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Julio Ariza: el gafe de la derecha

Redacción




Enrique de Diego

El presidente de lo poco que queda de una Intereconomía muy endeudada, Julio Ariza se ha dedicado con ahínco a propiciar y lanzar operaciones políticas, que han ido resultando un fiasco sin paliativos. La penúltima, la de su amigo del alma y antiguo jefe en el PP catalán, Alejo Vidal-Quadras, con nombre en latín, Vox, ahora liderado por Santiago Abascal.

Antes fueron la de Libertas, que a punto estuvo de hundir a Ciudadanos, y también la esotérica de Mario Conde, adalid de la sociedad civil, que se perdió entre nieblas galaicas con meigas y la santa compaña.

En cuanto estratega político, Julio Ariza es un desastre sin paliativos al mismo nivel que como empresario. Ariza siempre ha estado intentando montar algo a la derecha del PP pero que sirviera al PP. Esa extraña ficción ha convertido todas sus conspiraciones en estériles, porque siempre han estado afectadas por una doble moral y lo que es peor: siempre ha pretendido hacer negocio; presupuestario, claro, que es como se hacen los negocios en esta España dominada y depredada por una casta parasitaria. Cuando todo este brebaje se sirve desde un medio de comunicación se funciona mediante la mentira y la utilización de la gente, a la que se estafa en su buena fe.

Es decir, Ariza siempre ha pretendido acudir al PP a decirles que dominaba tal o cual chiringuito a su derecha y que le dieran más libra de carne del contribuyente y que él pondría a los de Génova en bandeja el apoyo de sus marionetas. A cambio, la operación más de fondo, es tener siempre entretenido al populacho para que no surja algo verdaderamente serio que cuestione el sistema desde la derecha, y que represente un peligro real y serio para el PP; algo del tipo o en la línea del Frente Popular de Marine Le Pen en Francia.

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Libertas fue el latinajo con el que, encabezada la candidatura por Miguel Durán, se presentó en las anteriores europeas a éstas un extraño conglomerado, con Ariza de muñidor, y en cuya salsa entraba Ciudadanos, que entonces se veía con el agua al cuello y que aún no había despegado con fuerza en Cataluña. De fondo estaba un multimillonario católico irlandés que iba a financiar la candidatura, y otras similares en las diversas naciones europeas para llevar al Parlamento de Estrasburgo un sólido lobby provida. Tan loable propósito embarrancó. El dinero nunca llegó a la candidatura, según me confesó Miguel Durán, que laboró en la indigencia más absoluta, pero consta que trabajadores de Intereconomía, de los que tengo testimonio directo, volaron a Dublín para recoger el maletín de un millón de euros y entregárselo en mano a Ariza. Él sabrá.

Mario Conde, pseudopaladín de la sociedad civil

La segunda operación de enjundia de Ariza fue lanzar a Mario Conde como el paladín de la sociedad civil, el regenerador de la democracia y el hombre capaz de acabar con la corrupción del sistema. La operación era, desde luego, complicada y en sí rocambolesca porque la biografía de Mario Conde abundaba en todo lo contrario de lo que predicaba tras su paso por la cárcel, condenado precisamente por corrupción y en la que se había convertido a la espiritualidad tao, sin dejar de transferirse desde Suiza lo pillado en la etapa de banquero.

Un banquero corrupto –exconvicto- no tenía ningún posibilidad de cautivar las voluntades más que de algunos incautos, pero Mario Conde y Julio Ariza habían perdido tanto el sentido de la realidad, y el segundo estaba tan acuciado por el alud de deudas, que precipitaron los acontecimientos presentando a Mario Conde a las elecciones gallegas, sobre la base de que había nacido en Tuy y tenía un pazo en Orense, adquirido, encima, a los caciques corruptos de la provincia, los Balzar, que lo habían remodelado con fondos europeos para ser casa de turismo rural; un fraude en toda regla. Un auténtico esperpento de aventura política. El objetivo era sacar uno o dos diputados por Pontevedra, que Feijoo no obtuviera la mayoría absoluta, y que el PP se viera obligado a pactar, con lo que tanto Ariza como su tándem, Conde, hacían un negocio redondo, entrando a saco en el Presupuesto de la Xunta. Todo quedó en agua de borrajas.

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De nuevo la afición a los latinajos de Ariza se percibió en el Vox de Alejo VidalQuadras. Ariza fue el secretario general del PP en Cataluña con Alejo, al que siempre concedió en Intereconomía la mayor promoción posible. Era el último cartucho de Ariza por quemar y, ciertamente, ha quedado calcinado. El programa de Vox era magnífico y la base muy activa y motivada –incluidos los restos huérfanos del aventurerismo de Conde– pero el candidato fue pésimo. Ir a la renovación con Vidal-Quadras de cabeza de lista era proclamar a voz en grito la más palmaria incoherencia: Vidal-Quadras, un instalado, un cínico con más conchas que un galápago.

Al igual que Losantos, Ariza tuvo los medios para hacer algo serio, siempre y cuando fuera verdad, para servir a la gente y no para servirse de ella, como cuando pidió dinero a los ingenuos telespectadores. Pero Ariza nunca dejó de ser un político frustrado metido a empresario, buscando pelotazos, prebendas y parasitismo presupuestario, siempre en nombre de nobles ideales.