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«Teoría pura de la República», de don Antonio García Trevijano: Ha llegado la hora de la República Constitucional

Redacción




Enrique de Diego.

«Las partidocracias pueden caer en virtud de un pequeño acontecimiento, como la chinita que destruyó los pies de arcilla de la colosal estatua del rey en el sueño de Daniel». Las palabras suenan -y son- proféticas; el detonante es la crisis provocada por la pandemia de coronavirus.

Y añadía a continuación, las causas del final de la partidocracia y el triunfo de la República Constitucional: «por la quiebra de las cuentas públicas; por una ola popular de indignación que, levantada por el último escándalo del poder o la brutalidad policial de la represión, derrumbe las murallas de Jericó». Premisas que hoy aparecen cercanas, en meses: quiebra de las cuentas públicas y eclosión social; estamos en vísperas. Como dijo Víctor Hugo: «No hay nada más irresistible que una idea a la que le ha llegado su tiempo». Es el caso de la República Constitucional, alternativa liberadora a todos los males actuales de España.

Su némesis se encuentra en el libro «Teoría pura de la República», de Don Antonio García Trevijano -una figura señera al que Don le cuadra completamente- y que es una lástima que él no vea la alborada de sus ideas, de su idea esencial. Tiene el libro un primer capítulo sobre la revolución francesa en el que muestra como no consiguió la libertad política; primer capítulo magistral que, en aras de la urgencia del tiempo histórico, no comentó aquí, para entrar de lleno en su salvadora teoría política de la República.

«No hay más posibilidad de alcanzar dignidad y honor que aliándose con la decencia y el coraje de la libertad colectiva, para destruir las murallas del miedo la verdad». Esta es la responsabilidad y el acicate que nos toca a los repúblicos en la hora presente.

Constata don Antonio, «el desapego de los gobernados hacia los actuales modos de gobierno proviene, en el Estado de partidos, de la irrepresentación inherente al sistema proporcional y, en el mundo anglosajón, de la ausencia de mandato imperativo del elector». La indignidad intrínseca de la falta de libertad política al Estado de partidos, en el que sin representación auténtica, las clases medias son esquilmadas, es cuestión enervante que nos lleva al desastre, al hundimiento, y nos reduce a la condición de siervos adocenados. «Por eso no puede haber en Europa más que demagogia, en lugar de democracia; propaganda, en lugar de veracidad en el análisis político; cinismo intelectual en universidades y medios de comunicación, en lugar de investigación y descripción de la realidad fáctica del régimen partidocrático».

Todo es falso en el Estado de partidos, todo es estricta apariencia. «Cuando no hay sociedad política, intermedia e intermediaria entre la sociedad civil y el Estado, entre el país real y el oficial, como ocurre en el Estado de partidos, ocupa su lugar la sociedad aparente. Una apariencia presentativa de la sociedad civil, sin ser representante ni representativa de nada». El pacto se da entre las finanzas y el poder político mediante la corrupción a gran escala. «Comprendió enseguida que creada por la falta de control político del natural afán de lucro en directores de las finanzas, con la complicidad de incompetentes gobiernos partidistas, obligados a otorgar privilegios a la oligarquía financiera que los sostiene. El espíritu objetivo del sentido común tuvo que ser asesinado para dar vida sin sentido humano al Estado de partidos».

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En la actual partidocracia somos esclavos con el agravante de que no somos conscientes de nuestra condición. «Los esclavos eran conscientes de su esclavitud. Tenían libertad de pensar sin la de obrar. Los modernos siervos voluntarios tienen la de obrar sin la de pensar. Se creen libres porque tienen capacidad de obrar, opinar y votar, sin saber que obran, opinan y votan según un modo de vivir lo político que perpetúa el señorío de los nuevos amos de la libertad, los partidos estatales».

En la cumbre del Estado de partidos está la Monarquía legitimando la servidumbre y la corrupción. «La Monarquía no está en la accidentalidad de la Jefatura del Estado, sino en la sustancialidad de la tendencia individualizante de la materia social, que crea el predominio de la diferencia, lo arbitrario y lo privilegiado en todo poder oligárquico. El poder de la distinción social. Por esta razón material, la Monarquía no ha sido, no es y no puede ser, causa, objeto ni finalidad de la libertad constituyente. Los reyes no son elegidos ni elegibles por los pueblos».

De esa forma, «de ser concebidos como medios de liberación, los partidos han pasado a ser fines de sí mismos e instrumentos de dominación». De ahí que «el Estado de partidos, con todos los poderes del Estado controlados por el partido gobernante, no necesita la sutileza de la separación funcional de los poderes estatales». El legislativo elige al ejecutivo, y por ende no lo controla, es mera caja de resonancia en aras de la disciplina de partido que marca el portavoz, y el poder judicial, en su podredumbre, emana de las otros dos poderes.

La consecuencia es la corrupción y la rapiña. «La corrupción no la causa la débil moralidad de los gobernantes, sino la impunidad de sus crímenes». Porque los medios de comunicación han abandonado su vocación de servicio a la verdad y de contrapoder contra los abusos y la arbitrariedad. «La verdad carece de espacio en unos medios de comunicación que viven de los favores de los partidos». En suma, «las urnas de listas son pesebres para acémilas».

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Frente a esta situación, de la que cada vez hay gente más consciente, y que se acerca a su cataclismo, de eso no hay duda, la solución es la libertad política que ha de ser colectiva y la República Constitucional. «El poder de representación, irreductible en cada mónada, se diferencia así del poder legislativo, que debe ser trasladado desde el Estado a la integración de las mónadas representadas en una Asamblea representativa de la Nación. Cada mónada electoral elige su representante, con mandato imperativo y revocable. La mónada nacional designa al jefe del Estado y presidente del Gobierno»-

Es decir, el presidente de la República es elegido en elección directa por toda la nación, sin depender de territorios, y con plena legitimidad. El legislativo se elige en distritos uninominales, siendo los diputados revocables por los lectores cuando incumplan sus compromisos electorales. El legislativo no elige al ejecutivo, luego tiene capacidad para controlarlo. Se erradica así la mentira de la política según la cual se supone que elegimos al presidente del Gobierno al número de la circunscripción de Madrid. El sistema proporcional, como vemos, es, además, incapaz de formar Gobierno o da el poder al minoritario pervirtiendo la representación. El poder judicial se elige en elección corporativa, sin que medien ni lo coarten los otros dos poderes. El ciudadano conoce quién es su representante, al que puede pedir explicaciones, hasta el punto de que «el sueldo y gastos de representación del diputado y del suplente, durante la vigencia de su mandato, serían pagados íntegramente por el distrito electoral».

En un gesto extraño de sinceridad, el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández-Vara, ha expresado que «esta crisis se va llevar por delante a toda la clase política». Tiene toda la lógica que implique el cambio de modelo político no hacia una República bolchevique sino hacia una República Constitucional. El insobornable don Antonio García-Trevijano nos marcó el camino bien derecho de nuestra libertad. El futuro está abierto, depende la responsabilidad de cada uno. El gigante de Daniel caerá; tiene los pies de barro. El momento de la República Constitucional ha llegado, ese momento que hace a las ideas irresistibles.

Teoría pura de la República, Antonio García-Trevijano, Editorial El buey mudo, 691 páginas.