Enrique de Diego.
Mentiroso mercachifle, pigmeo moral Losantos, asesino moral de Elia Rodríguez, quien «te admiraba mucho». Eres un amoral, eres más falso que un Judas de plástico, no tienes decencia, ni altura moral. La historia abracadabrante del «accidente doméstico» es una de las más absurdas y más indignas que se han inventado, indignas hasta de la cheka, de la que tú nunca has salido mentalmente. Has mancillado a Elia, vete tú a saber si la presionaste a que se timo vacunara, todo es posible, en un bocazas que grita que en esa empresa, Libertad Digital SA, no entra nadie que no esté timo vacunado porque te contagia, cuando es justo al revés. La grabación del youtuber que se hace pasar por un cliente publicitario con Antón Márquez Cañadas, jefe de publicidad, te deja a los pies de los caballos como un mentiroso difamador, capaz de inventarte un «accidente doméstico» que nunca existió. Con esa grabación, puede llevarte la familia a los Juzgados por difamación y ganarte, mentiroso lenguaraz. No, Elia no se cayó por las escaleras, ni resbalón con el jabón, ni tuvo mala suerte al caer, mientes, bellaco, has mentido, tienes menos credibilidad que una puta babilónica; Elia, después de estar hablando por wahtsapp con una comapñera, sucumbió a la patología autoinmune provocada por el veneno de muerte por la que el que considera al corazón un enemigo. Ese veneno de muerte, del que tú eres tan apasionado, que tiene como única finalidad exterminarnos, eliminar población, y tú, gilipollas, sin darte cuenta, con dos dedos de frente escasos, queriendo inyectar ese veneno de muerte de la proteína Spike, esa que la ignorante ilustrada de AstraYésica Sánchez dice, contra la ciencia más elemental, que es inocua-
Lo que hubiera hecho un hombre cabal, un hombre digno, ante la muerte fulminante de Elia, hubiera sido contar la verdad desnuda, no ocultarla bajo los harapos de la mentira vergonzante, a sabiendas de que satán es el padre de la mentira, hubiera dicho que te has equivocado -nadie te hubiera reprochado nada- y hubiera dicho con tu vocecita atimplada que todo era falso, que la sociedad estaba siendo exterminada por un veneno de muerte, que pararán la farsa, y entonces la muerte de Elia hubiera sido útil, hubiera servido para algo. ¡Hubiera salvado vidas! No puedo estar más de acuerdo con el tuitero que dice: «no hay mejor manera de honrar a alguien que destapando la verdad de lo que provocó su muerte», Y con el que añade: «pobre chica obligada a ponerse esto por el pánico de unos enajenados para una enfermedad que seguramente hubiese superado. El gnomo ha estado insultando de manera tan cruel cuando todo apuntaba a lo que apuntaba que ha hecho una bola demasiado grande para esquivar esto». Pero esperar esto de ti es pedir peras al olmo: qué le ibas a decir a Isabel Díaz Ayuso, la ignorante proteica, o a Juan Manuel Moreno Bonilla, cogido por las farmacéuticas en su misma alcoba, ¿qué son unos asesinos? Que es lo que son. Tú, lacayo, servil, lameculos, que te prestas al juego del sistema, tú no: y te inventaste eso del «accidente doméstico», canalla.
Mira, si Elia hubiera bebido dióxido de cloro aún estaría viva. Aquí nos tienes luchando a brazo partido, orgullosos, con el alma llena de cicatrices, sabiendo que la matanza nos va a helar la sangre, luchando por nuestra supervivencia, por nuestra vida, por la de nuestros seres queridos, por la de nuestros compatriotas, para la supervivencia de España como sociedad, para ajustarle las cuentas a los crueles globalistas, gente sin conciencia ni escrúpulos morales, a quienes tú sirves, payaso, payasete, con tu codicia vergonzosa y acanallada. Eres un objetivo legítimo. No te pongas por delante que te arrollamos. Somos el demos desesperado. Podías haber liderado este combate tremendo, la gran batalla de la especie. Pero te has quedado en un mentiroso compulsivo, con tu mierda te lo comas. Lo que dice ahíto de cinismo tu jefe de publicidad: «si te toca, te toca». ¿El día en que tu caigas fulminado, el día en que te toque, será «accidente doméstico» o «accidente laboral»? ¿O será en casa de Ayanta Barilli, hipócrita?