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Agenda 2030: la neolengua de la Bestia, o de cómo decir lo indecible (sin aparentar decirlo)

José Antonio Bielsa Arbiol




Tal y como informa en su sinopsis, el libro AGENDA 2030: LAS TRAMPAS DE LA NUEVA NORMALIDAD ha sido escrito «con la necesidad de abrir un debate pendiente: el de la justificación racional y fundamentada de la pertinencia de la implementación de la Agenda 2030», esa abrumadora obra de ingeniera social que ha sido impuesta a la población mundial por la fuerza de simulacros democráticos larvados, sin mediar debate o referendo alguno que la justifique.

Una mano detestable, que opera entre bastidores y a oscuras, mueve los hilos de la Historia: tras el 11-S y sus secuelas, ni las más cerradas inteligencias podrán negar esta evidencia. Esa misma mano (difusa y descentralizada, como todo cuanto se realiza en las estructuras de poder del NOM) puso en funcionamiento esta Agenda, en 2015. Una Agenda manifiestamente suicida en sus pretensiones últimas.

En su infamia alevosa, la 2030 bien puede describirse como un borrador de simulaciones (de «lo más blando» a «lo más duro»), tal y como ha sido repensado por los cerebros de la Satanocracia supranacional: se conoce la meta, identificada y fijada… al tiempo que se omite astutamente cualquier referencia sólida a su aplicación metodológica. Esta indefinición otorga a los cerebros de la Agenda amplísima holgura de movimientos, gracias a sus «seis componentes clave», a saber: una Declaración; los 17 Objetivos (ODS); un conjunto de 169 Metas vinculadas a cada Objetivo; una serie de «Indicadores ligados a cada Meta para medir el progreso en la implementación»; los Medios de implementación de la Agenda; y un componente de Seguimiento y Examen.

Pero este borrador-entelequia (que tan sólo ha sido «soñado») todavía no está escrito «en limpio», puesto que atiende a una (i)lógica secuencia de ciertos movimientos psicosociales proyectados, confirmados o pendientes de confirmación: su implementación progresiva dependerá del grado de acatamiento que las masas vayan manifestando ante la ingeniería social desplegada en curso.

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Ahora bien, el analista honrado no lo tendrá demasiado difícil ante la entraña profunda de la Agenda 2030, tal es su obviedad simplona, casi insultante en su necia plasmación, por medio de una neolengua vacía/llena de significados.

Y es que este engendro cocinado por los sinarcas, como decimos, porta en sus subtextos un abanico de ideas fijas que, con insistente saña, se han ido normalizando/reforzando poco a poco (a través de cada una de sus jugadas estratégicas): ahí tenemos el final de la propiedad privada; el final de la familia tradicional; medidas eugenésicas globales aplicadas a todo bípedo implume; leyes de eutanasia democratizadas a granel; abortismo masivo parejo al plan de reducción de población; una ecología planetaria como nueva seudoreligión del Estado global; o la mismísima ilegalización de la Iglesia Católica (que haremos bien en no confundir con el Vaticano, infiltrado y dirigido por el mundialismo más grosero).

Entre medias y para cubrirse bien las espaldas, los propagandistas de la Agenda 2030 suelen desviar la atención de esas mismas sociedades civiles a las que dicen «informar», y lo hacen apelando a una serie de entidades vinculadas a ellas, puesto que «su elaboración, aseguran, ha contado no solo con la intervención de gobiernos e instituciones internacionales, sino también con una amplia participación ciudadana y de entidades de la sociedad civil» (Sotillo Lorenzo). Ni que decir tiene que las propias sociedades democráticas posmodernas aparecen infiltradas por falsos agentes amigos (eufemísticamente: «especialistas de alto reconocimiento académico», «participación ciudadana!, «entidades filantrópicas», etcétera), que tan sólo son servidores antidemocráticos al servicio de las plutocracias y los centros de creación de opinión –y hasta “moralidad–: «Cada año, Open Society Foundations otorga miles de subvenciones a grupos e individuos que promueven nuestros valores, a través de una red única que está guiada por voces locales y experiencia global» (Open Society Foundations es uno de los grandes promotores de la Agenda).

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Por fortuna para el lector atento a la corrupción del lenguaje –bien conocedor de los mecanismos de terror psicológico a los que estamos siendo sometidos–, éste no perderá gran cosa si no traga con ruedas de molino con los objetivos de la inextricable Agenda: este lector ideal, dotado todavía de libre albedrío, se tensará ante esta retahíla buenista de hermosas intenciones envenenadas.

En efecto, en el reino del eufemismo represor, la Agenda 2030 comporta una magnífica trampa bañada en jarabe edulcorado con múltiples trampillas accesorias (los subtextos), cual perfecto artefacto cuyos tentáculos aspiran a rematar ese gran viraje en el que nuestras desarmadas y agonizantes sociedades occidentales se encuentran inmersas.

Urge pues, ahora más que nunca, mirar dos veces las cosas, puesto que la mentira campa triunfante a sus anchas; así lo sentenció Cervantes: «La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde».

José Antonio Bielsa Arbiol: Agenda 2030: Las tramas de la Nueva Normalidad. Letras Inquietas (Marzo de 2021)

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