Nuestro Señor Jesucristo, antes de ascender al Cielo, dejó fundada y organizada en la tierra la Santa Iglesia Católica, a la que dejó sus divinas enseñanzas, los frutos infinitos de su Pasión y la pro-mesa de la asistencia suya y del Espíritu Santo hasta el fin de los tiempos.
Desde aquellos albores, la Iglesia enfrentó y venció muchos y grandes disturbios. Pero ninguno de ellos puede compararse al ataque que ella viene sufriendo desde el siglo XIV. En aquellos días fue levantado a un puesto de eminencia político-cultural el rechazo radical a las enseñanzas del Evangelio. Este rechazo por necesidad lógica debía extenderse también a los numerosos, profundos, vivos y abarcadores desarrollos y aplicaciones que esas enseñanzas tuvieron durante toda la Edad Media.
Consecuentemente se fue desmontando la civilización medieval jerarquizante y se desataron torrentes de corrupciones en la cultura y moral y de ilegitimidades y cataclismos en la política. Llamado por varios autores, desde el siglo XIX, la Revolución anticristiana, o simplemente la Revolución, ese ataque y esa dirección del mundo culmina en las circunstancias en que vivimos hoy, intrínseca y fundamentalmente contrarias a Dios y a Su Voluntad revelada y explícita.
Al mismo tiempo, esta dirección ha venido produciendo resultados y situaciones de disfunción y degradación de la naturaleza humana individual y social presentes a muchas más inteligencias que aquella implicación teológica. Muchas escuelas de pensamiento e ideologías deben doblegarse a la evidencia y estar contestes en el carácter marcadamente anormal y fallido de la civilización actual.
La destrucción longeva y todavía en curso importa, pues, a todo ser humano; más a todo cris-tiano y católico; y máxime a quienes tienen la triste fortuna de conocer en algo las implicaciones metafísicas y teológicas de este estado de cosas. El ánimo e intelecto cristianos pueden y deben desvelarse ante esta trágica situación y preguntarse por su mejor remedio. Su estudio es doblemente difícil:
Dificultad subjetiva del estudio de la Revolución anticristiana
Trátese de un espíritu globalmente envolvente y radicalmente influyente, antiguo, establecido, que afecta a toda la inmensa complejidad de la vida mental humana en cogniciones, emociones y reacciones y suscita en ella profundos y vigorosos hábitos de estructura. Dicho espíritu se ha venido mostrando indeterminado, corruptor, portador y transmisor de caos y ceguera; exacerba consciente e inconscientemente un amplio espectro de sensaciones, mutaciones y efectos. Y sobre todo: dicho espíritu influye por idiosincrasia radical para que se ignore, niegue, reprima, denigre, corroya o excluya las mismas bases de un examen opositor cristiano o de simple teología natural.
Dificultad objetiva del estudio de la Revolución anticristiana
Es un estado de cosas y un proceso a la vez irracional, negativo y relativo en sus caracteres y no tiene, propiamente hablando, bases ni leyes últimas. Se yuxtapone y entrelaza con las leyes de la naturaleza y el Orden del universo. Es una corrupción constante, multímoda, antinatural e imprevisible, y opera también en medio de grupos y productos culturales elaborados, refinados y pacíficos. Y sobre todo: aún tomada de objeto externo de estudio, sus causas deficientes se pierden en los abismos de las voluntades subjetivas humanas. Dudosamente pueda sacarse a luz el modo y la constitución intrínseca, debiendo el intelecto humano conformarse con sacar a luz la esencia de lo agredido, el modo extrínseco de esa agresión y su gravedad moral intrínseca.
Así y todo, varias obras han sido escritas al respecto por autores católicos. Aun tomadas por separado, las hay de gran mérito, mientras que ninguna se postula como suprema o universal.