Editorial.
Acaba de salir, el Supremo revoca al TSJ Gallego que anuló las normas del impresentable de Feijoó, amigo de narcos y chupapollas del poder globalista, y en contra de una sentencia anterior de signo contrario, ahora para el TS lo que antes era ilegal ha mutado y está bien, es conforme a derecho el pasaporte covidiano cabeza visible de la dictadura de plandemia.
No todo está podrido. Un magistrado Jesús Fonseca «salva el honor del regimiento» (el soldado que a diferencia de sus traidores compañeros no se rinde) mediante un voto particular donde deja claro que es violación de los derechos fundamentales ese pasaporte como ya se dijo en la sentencia anterior confirmatoria de otra igual del TSJ de Andalucía.
Una cosa buena hizo el denostado Fernando VII en que habrá que imitarle llegado el «kairos» o momento divino. Y es disolver el Supremo, ahora por su fangosa contaminación política (los más vienen de los partidos y sus correas de transmisión las asociaciones judiciales).
Queridos ínfimos, que no supremos, jurisdicentes, que el peso que echáis a vuestras conciencias lo pagues a precio divino. Y sepáis que un decreto de disolución de esa iglesia suprema y herética de la justicia española ya está hecho en algún lugar al que llegaremos y será vuestra obra uno de sus ladrillos. Carthago delenda est.