la «Europa de las patrias» y el libre comercio, sin inmigración ni esclavos, como confirmarán las elecciones europeas de mayo de 2019.