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La monarquía inútil: El ciudadano Felipe de Borbón y la abortadora podrán participar en «Supervivientes»

Redacción




Enrique de Diego.

Con ese título, «La monarquía inútil», publiqué en 2011 libro que tiene su intrahistoria que me parece ilustrativo contar. Ha corrido mucha agua bajo los puentes desde entonces en torrentera y en DANA, y ya es manifiesta la agonía del Estado de partidos, de la partidocracia en cuyo vértice, como coartada fantasmal se asienta el monarca. Era mi deber publicarlo, pues era la culminación de mi obra «El manifiesto de las clases medias», en el sentido que el monarca es el jefe de la casta parasitaria -así se titula uno de sus capítulos- y ha cambiado la aristocracia de la sangre por la gravosa e insostenible de la aristocracia de los partidos y los políticos: España es la nación, con mucho, que soporta más políticos profesionales, tenemos el doble que Alemania con una población la mitad que la de esa nación, 400.000 políticos que han hecho su modus vivendi.

Consideraba que Jesús Cacho estaba más preparado para la tarea al haber publicado «El negocio de la libertad», en el que, de refilón, se trata de los negocios corruptos de Juan Carlos. Su capítulo número 9 es ciertamente demoledor, «Los amigos de la desmesura». Le pedí a Javier Benegas, que entonces me era muy adicto, pero luego defeccionó de la Plataforma de las Clases para moverse como un completo arribista en los aledaños y el zaguán de Vox, que me concertará una cita con Jesús Cacho. Le hice ver que todo el mundo esperaba un libro sobre el lado oscurísimo de Juan Carlos de Borbón, pero por más que insistí, no estaba dispuesto bajo ningún concepto; había cogido miedo desde que el hombre sin escrúpulos que es Pedro J Ramírez le echó de su celebrada colaboración en El Mundo, diciéndole que se metía «con el sistema» y «yo soy del sistema».

No había otra que asumir personalmente la responsabilidad. Trabajando en Intereconomía, entrañaba riesgos, pero, por honradez intelectual y profesional debía escribirlo, porque ya estaba bien de reirle las gracias al monarca cuando era manifiesto, por ejemplo, que el golpe de Estado de 23 febrero de 1981, lo da él, al estilo monárquico, sin mojarse, llevando al resto al desolladero. Suponía que Julio Ariza entendería que, si yo no hablaba del libro en Intereconomía, entraba dentro de mi autonomía personal y del ámbito de mi libertad. Conla Iglesia hemos topado, querido Sancho. Fue salir el libro calentito de la imprenta, cuando recibí la llamada de Julio Ariza, un Ariza atemorizado, en pánico, que no atendía a razones, cuando le dije que en mis libros no mandaba él, bramaba porque Federico Trillo le había dicho que «era mal enemigo» y yo cuestionaba las bases sobre las que se sustenta la monarquía, incluso la supuesta utilidad, porque la monarquía es inútil. Y de un ridículo insultante.

«Dado el carácter antinatural -comienzo el libro- de la antigüalla monárquica -por la que una familia se transmite la jefatura del Estado- la propaganda cortesana se ha enroscado en destacar la supuesta utilidad de la monarquía. Las dinastías se sostienen cuando son útiles y caen cuando pierden tal condición». Echando por tierra toda la propaganda monárquica, porque el monarquismo en pura propaganda edulcorada, estricta mentira. No se heredan ya los puestos. «Los hijos llevan siglos sin heredar, como si de una propiedad se tratara, la magistratura de sus padres. Nadie aceptaría, por ejemplo, que el hijo del presidente del Tribunal Supremo estuviera destinado desde el mismo momento de su concepción a presidir, a su vez, el Alto Tribunal. O que el vástago primogénito del Jefe del Alto Estado Mayor heredara, por el hecho de llevar su apellido, tal puesto. Mucho menos sentido tiene que la Jefatura del Estado pase de padres a hijos».

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Del «campechano» al «preparado», se nos vende que así se prepara al heredero para la Jefatura del Estado, pues tal argumento vale para el hijo del Tribunal Supremo, sin embargo «ningú  incentivo tendría para el esfuerzo» pues sus «benignos profesores», sabiendo la alta posición que va a ocupar, buscaran «sinecuras y tratos de favor». El hecho manifiesto es que Felipe de Borbón (los otros apellidos son impronunciables) es el menos preparado, pues adolece de»la adquisición desde la cuna del status de funcionario. Ello alejará al educando del esfuerzo que tan vital es para la maduración». De hecho, «es funcionario vitalicio desde la concepción y el nacimiento».

Siempre me ha parecido abyecto y degradante el protocolo monárquico, me produce vómitos «el servilismo que impera, con indignas inclinaciones de cabeza».Luego está lo de «campechano» de Juan Carlos, eufemismo para decir que es un mal educado. «Incluso sus gestos de mala educación se les soportan y ensalzan como rupturas del protocolo». De ahí que «su paso por las academias militares no deja de ser una comedia bufa, pues desde el principio conocen que alcanzarán los más altos grados, por encima de sus compañeros, sin esfuerzo alguno».

Más grave aún es la pretensión falsa de que «la monarquía o sus personas simbolizan la unidad del Estado o de la nación o que confieren a ambos estabilidad», de hecho ninguna formula «produce más inestabilidad que la monárquica». Lo que se genera «es una falsa estabilidad, en donde se empantan los problemas hasta que estallan todos a la vez». Esa es, notoriamente, la situación en la que nos encontramos: el régimen del 78 ha estallado; ha más que quebrado, toda la clase política se la va a tragar, va a desaparecer por el sumidero de la historia, como la aristocracia de peluca empolvada de los borbones. La monarquía «por instinto y siempre por necesidad, ha de ceder en todo, tanto en lo fundamental como en lo accesorio, con tal de que no se cuestione el status de privilegio. Y ha de buscar montar la más extensa red clientelar y comprar el mayor número posible de voluntades», para «defender los puestos de trabajo de la familia pues su pérdida representaría un descalabro económico», en quienes no tienen oficio ni beneficio.

«La monarquía es el sistema por el que todos los hombres han sido creados iguales en derechos, menos los de la familia real». De esa forma, es totalmente «inútil: tiende a la mediocridad eliminando toda competencia». Y «es, en realidad, muy cara», pues «el monarca no es otra cosa que el jefe de la depredadora casta parasitaria. La plaga depredadora de la clase política ha degenerado en la casta parasitaria actual, por la que los políticos se han constituido en grupo cerrado que se autoregenera. Los puestos se heredan de padres a hijos, e incluso de abuelos a nietos», a imagen y semejanza de la abyecta monarquía.

Trato después el 23 F, un golpe de Estado de opereta y comedia bufa, organizado por Juan Carlos; hoy todo el mundo lo sabe, pero entonces era ir contra la verdad oficial. El teniente coronel Tejero es la única persona que mantiene la dignidad y aborta el golpe cuando se da cuenta del engaño. Da grima recordarlo. Da muestras de la mentira en la que ha vivido esta monarquía y las ruedas de molino con las que nos ha querido hacer comulgar. Luego oro capítulo sobre el baboso cortesano Luis María Anson, el tomador de la Raulito Morodo, un auténtico pozo de mierda, a imagen y semejanza de su señor. Y un capítulo sobre la corrupción del monarca, como el famoso caso Kio y escenas delirantes en Marivent. La corrupción es originaria. El mismo idea que es proclamado por las Cortes en el despacho de José María de Areilza se reúnen los monárquicos y deciden que se dote a Juan Carlos de una regular fortuna que le de tranquilidad, pero no hacen una derrama, sino que acuerdan que sea para él unos céntimos del petróleo que se importe de las petromonarquías.

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Nos cabe el honor de haber denunciado este estado de putrefacción a don Antonio García Trevijano y a mí, ante la histeria de Julio Ariza, otro lacayo, otro cortesano. Se cierra el libro, como no podía ser menos, con un epílogo titulado «Por la República constitucional», en el que se afirma que «la República es intelectualmente superior a la monarquía. Desde el punto de vista teórico, la República es conveniente, deseable y la fórmula que se identifica de manera más plena con el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La República responde al principio de igualdad de todos ante la Ley. Nadie nace en una posición superior a los demás». Pero República Constitucional, «ha de compaginarse indefectiblemente con la división de poderes. Eso implica que la elección del legislativo, el Parlamento, y el ejecutivo, el presidente, han de ser distintas, y los legisladores han de tener plena representatividad personal, relación directa entre elegidos y electores, de forma que la cámara parlamentaria ejerza sus funciones de control».

«Los parlamentarios han de ser elegidos a través de distritos uninominales, en doble vuelta, por sistema mayoritario. Eso conlleva una apuesta clara por la moderación, pues el candidato ha de esforzarse por conseguir el mayor número de votos y, por tanto, ha de dirigirse hacia las zonas templadas y mayoritarias del electorado. Esa fórmula permite la relación directa entre el representante y el representado, pues el político no depende, de manera decisiva, de las burocracias partidarias, sino directamente de los votantes. Esos parlamentarios se deberán a los intereses y criterios de sus electores y, por tanto, estarán en condiciones de servir como auténtico contrapoder del ejecutivo».

«El presidente de la República, elegido en votación directa por toda la nación» de modo que «no dependerá de los grupos minoritarios radicalizados, ni mucho menos de los separatistas».

Hoy, cuando la monarquía es más inútil que nunca, cuando boquea y agoniza, se puede decir que Leonor no será reina, ni Felipe de Borbón continuará en el trono, ni la abortadora será consorte. Una vez devuelto el dinero de la corrupción de su padre, no hay problema en que sigan saliendo en las revistas del corazón o que participen en «Supervivientes» o algún tipo de reality show.

La monarquía inútil, Enrique de Diego, Editorial Rambla, Madrid, 2011, 173 páginas.