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Ágatha Ruiz de la Prada deja KO a un cenital Pedro J (6): Ramírez, el gafe de Ciudadanos y aprendiz de historiador

Redacción




Enrique de Diego.

«Ágatha Ruiz de la Prada, mi historia» mantiene un tono general excepcional, con una sinceridad descarnada. El libro tiene un ritmo trepidante, frescura a raudales y tiene páginas antológicas sobre las relaciones del poder y el periodismo, sobre una época en el que el papel era el rey y ahí está el capítulo dedicado «a los tres tenores«: Juan Luis Cebrián, Luis María Anson y Pedro J Ramírez, el que no sabe envejecer, el que se vuelve torpe hasta ser gafe. Tiene Pedro J episodios antiguos de gafismo estruendosos como cuando pidió el voto para Landelino Lavilla, pero aquello pasó por una excentricidad, un error de juventud, pero el mayor error de diagnóstico, que lo inhabilita como periodista político, la pérdida completa de olfato, es la apasionada y encendida apuesta por Ciudadanos y por Albert Rivera.

Acierta Ágatha la describir la razón del despiste que empieza cuando en El Mundo «él notó una gran pérdida de poder y de influencia», «empezaba a ser un hombre proscrito por ya la gente estaba harta«, es entonces «cuando nota que le odia el PSOE, porque ha librado una guerra durante años, y le odia la derecha, descubre al hombrecillo de Ciudadanos, Albert Rivera y le empieza a llamar Albert, cuyo mayor mérito era haberse hecho una foto en pelotas. El innombrable quiso influir. ‘Hay que votar a Ciudadanos’, decía sin parar. Lo dicho: la gente se emepzó a cansar de él».

Hay páginas gloriosas en el libro que me han hecho no pasármelo bien sino reírme a mandíbula batiente, a partirme de risa ante el personaje de comedia bufa en que ha devenido Ramírez. Juicios acerados y certeros como ese referido al ‘hombrecilloAlbert, de ingrata memoria, «cuyo mayor mérito era haberse hecho una foto en pelotas» y con el que se llama por el móvil obsesivamente todos los días veinte veces o más, asumiendo el papel de consejero aúlico hasta que Albert y la cloaca globalista de Ciudadanos naufragan con estrépito.

Albert Rivera e Ignacio Aguado. /Foto: nuevaeconomiaforum.org.

Recordemos la frase de Javier Gómez de Liaño de que Cruz es una señora que se despierta pensando en quien va a llevar ese día a los tribunales para enteder lo que viene a continuación. La manía litigante alcanza a Pedro J, con el que Cruz hace lo que quiere hasta convertirlo en un guiñapo, y tengo la sospecha de que Pedro J Ramírez es el autor intelectual de la querella que me presentó el mayor traidorzuelo y el hombre más gris que ha dado la vida política española, Ignacio Aguado o Ignacio PaniAguado, como le bauticé. Hay un momento en que Ramírez manda tanto en Ciudadanos que es capaz de utilizarlo para su vendettas personales y más bien para las de Cruz. Basta una llamada al ‘hombrecillo‘ de Ciudadnos o a su gris hombre en la Comunidad de Madrid, que es vicepresidente a la sazón. Querella presentada por un texto mío donde denunciaba que en las elecciones locaales de 2015 Ciudadnos, e Ignacio PaniAguado, hicieron que los propios candidatos financiaran su propia campaña; funcionamiento de franquicia según la cual quienes iban a cobrar un sueldo público, con las expectativas de las encuestas, tenían que poner una cantidad. Se lió la cosa con la Justicia de Elche genuflexa y corrió por el Juzgado de Institución número 3, que me puso 2 años de prisión, por el Juzgado de lo Penal nº 1, que los rebajó a 1 año, una locura, con un abogado de Ignacio PaniAguado que balbuceaba y no daba una, pero los jueces parecían autistas, hasta que en la Audiencia Provincial de Alicante me absolvieron, como no podía ser menos; era todo tan absurdo, con tanto descédito para el Estado de Derecho, y aceptaron el argumento, debido a José Luis Mazón Costa, un crack de la abogacía, cuyos servicios recomiendo, de que Ignacio PaniAguado -¡qué personaje más patético- había emulado al césar romano Calígula que, ante el galopante endeudamiento del Estado había ordenado prostituit a las mujeres de los senadores. Ver o sospechar a Pedro J. Ramírez como un liberticida contra la libre expresión es descorazonador.

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Isabel López de la Torre. /Foto: deia.com.

Por si cupiera alguna duda de que las manos de Pedro J y Cruz estaban detrás de la infame querella, por esos tiempos me presentó una denuncia por delito de odio una simpática y fiuribunda feminista, Isabel López de la Torre, en que me pedía 2 alos de cárcel y 200.000 euros. La inefable Isabel López de la Torre es mala aliada y un poco bocachanclas y en sede judicial ha reconocido, por su propia iniciativa, sin que nadie se lo pidiera o preguntara, que actúa bajo el consejo y las directrices de Cruz Sánchez de Lara. La denuncia no tuvo recorrido y no la aceptaron en primera instancia. La abogada de los famosos Teresa Pueyes ha detecitado que Cruz utiliza El Español contra quienes supone que son amigos de Ágatha, una costumbre que, de ser cierta, está muy mal y lleva al descrédito más absoluto a un medio.

Hilarante también es la etapa cenital en que Pedro J quiso ser historiador, porque yo lo valgo, historiador y que lo ingresaran en la Real Academia de la Historia. «Quiso escribir un libro de historia y gastó dinero a espuertas, se compraba libros de treinta mil euros, era la locura. Empezó a verse con historiadores, a comer con ellos. Esta gente desconfiaba de él porque ellos llevaban toda una vida yendo a bibliotecas, metidos en el mundo académico. Y concluían: ‘Este no es un historador'».

Este pensamiento delirante es, ciertamente, inofensivo, auque caro. A otros les da por el dominó o la petanca, mucho más aconsejables. «Se comprço infinidad de libros. Dijo: ‘voy a escribir sobre los Cien Mil Hijos de San Luis’. ¡Pero si no sabía nada! Un profesional se pasa cuarenta años estudiando un trocito de la historia y él quería saltarse ese ‘protocolo’. Un día va a una librería de viejo y le ofrecen unas memorias de José María Calatrava y se las compra por cuatrocientos mil euros. Con ese material inédito escribe La desventura de la libertad. José María Calatrava y la caída del régimen constitucional español 1823. Los estudiosos se preguntaban qué hacía el innombrable queriendo ser historiador. No se consigue ese estatus a base de dinero, sino de estudio y de investigación. Cuando vio que por ahí no podía seguir se quedó desconcertado».

Lo dicho: pensamiento delirante de un hombre espiritualmente vacío en el declinar de su vida.

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Ágatha Ruiz de la Prada, mi historia, La Esfera de los libros, 323 páginas.