Enrique de Diego
Fueron unos días, en efecto, gratos para el equipo de auditoría. El trabajo en sí, un auténtico paripé, cubrir el expediente para firmar el documento de que todo está en orden.
Al frente, de la oficina en Nassau, del Santander Bahamas International Limited, José María González Castejón, un hombre cercano, proveniente del corredor del Henares, que agradecía la visita de los compatriotas.
Y el trabajo, en cualquier caso, facilitado por las amables secretarias de González Castejón, Melanie Parker y María Taylor.
Mientras el resto del equipo, una vez terminado el trabajo, firmado el documento protocolario, se iba a visitar la isla y a disfrutar de las muchas posibilidades de ocio que ofrece la capital de Las Bahamas, el jefe del equipo de auditores, padre de familia, se quedó a departir distendidamente con José María González Castejón.
Éste quiso desvelarle su secreto. La abultada cuenta puesta bajo curiosos seudónimos. Un fondo de inversión sin personalidad jurídica, gestionado por el Banco de Santander. Un código cifrado con tabla de equivalencia, y bajo los nombres de “el paellas” y “el bombillas” y sus respectivos cónyuges.
- ¿No te ha llamado la atención esta cuenta?
- Pues la verdad es que sí.
- ¿Quieres saber de quién se trata?
La verdad es que le picaba la curiosidad, por supuesto.
José María González Castejón se levantó, se fue hacia su mesa de despacho y extrajo una libreta azul.
“El bombillas”, correspondía al cantante Raphael, Raphael Martos. El apodo sugiere un gesto característico en el escenario. “El paellas” no era otro que el político socialista José Bono. Al parecer, presume de sus capacidades gastronómicas en la elaboración de paellas. El montante, 160 millones de euros, que aumentan cada año.
Esa noche el auditor no pudo dormir, por mucho paraíso caribeño. Padre de dos hijos, empezó a rememorar los esfuerzos y equilibrios, con un buen sueldo, sin duda, pero ajustado para llegar a fin de mes, dándoles la mejor educación, bastante costosa, a sus vástagos. Se sintió mal, como si fuera cómplice de algo nauseabundo, que le repugnara, como si le utilizaran –con aquel documento retórico- para tapar aquella suciedad.