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El caso Juana Rivas y el desfonde moral de Irene Montero

Redacción




Yolanda Esfandiari.

Una de las cosas que más exasperan de la mal llamada progresía es la incapacidad de reconocer sus errores y pedir disculpas, o al menos, correr un tupido velo sobre la metedura de pata. Con Juana Rivas la progresía metió la pata hasta el fondo, pero Irene Montero hace caso omiso a las sentencias que condenan a la madre de Maracena. Después de todo, ¿qué es un juez, y qué sabrá? Haber trabajado durante seis meses de cajera en un comercio capacita una barbaridad en jurisprudencia, y dirigir un ministerio hecho ad hoc y absolutamente inútil sitúa a quien sea en una posición superior a la de un juez, tres, o veintinueve, dónde va a parar…sobre todo en materia de raciocinio, que poco harían los jueces si no estuviera Montero para enmendarles la plana.

Irene Montero llora.

Nos hemos acostumbrado de tal manera a las salidas de tono, estupideces y deslices propios de una persona absolutamente imbécil, que ya miramos a Irene Montero con condescendencia, como se mira a un niño tonto. “La condena a Juana Rivas sigue siendo una alerta de lo necesaria que es la perspectiva de  género en la justicia”. Para quedarse muertos. Una mujer con un trastorno mental diagnosticado y evidente, que secuestra a sus hijos, acusa en falso al padre de los mismos de unos malos tratos que nunca han existido, y resulta que una ministra de este país, aunque el ministerio sea una falacia y una vergüenza, continúa poniéndola de ejemplo de lo necesaria que es la perspectiva de género en la justicia… Como decía el Espartero, “hay gente pa tó”.

Lo necesario en la justicia es que no se deje manejar, ni coaccionar por el totalitarismo y permanezca independiente. Juana Rivas es culpable de sustracción de menores, y de denunciar no se sabe ya cuántas veces a su ex marido, Francesco Arcuri, que no sólo no era un peligro para los niños, sino que ha sido, y es, el único referente sensato y el único refugio que han tenido. Procedía, si hubiera decencia en alguno de los estamentos de este país, que se le hubieran presentado disculpas formales a la verdadera víctima del caso Juana Rivas, que no es otro que Francesco Arcuri, pero no… Ni Rajoy -que en su día dio por sentada la culpabilidad del italiano-, ni Susana Díaz, ni la Delegación de la mujer de Maracena, ni “la tal” -y nefasta- Paqui Granados han tenido la bonhomía de reconocer que se han equivocado. Ahí sigue Irene Montero, que una vez más no tiene puñetera idea de lo que está hablando, diciendo que “también le debemos reparación a las madres que son perseguidas por proteger a sus hijos e hijas de la violencia de género”. Se la deben, claro que sí, pero no en el caso de Juana Rivas.

La reparación a esas madres que cita Irene Montero tiene un camino muy sencillo: destinar el dinero de la Unión Europea a las víctimas de violencia, y que no se pierda en chiringuitos ni en ministerios fantasma de forma que, cuando una madre verdaderamente maltratada -que no mienta como Juana Rivas- llegue a Asuntos Sociales, encuentre que allí disponen de un presupuesto para buscarle un empleo y facilitarle una vivienda: la verdadera solución para las mujeres maltratadas, y no cursos de masturbación ni de cómo hacer la tijereta.

Cuando usted, como mujer, entiende que debe apoyar a otras mujeres como Juana Rivas dispuestas a aprovechar la coyuntura para destrozar las vidas de sus propios hijos, a pesar de que la ley, la justicia y la razón hayan demostrado hasta la saciedad que merece no solo esta condena, sino una verdaderamente ejemplar, sepa que su actitud no va a ayudar a mujer alguna. Conceder a Irene Montero aunque sea un mínimo de credibilidad, o de consideración a sus opiniones sectarias y absurdas no nos lleva a progresar, sino a perder el oremus de una vez para siempre.