Enrique de Diego.
Nuevos perfiles llegan al Congreso de los Estados Unidos y de ello se hacen eco todos los periódicos. Vamos a empezar por la que presentan como más rara. Marjorie Taylor Greene, de 46 años, congresista por Georgia, y de muy buen ver. Pertenece a la organización QAnon que es presentada como «plataforma digital conspiranoica de ultraderecha», mucha saliva gastan los medios, y mucha excomunión. Twitter ha suspendido su cuenta y el FBI, que no se entera de nada, como todas las policías occidentales, la considera un potencial elemento terrorista doméstico. La congresista considera que «el mundo está dirigida por una organización de pedófilos satánicos que, entre otras cosas, conspiran para derrocar al presidente Trump». En estos tiempos, la verdad se ha hecho hiriente, porque lo dicho suena bastante a verdad, y todo indica que en torno a Trump se decide una batalla decisiva. Ponen en el lado de la derecha a Ronny Jackson, el médico oficial de Trump en los primeros tiempos, quien dijo que Trump tiene «unos genes increíblemente buenos».
Luego están los demócratas que rinden culto a la diversidad. Se lleva la palma Ritchie Torres, cruce de negro con raíces puertorriqueñas, que es «abiertamente gay». A su lado palidece Mondaire Jones, que es sólo negro y también «abiertamente gay». Cori Bush, de 44 años, del movimiento racista Black Lives Motter; podía ser de los Bush, pues George Bus hijo está con Joe Biden. Y, por último, destacan a Sarah McBride, que se ha quedado en sólo la cámara alta de Delaware, pero que es la primera tansgénero: «Lo hemos conseguido, hemos ganado las elecciones. Espero que esta noche demuestre a un niño LGBTQ (me niego a traducir la jerigonza) que nuestra democracia es lo suficientemente grande también para él». Supongo que los demócratas tendrán algo que proponer para Sodoma y Gomorra.
Con tanto diversidad, Pedro J, con body y a lo loco, que es un declarado pervertido sexual, se siente como pez en el agua. Ha hecho causa por Joe Biden, lo cual no es un hecho diferencial, porque los medios han echado carreras para ver quién es más de Biden y la dice más gorda. Cruz Sánchez de Lara es también un poco ambigua sexualmente, se viste mamá Noél y el lamentable festorro organizado por la pareja, apareció embutida con un frac tres tallas menos. Luego Pedro J recomienda el sexo anal, que debe practicar, para dar ejemplo, con Cruz. No es extraño que le caiga mal el viril Trump, que para ser un matón no se ha metido en ninguna guerra ni ha libado sacrificios en el ara del complejo armamentístico-militar, que ha sido la norma de republicanos y demócratas antes de Trump. Biden, por lo demás, es un corrupto. Está dicho todo.
A Pedro J últimamente le ha dado por el nuevo orden mundial y traga con todas las agresiones a la libertad de expresión como las del Ministerio de la Verdad, defendido con tanto empeño digno de mejor causa por su amigacha Margarita Robles, que parece que se ha metido una pelota cuando habla. Y tiene los sueños húmedos de los amos del mundo: volver a la OMS, que tantos muertos y tanta ruina nos ha costado, y al timo del cambio climático, Y pensar que a este berzas le siguieron a pies juntillas esos dementes que respondían al nombre de peones negros y que quizás por eso de las minorías se equivocó como la paloma y quería poner en libertad al integrista y asesino en serie Jamal Zougam. Ahora está claramente alineado con el NOM y utiliza todas sus claves. Es la decadencia de Occidente por la que apuesta Pedro J mientras el cuerpo aguante.