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Javier García Isac: Vivimos en una eterna mentira; la «mafia de los Pujol», «español del año» del Abc de Ansón

Redacción




Javier García Isac. Director de Radio Ya.

Jordi Pujol gobernó Cataluña durante 23 años. Al igual que sucede con el Rey emérito, todos sabían quién era Pujol y todos conocían sus actividades poco ortodoxas y poco recomendables, una situación aceptada de la que de una u otra manera sacaban tajada. Son los mismos que ahora ponen cara de “haba” y aparentan sorpresa ante hechos y situaciones sobradamente conocidos. Jordi Pujol ya había tenido con anterioridad problemas con la justicia, problemas que él adornaba con tintes de anti franquismo, cuando la realidad era mucho más mundana. Siempre le gustó el dinero, cosa que no es mala “per se”, la cosa cambia cuando para conseguirlo recurres a la estafa y al engaño. La “herencia” del abuelo Florenci fue un recurso muy aseado a la hora de justificar su inmensa fortuna. El caso “Banca Catalana” fue oportunamente tapado para no perjudicar el futuro político del que sería el nuevo mesías catalán.

Jordi Pujol fue encumbrado por todos, era el hombre de consenso, “el español del año”, como así lo nombro el diario ABC del monárquico Luis María Ansón. Si uno fija la vista atrás y hace un ejercicio de memoria retrospectiva y analiza los personajes de la época en los tiempos del reinado de Pujol, la mayoría de ellos tienen varios denominadores en común, un pasado poco claro convenientemente maquillado, todos con tintes de haber sido luchadores contra Franco, aunque la gran mayoría colaboró y se benefició del régimen y una fortuna de la que nunca saben explicar de forma convincente, cuál es su origen y de dónde procede.

Pujol es el jefe de un clan de una organización criminal, o al menos eso es lo que dice un auto de un juez de la Audiencia Nacional. Casado con Marta Ferrusola, la autodenominada madre superiora del clan y la encargada de las flores. Hasta el césped del campo del Barsa fue puesto por su floristería y toda empresa que se preciara le encargaba los adornos florales a la mujer de Pujol, no fuera a cerrarse el grifo. Marta y Jordi tienen siete hijos, todos involucrados de una u otra forma en la organización que con mano de hierro dirigía papá. Nada se movía en Cataluña sin el consentimiento del clan. Desde las concesiones de las ITV, hasta cuestiones que pudieran parecen menores, como los intereses que generaban las cuentas bancarias que el gobierno autonómico tenía para pagar a los funcionarios y que iban a parar a manos de los Pujol. Como suele pasar siempre en estas ocasiones, éramos muy pocos los que denunciábamos lo que estaba pasando, a pesar de que eran muchos los que conocían la situación. Políticos, empresarios, periodistas, todos callaban porque todos ganaban. La situación cambia cuando el clan se vuelve egoísta y la situación se hace descaradamente evidente, eso mezclado con los líos de faldas de uno de sus vástagos y con la sensación de impunidad que te da el tener el poder absoluto sobre toda Cataluña, con todos los poderes fácticos a tu servicio y el gobierno de España arrodillado ante tus exigencias. Un gobierno que siempre miraba hacia otro lado, pues el apoyo de los corruptos de Convergencia era necesario para mantener la estabilidad del país.

Todos felices con el “estatus quo” creado en torno a una mentira y una situación que nadie deseaba afrontar y mucho menos solucionar. Esta es la nota predominante de la historia reciente de España de estos últimos 40 años. Vivimos en una eterna mentira, idealizamos una transición cargada de engaños, estafas y personajes a los que hemos elevado a la categoría de héroes. Lejos de aceptar que algo salió mal, nos aferramos a unos hechos que hemos tergiversado y acabamos creyendo que fueron maravillosos y que nos han traído la mayor etapa de prosperidad nunca antes conocida. Nos cuesta aceptar que todo fue un inmenso engaño y que la transición española, estuvo tutelada por personajes como Juan Carlos I o Jordi Pujol y su clan. Abrieron la caja de pandora con la ley de memoria histórica con la intención de apoderarse del pasado y ahora esto se les va de las manos. Su idealizado mundo se les viene abajo, sin darse cuenta, ellos mismos se están deslegitimando.