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Sobre la ingeniería social (17): Klaus Schwab, el director

Redacción




Guillermo Mas. 

 

Bill Gates es el protagonista de la pandemia del COVID-19 por una sencilla razón: lo merece. Ha sido el anunciador de la pandemia, el defensor de las vacunaciones y es el dueño de un monopolio mundial de vacunas ejercido a través de su participación en distintos organismos internacionales. Como apunta Ignacio López Bru: “extiende sus tentáculos por todo el tejido institucional y corporativo sanitario mundial, energético, medios de comunicación (Le Monde, Guardian, NBC, NPR, Al-Jazeera, BBC…), corporaciones alimenticias (Monsanto la de los transgénicos…), etc, etc. Es el principal donante privado -y más que la gran mayoría de los estados- de la OMS (4.300 millones $), de la Alianza para la Vacunación y la Inmunización (GAVI), con 3.000 millones $, de la John Hopkins University (870 millones), del Imperial College of London, con 280 millones $, de la NIH (del Dr. Fauci) y la CDC de EEUU, y de tantas otras. Asimismo, es uno de los grandes accionistas de todas las Big Pharma involucradas en la obtención de la vacuna”.

Aurelio Peccei, fundador de “El club de Roma”, afirmó hace décadas: “En estos momentos, toda la Tierra es un cúmulo de interdependencias y como habían previsto muchos pensadores desde principios de este siglo, el planeta se queda pequeño para las actividades humanas. Pese a esto, el mundo sigue funcionando con esquemas de épocas pasadas. Debemos cambiar nuestros esquemas, aprender a ejercer una solidaridad recíproca y a considerar el mundo como lo que es en realidad; un sistema ecológico único para la especie humana”. El otro fundador, Alexander King, lanzó una profecía: “La sociedad mundial requiere de una única dirección, un Gran Capitán que dirija a la Tierra hacia un gran destino común”. Y ese hombre no es ni Gates ni Soros, sino Klaus Schwab: “El buen liderazgo demanda un cambio radical en nuestra visión del involucramiento colaborativo de cara al futuro”.

Klaus Schwab es el fundador y director del “Foro de Davos” que, junto a “El club Bilderberg”, es una de las grandes instituciones globalistas. Se trata de una fundación que se dice “humanista” ligada a la (mal) llamada “Declaración Universal de los derechos humanos”. En el libro clave para entender la Agenda 2030, La cuarta revolución industrial, dice lindezas como la siguiente: “Surgirá un nuevo mundo, cuyos contornos nos corresponde a nosotros imaginar y trazar” porque “ahora es el momento del gran reseteo”. Este libro, deudor de La tercera ola de Alvin Toffler, anuncia el advenimiento de una nueva época de la tecnología y de la información que supondrá una auténtica tabla rasa con respecto a toda etapa anterior histórica, mental e incluso fisiológica de la humanidad.

En su reciente título Covid-19: El Gran Reinicio, Schwab afirma lo siguiente: “el mundo carece de una narrativa consistente positiva y común, esencial, si queremos empoderar a un conjunto diverso de individuos y comunidades y evitar una violenta reacción popular contra los cambios fundamentales en curso”. Este mesianismo que pretende imponer a los demás una determinada forma de pensar apesta a los peores totalitarismos del siglo pasado: “hay que ir hacia cierta forma de gobernanza global efectiva, cuanto más se impregne la política global de nacionalismo y aislacionismo mayores serán las probabilidades de que la gobernanza global pierda su relevancia y se vuelva ineficaz”. Se trata de alguien que dicta, no que sugiere. En 2021, el Foro de Davos ha contado con un “invitado de honor” inmejorable: Xi Jinping. Si ha habido una ideología con tintes de teología política y vocación planificadora en la historia ha sido el comunismo. En sus dos grandes puestas en práctica, Rusia (1918-1989) y China (1949-actualidad), se han exterminado a millones de seres humanos y se ha controlado la vida privada de los individuos de una forma sin precedentes en la historia. Y, sin embargo, ha sabido actualizar sus métodos al tiempo presente: la China de hoy es una buena prueba de ello; y lo es la deriva intelectual de Gorbachov, apologeta del cambio climático a través de su fundación “Cruz Verde Internacional”.

En 2019, Donald Trump frustró un acuerdo internacional firmado por Estados Unidos y China para implementar mediante un proyecto sin precedentes, dirigido y auspiciado por Bill Gates, cuyo fin era desarrollar la energía nuclear en todo el mundo. Dicho proyecto pretendía introducir la energía nuclear para mejorar la situación del «cambio climático»; calentología pura. Dos intelectuales han marcado decisivamente a Bill Gates en este proyecto: James Lovelock (el inventor de Gaya) y, sobre todo, Vaclav Smil. Gates trabajó mano a mano con el inventor Nathan Myhrvold para desarrollar las ideas que Smil había planteado en libros como Energía y civilización: una historia; ¿Deberíamos comer carne?; Creando el siglo XX; y Transformando el siglo XX. Considerado uno de los pensadores más influyentes de la actualidad por sus ideas relacionadas con las energías renovables, la inmigración o la producción de alimentos alternativos para la carne, Gates ha dicho de él: «Escribió sobre todos los tipos potenciales de desastres, como el riesgo de un asteroide, el riesgo de una erupción en Yellowstone (un volcán de los EEUU). Y de hecho mostró que las pandemias eran significativamente la cosa más grande, aparte de una guerra nuclear causada por el hombre, para la que necesitábamos estar más preparados«. Todo un profeta, Vaclav Smil. O un ideólogo del globalismo muy bien informado.

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Volviendo a Klaus Schwab. Terminemos con una doble nota literaria. Porque Klaus Schwab es el Domingo que Gilberth Keith Chesterton describió en El hombre que fue jueves; y es, como me apuntaba recientemente Enrique de Diego por vía telefónica, el Señor del Mundo de la novela homónima de Robert Hugh Benson. Acerca de su obsesión por la tecnología, habría que recordar aquello de «el reino de la cantidad» que dijera René Guénon o las proféticas palabras de Romano Guardini: «La técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra» (El ocaso de la edad moderna).

Sigan leyendo los artículos de esta serie, que se aproxima a su punto final.