Enrique de Diego.
De vez en cuando, alguien me pregunta en twitter, con ánimo descalificatorio, si hay algún político me cae simpático. Planteada así la pregunta, ninguno, obviamente. Pero la pregunta correcta es si me cae simpático algún político del Estado de partidos. Y entonces contestó que radicalmente no, que hay que acabar con ellos, hacerles pagar su expolio.
Como don Antonio, considero que el pensamiento surge de la acción; las ideas innovadoras salen de racionalizar el hecho vivido. He tenido amistad o relación con numerosos políticos. José María Aznar tuvo interés en que su primera biografía, escrita por Raimundo Castro y titulada El sucesor, quedara reflejada la importancia que tuve en su maduración política en el terreno de las ideas. Luego, en Alicante, Eduardo Zaplana me debe, en buena medida, su acceso a la Generalitat. Gentes que decidieron el primer día de su llegada al poder, dejarme a un lado. ¿Por qué? La respuesta puede estar en una frase de Eduardo Zaplana: «Enrique, es que eres demasiado honrado». Se es honrado o no se es, pero no se es demasiado honrado.
Todos los políticos constituyen una casta expansiva, todos depredan, todos expolian, todos tienen una solidad interna de clase, de modo que todos están de acuerdo en un punto básico: aumentar sus privilegios. He de verlos como el enemigo. Cuando Vox acepta la subvenciones estatales con el argumento chusco de que si no se vería en inferioridad de condiciones, pasa a formar parte del sistema, se hace estatal; se convierte en un enemigo más. Y desde dentro del sistema no hay salvación, hay retórica. O, como dice don Antonio, demagogia. «Por eso no puede haber en Europa más que demagogia, en lugar de democracia; propaganda, en lugar de veracidad en el análisis político; cinismo intelectual en universidades y medios de comunicación, en lugar de investigación y descripción de la realidad fáctica del régimen partitocrático».
El circo de la partidocracia pretende generar un sentimiento de adhesión a las siglas o a los líderes, de los partidos; quiere que unos nos caigan simpáticos y otros antipáticos; que seamos de izquierdas o de derechas, cuando esa falsa dialéctica quedo superada cuando todos los partidos se hicieron estatales. Vox nunca acabará con las autonomías porque su estructura está instalada en ellas. Dentro del sistema no hay salvación; hay que estar fuera del sistema y derribarlo.
Una destacada miembro de la Plataforma de las Clases Medias, que ha elegido la mejor parte, la vida contemplativa me dice que yo me he adelantado a mi tiempo, poniendo, hace doce años, un chorizo en la puerta de UGT, mostrando la impostura de unos sindicatos altamente subvencionados o yendo hasta La Moncloa o denunciado el despilfarro de los políticos…Ellos en si son un despilfarro, porque en cada uno manda uno, o como mucho tres; podríamos ahorrarnos tanto gasto innecesario: 400.000 políticos. Lo piensas y te entran escalofríos. «De ser concebidos como medios de liberación, los partidos han pasado a ser fines de sí mismos e instrumentos de dominación», cito a Don Antonio.
Voy con lo de adelantarse a su tiempo. Doce años son, en la historia, un suspiro. Y aquella época gloriosa y heroica de tanto gente luchando por su dignidad y su supervivencia es una etapa -no lo supieron ver personajillos como Javier Benegas, que tampoco me cae simpático porque es un falsario- hacia la victoria. Empecé a actuar porque diagnosticados los problemas, comprobé que nadie hacia nada. Ahora el sistema se cae solos, está hecho pedazos, es todo mentira, no va a poder mantener sus compromisos, ni repetir, como quiere dar a entender, el milagro de los panes y los peces; primero subirá los impuestos, y frenará el consumo y recaudará menos; luego tendrá que decir la amarga verdad, que baja los salarios de los funcionarios y que baja las pensiones, pero ellos no se bajan el sueldo. Entonces será el llanto y el rechinar de dientes. Sólo hay que esperar. Al Estado de Partidos le quedan seis meses. La moción de censura sólo servirá para crispar el ambiente y para dejar en evidencia a Vox, la última mentira del sistema, que no representa regeneración alguna; aunque aquí es necesaria una generación porque la sociedad civil no existe; existen cáscaras vacías subvencionadas.
Así que todos los políticos son mis enemigos, como deberían serlo y lo serán de todo el mundo. Ahora empieza la batalla decisiva: el triunfo de la República Constitucional.