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Carta del Editor: El doble alma de los Estados Unidos (7): El legado de Theodore Roosevelt: Acabar con las Corporaciones del mal

Redacción




Enrique de Diego.

Theodore Roosevelt fue presidente de los Estados Unidos de 1901 a 1909. Proveniente de una familia de rancio abolengo de origen holandés, pertenecía a la rama de la familia de la bahía de Foster; de la rama de Hyde Park es originario Franklin Delano Roosevelt. Era un hombre de una pieza, que se vestía por los pies, un hombre de acción que parece salido de las novelas de Ernst Hemingway o de las películas de John Wayne, a los que precedió.

Se metió en el negocio de ganado. Su cuartel general estaba en el Maltese Cross Ranch, en las cercanía de Medora y construyó una casa de campo en una comarca remota a la que llamó Elkhorn. Para endurecerse sometía a su cuerpo a esfuerzos hasta el límite de su resistencia. Escribió a su familia: «Acabo de llegar después de haberme pasado trece horas a caballo». Todavía había algunos búfalos e indios sioux y la frontera no estaba cerrada aún. Todo se parecía mucho a una película de vaqueros y terminó con el duro y noble de Theodore capturando al pelirrojo Finnigan y a dos compinches, por lo que recibió una recompensa de 50 dólares. Y a un matón local llamado Paddock que amenazó con echarlo del pueblo le buscó y le dijo: «entiendo que ha amenazado con matarme apenas me viera. He venido a ver cuando quiere comenzar y a hacerle saber que si tiene algo para decir en mi contra éste es el momento de hacerlo».

Volvió al Este y se casó con una muchacha llamada Edith. Quería tener muchos hijos ya que creía que la «buena sangre» debía presentar batalla a las razas inmigrantes, lo que él llamaba «la guerra de la cuna». Buscaba la acción porque «todo hombre debe mostrar su valía» y, según él, los políticos no debían enviar a los soldados a la batalla «sin saber lo que es una guerra», así que en Cuba se enroló a la primera caballería voluntaria, una unidad de élite que realizaba acciones de comando. «No quiero que se diga que soy un patriotero de salón». Theodore Roosevelt disfrutó de la campaña, fue el líder del grupo y encabezó repetidos ataques a la colina de San Juan. Volvió a Estados Unidos convertido en un héroe público y accedió a la vicepresidencia y luego a la presidencia. Como se ve el 26 presidente de los Estados Unidos no tenía nada que ver con la falta de liderazgo de demente y sobón Joe Biden.

En septiembre de 1902, durante una gira de campaña, un tranvía arrolló al carruaje del presidente: quedó tirado en en la acera, estaba sangrando y malherido. Su cara había recibido un fuerte golpe y una de sus rodillas estaba tan dañada que los cirujanos estuvieron a punto de amputarle la pierna. Pero cumplió con su compromiso y dio el mitin previsto. El tema central de su discurso, mil veces repetido, es de candente actualidad y ha de ser planteado hoy, sin duda, como crucial para la supervivencia de la civilización y de la especie: la necesidad de disciplinar y acabar con las Corporaciones. Theodore Roosevelt la emprendió con J. P. Morgan y su banca, arremetió contra Rockefeller y lo que llamó el «mal trust», la Standard Oil, y la emprendió sin piedad contra Edward Henry Harriman a quien calificó de «paria moral y social»; Harriman, con el Illinois Central, se dedicaba a crear expectativas, a comprar y vender creando valor ficticio.

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Standard Oil era una empresa despiadada y depredadora. Reunió cinco factorías y creó casi un monopolio. capaz de conseguir tarifas con descuentos en los ferrocarriles mientras sus competidores no. Hacia 1879 la Standard Oil controlaba del 90 al 95 % del petróleo refinado y, este hecho, sumado a su nuevo sistema de oleoductos, le daba un control absoluto sobre los ferrocarriles. Sin embargo, consiguió un abaratamiento del producto para los consumidores. El barril del petróleo era de 0,06 el galón y lo bajó a 0,03. En su primera fase de expansión pudo reducir el 70% el precio al por menor del queroseno, un subproducto que se utilizaba en todos los hogares de Estados Unidos. Supuestamente, para una ideología liberal, era un proceso de libre mercado y el poder político sólo podía permitirlo, acelerarlo y eliminar los obstáculos.

De alguna forma, el capitalismo termina redundando en beneficio de los consumidores, es el dogma. A comienzo del siglo XX, esta doctrina había sido avalada por la Corte Suprema presidida por John Marshall, uno de los hombres más influyentes de la historia norteamericana, que había hecho posible el surgimiento de las Corporaciones. Así las definió Marshall: «una corporación es un ser artificial, invisible, intangible y que existe en términos legales. Como es un simple producto de la ley, posee sólo tres cualidades que explícita o implícitamente le confieren los estatutos de su creación. Las más importantes son la inmortalidad y, si se me permite la expresión, la individualidad, propiedades que hacen que se considere a una perpetua sucesión de personas como un individuo y que puedan actuar como tal».

Lo cierto es que Theodore veía en el horizonte riesgos muy superiores y quería ponerles coto. No era un resentido social pues él mismo era adinerado pero veía que esas Corporaciones terminarían volviéndose contra el hombre. Hoy nos encontramos en una situación en que el 1% de la población acumula el 99% de la riqueza. Un dato ofrecido por una ong y recogido por el premio Nóbel de Economía 2001, Joseph Sitiglitz. Vamos a darlo por bueno. El liberalismo, de la escuela austriaca, con Friedrich Hayek, nos responde que tal acumulación es beneficiosa y buena siempre que sea producto del orden espontáneo. Y que la globalización beneficia al consumidor pues abaratar los costes beneficia al consumidor que recibe los productos más baratos al tiempo que, por ejemplo en China, se produciría una clase media que, se nos dijo, reclamaría reformas democráticas.

Estos no son más que dogmas. En China impera cada día más la esclavitud que trata de extender a la Humanidad, incluido a Estados Unidos. En cuanto a ese 1% que acumula el 99% de la riqueza de la Tierra, partamos del axioma de lord Acton de que «el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente». Lo que vemos es que se han destruido el sector primario subvencionando dejar las tierras en barbecho y con políticas de proveedores que asfixian al pequeño productor.

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Lejos de beneficiar al consumidor, trata de eliminarlo. Partamos del análisis de la realidad de Karl R. Popper y su elemento de contrastación. Contemplamos como las doctrinas maltusianas y eugenésicas han dado lugar al mayor y más cruel intento de exterminar a la población y de eliminar sus más más mínimos derechos hasta hacer legítimos el tiranicidio y la insurrección armada. Las élites adineradas corrompidas han desatado sobre la población indefensa la mayor campaña programada de exterminio mediante el coronavirus, de invención humana, y las timo vacunas, en la que han participado las corporaciones farmacéuticas, dominadas por Bill Gates. y las corporaciones mediáticas, compradas por los fondos de inversión Black Rock y Vanguard, dominadas por unas pocas familias entre las que destacan los Rockefeller y los Rothschild.

Marina Abramovic y Jacob Rothschild.

No se puede decir que beneficien al consumidor cuando tratan, y consiguen a los más indefensos, por ejemplo a los ancianos y a los bebés, eliminarlos, matarlos, como se ha ufanado Albert Bourla, director ejecutivo de Pfizer, en el Foro Económico Mundial. Esas élites son satánicas, rinden culto a satán. En la muerte de John Rockefeller se supo que había instalado una estatua en homenaje a satanás y a su rascacielos en Manhattan le había llamado el 666. Y de los Rothschild es conocido el satanismo de Jacob, el cabeza de la familia, como dejó patente fotografiándose con la notoria satánica Marina Abramovic ante el cuadro: «satán convocando a sus legiones». El objetivo de satán es eliminar la especie humana, creatura de Dios.

Es imprescindible desarmar al enemigo arrebatándole sus riquezas; esta es una guerra moral y las contiendas se ganan cuando se cortan las líneas de suministros del enemigo. En principio, repugna a la mentalidad norteamericana la confiscación de bienes, pero se veda la resistencia cada día más numerosa, el demos, la victoria si no se procede a la incautación de bienes de las empresas y las personas globalistas que conspiran contra nosotros. Es urgente recoger y llevar a la práctica el legado del gran Theodore Roosevelt.

Medidas que han de ser puestas en práctica:

1.- Responsabilidades por las muertes en la pandemia y consecuencia de las timo vacunas. Todas las víctimas deberán ser indemnizadas por las farmacéuticas y por los accionistas de estas, en cascada, con indemnizaciones multimillonarias.

2.- Deberán pagar multas aquellos medios y redes sociales que hayan impuesto la narrativa genocida y los fondos de inversión que las hayan alentado.

3.- Habrá de verse si la existencia de las Corporaciones han caído en el corporativismo y el mercantilismo, y a través de ellas y de sus fundaciones han puesto en práctica políticas colupsorias y monopolísticas, de forma que hayan modificado las políticas en su propio beneficio a través de subvenciones y depredando los fondos públicos; por ejemplo, a través del timo climático y la transición ecológica. Ese dinero deberá ser devuelto al Estado y a los contribuyentes con elevados intereses.

Probablemente, se trate de la transferencia más importante de la historia de bienes y es urgente ponerse manos a la obra. O eso o sucumbimos. Y no vamos a sucumbir.