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El Palacio del Campillo-San Antonio el Real, la Inquisición y el mausoleo de los Trastámara

Redacción




Enrique de Diego.

Año 1495 de la Encarnación de Nuestro Señor

Segovia, tan viva, tan aficionada al espectáculo, iba a asistir a uno que tenía dividida a la ciudad en banderías. No había persona cuerda que no hubiera tomado partido con santo encono en la disputa entre observantes y claustrales de la Orden de San Francisco que ese día había llegado, soliviantados los ánimos, a la más encarnizada ruptura. La división estribaba en la forma de vivir el voto de pobreza. Los observantes defendían que monjes y monasterio debían vivir en exclusividad de la mendicidad, saliendo a pedir por las calles, mientras los claustrales sostenían que los conventos debían poder tener propiedades con las que subvenir a sus necesidades y recibir donaciones.

En este domingo, los observantes iban a salir en procesión, comandados por su líder, fray Alonso de Espina, desde la Plaza Mayor a tomar posesión de el Palacio de caza de Enrique IV, extramuros, en el camino a La Granja de San Ildefonso. Más numeroso el gentío partidario de los observantes se arremolinaba por las calles del trayecto. Tales disputas por la pureza originaria de la fe inflamaba los espíritus, pues de la victoria de unos u otros dependía la salvación de miles de almas, cuestión que se tomaban muy en serio los segovianos, para los que su salvación era fundamental en su existencia, y a tal fin contrataba capillas para sus enterramientos y el de sus familias, más costosos cuanto más cerca estuvieran del Altar de Dios y encargaban Misas por las ánimas de los difuntos.

El rumor expectante del gentío esperaba la salida de los frailes santos. En perfecta formación, volteando los incensarios, precedida por la Cruz desnuda, entonando serios cánticos gregorianos, marcharon precedidos por fray Alonso de Espina, que en su cuerpo enjuto mostraba lo ascético de su vida terrenal. Como un mar bravío, el pueblo unió sus voces a los cánticos y toda la ciudad pareció una Iglesia. Fueron bajando en seriedad militante por la Calle Real para dar a la Plaza del Azogüejo, donde la ciudad se ensanchaba, y allí fue el apoteosis, la gente prorrumpió en aplausos fervorosos y entusiastas. Luego subieron hacia La Granja, dejando atrás el lugar denominado El Caserón, enfilaron por una alameda hacia el Palacio de El Campillo, casa de plazer» de Enrique IV Trastámara, que había recibido en donación de su padre, Juan II, cuando cumplió 14 años y fue nombrado “Señor de Segovia”, y que el todavía príncipe levantó para dar rienda suelta a sus grandes aficiones a la caza y las fiestas de sabor morisco. Desde ahora se llamaría la zona de los monjes Convento de San Antonio el Real.

Fray Alonso de Espina, prior franciscano, fue el hombre clave en el debate que dio lugar a la creación de la Santa Inquisición como instrumento del Estado. Atacó con fiereza a conversos y judíos en su libro Fortalicium Fidei contra iudeos, sarracenos aliosque christianae fidei inimicos, que los observantes convirtieron en su ariete en favor de la limpieza de la fe, aprestándose a difundir el manuscrito en multitud de copias convirtiéndolo en motivo central de sus predicaciones.

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Trataron de implicar en su causa a los jerónimos, sospechosos de admitir en la Orden a conversos judaizantes. Los franciscanos pidieron que con oraciones y sacrificios ayudasen los jerónimos a esta causa para que Dios se apiadase de todos y no permitiese tanto descuido en la cabezas, así como aunasen esfuerzos para juntos oponerse a ese tropel de males que tan fuertemente derribaban la religión de Cristo en el reino.

Roma respondió condescendiente a la petición de Enrique IV y el 15 de marzo del año de la Encarnación de Nuestro Señor de 1462 en la bula Dum fidei catholica se le autorizó a poner en marcha la Inquisición en Castilla, pero al frente de la nueva institución puso al general jerónimo fray Alonso de Oropesa, prior de San Bartolomé de Lupiana, quien sentenció: Nuestras pesquisas han concluid con la falsedad de las acusaciones. Lamentamos tener que declarar falsa la denuncia del hermano franciscano Fernando de Plasencia, quien decía estar en posesión de cien prepucios de cristianos retajados. El informe Oropesa devolvió las aguas a su cauce y en el reinado de Enrique IV no habría Inquisición.

Fray Alonso de Espina protestó airado: algunos son herejes y cristianos pervertidos, otros judíos, otros sarracenos y otros diablos. Nadie investiga los errores de los herejes. Los lobos rapaces, oh, Señor, se han apoderado de tu rebaño, pues los pastores son pocos.

Fachada del Convento de Santa Cruz.

Tomó el relevo de Espina fray Tomás de Torquemada, prior del convento dominico segoviano de Santa Cruz, quien tuvo enfrente a los jerónimos fray Hernando de Talavera, quien escribió Católica impugnación, y fray Alonso de Oropesa, con su Lumen ad revelationem gentium et gloria plebis Dei Israel, de unitate fidei et concordi et pacifica aequalitate fidelium, en el que afirmaba que donde por la sagrada fuente del Bautismo hay igualdadmen el mismo derecho, a todos en sí misma mantenga y abrigue en la casa con un solo derecho y gracia y un mismo convivir, como conviene que haga una madre gozosa con sus hijos.

Mas el prior de Santa Cruz consiguió ser el confesor de los Reyes que hicieron suya la tesis providencialista y de cohesión social de la unidad de la fe, con el importante refuerzo de Sam Vicente Ferrer que predicó en el Santo Cristo del Mercado que no debían haber disturbios contra los judíos (donde se mezclaban los motivos religiosos con la inquina popular por la usura), ni nadie tomarse la justicia por su mano, sino que toca al poder político actuar ordenadamente. Torquemada fijó en el retablo de Santa Cruz, obra de Juan Guas, la nueva ideología, poniendo a los Reyes en actitud orante en el Calvario y a él, y a otros glorias dominicas.

Fray Tomás de Torquemada.

En 1480 se puso en marcha la Santa Inquisición y el último día de abril de 1492, con la solemnidad de decisión tan importante, se pregonó por Granada y el real de Santa Fe, con tres trompetas, rey de armas, dos alcaldes, dos alguaciles que se vayan de la villa de Santa Fe y del real y de Granada, así como de los reynos del Rey y la Reina, nuestros señores, desde este día hasta el fin del mes de julio inclusive, todos los judíos y judías con sus personas y bienes so pena de muerte y de confiscación para el fisco y cámara de sus Altezas. Y que ese mismo día se ha de pregonar en todos los reinos y señoríos de los dichos Reyes, nuestros señores. Torquemada cumplía su sueño de un reino cohesionado en la unidad ortodoxa de la fe, y a cambio conseguía fondos para sus conventos pues los de los condenados se incautaban y servían a los dominicos para financiarse.

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Isabel I de Castilla dio un nuevo giro al Palacio del Campillo cuando mandó a la comunidad de observantes al Convento de San Francisco (actual, Academia de Artillería) y fundó, mediante bula de Inocencio VIII de 20 de mayo de 1486, de Clarisas, la rama femenina y contemplativa de los franciscanos, que en 1498 obtuvo el título de Patronato Real.

Enrique IV, el rey de Segovia

En el bellísimo convento de San Antonio el Real, junto a la decoración franciscana, está el espíritu exquisito de Enrique IV, el rey segoviano por antonomasia, con su gusto por excelentes techados mudéjares y hermosísimos retablos flamencos de la escuela de Utrecht. Enrique IV gustaba de Segovia a la que consideraba la ciudad más bella del mundo y desde aquí se perdía en largas jornadas de caza por los bosques de Valsaín. Mientras por el Palación campea su símbolo y lema: la granada, el agridulce sabor de reinar.

Predomina el estilo mudéjar en la capilla mayor. Su bóveda está recubierta por curioso artesonado de estilo mudéjar que se apoya en un friso de yeserías policromadas. La decoración está basada en estrellas y lazos, colgando del centro racimos de piñas mozárabes. Destacan tres trípticos flamencos de barro de pipa policromados, en relieve de muy bella factura.

La capilla mayor tiene una interesante cubierta de armadura de limas moamares, ochavada, con decoración de lazo de diez, ataujerado y con chillas decoradas. Muy ricamente decorada a base de policromados y dorados. Aparece la heráldica de Enrique IV con el ramo de granadas. Destaca un retablo flamenco policromado que tiene como tema la pasión en la pared sur.

La sala capitular tiene un techo de limas moamares, ochavado, ataujerado, con decoración de lazo de doce, policromado y dorado. se completa con heráldica de los reinos de Castilla, León y Portugal y las cinco llagas franciscanas. La sacristía mayor, llamada «del trono«, tiene un techo cubierto por una armadura resaltada, jaldetas decoradas formando casetones, ricamente policromados con tracerías góticas estarcidas y decoración de cardinas en los arrocabes.

La entrada al palacio-templo es obra de Juan Guas, como el panteón de los Trastámara que ideó inaugurar Enrique IV, pero luego quiso ser enterrado junto a su madre, en el Monasterio de Guadalupe. Esta obra se encuentra en la zona de clausura y, lamentablemente, no se puede visitar. Tampoco hay constancia fotográfica en internet y salvo en un libro antiguo no se puede contemplar esta maravilla.