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El fracaso del laicismo (1): Una religión sin oración, una sociedad muda

Redacción




Los suecos guardan un minuto de silencio. /Foto: fmcenteresnoticia.com.ve.

Tras el atentado de Estocolmo, en el que cuatro personas fueron atropelladas y destrozadas por un camión conducido por un musulmán de 39 años, los suecos se reunieron en una plaza y guardaron un minuto de silencio.

¿Qué tenían que decir los suecos? Nada. ¿Qué simbolismo entrañaba ese ritual silente, esa liturgia laicista? El nihilismo. ¿Qué idea expresaban? El vacío de sus almas. Ningún Dios al que orar. Ninguna oración que recitar. Ninguna palabra que decir. Una sociedad muda.

Según el periodista de turno, ejerciendo de médium laicista, los suecos mostraban de esa forma unidad y solidaridad. Conceptos vaporosos y descomprometidos. Unidad en la nada y el vacío. ¿Solidaridad? ¿Con quién? Las víctimas en cuanto tales no existieron. No se dieron a conocer sus nombres. No se hizo referencia alguna en los medios a sus funerales. Nunca se vio sus féretros. No se mostró el dolor de sus familiares y allegados, vetados para expresar sus sentimientos. El laicismo está generando la peor de las tiranías, la que se reviste con harapos democráticos.

El laicismo mostraba su miseria, de la que uno de sus aspectos no menores es su complicidad con el islamismo. Extraña liturgia vacua del relativismo, autoanulación de la persona y negación de la sociedad. Vacío existencial y moral que reclama ser llenado; indefensión ante la barbarie; rechazo de la propia identidad para diluirse en una multiforme, tambaleante, huérfana de resortes morales; incapaz incluso de expresarse porque nada tiene que decir ni nada que defender.

¿En qué sentido el silencio manifiesta unidad? Se calla porque no se tiene nada que decir, ni una idea común, ni una semántica, ni capacidad de comunicación, porque se teme que cualquier expresión desconcierte, divida y resulte insoportable, como un atenazante complejo de culpa colectivo.

La familia real sueca también calla. /Foto: es.euronews.com.

También hubo otro acto de Estado en el que la enlutada familia real sueca practicó el mismo silente acto nihilista. Ni reyes ni súbditos tienen nada que decir. El laicismo ha impuesto el silencio. Y no deja de ser extraño que los descendientes de los vikingos sean la quintaesencia del desarme moral que algunos llaman tolerancia.

El laicismo ha llegado a su última contradicción: nada que proponer. El laicismo no es la gloria de las sociedades sino su decadencia, su degeneración, su destrucción y su miseria. El laicismo es el mal a erradicar.