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Coronavirus: Atrapados por la ideología

Redacción




Javier de la Calle.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez sufre un drama personal de elevadas proporciones: tiene infectada de coronavirus a su esposa Begoña Gómez, a su suegro y a su madre, Magdalena Pérez-Castejón. El suegro fue trasladado a Moncloa donde fue tratado por el Grupo Operativo Sanitario y, ante el diagnóstico grave, trasladado en una UVI móvil de presidencia, con un médico, un guardia civil como técnico sanitario, y una enfermera. Muchos no entienden las atenciones a una persona ajena a Presidencia ni el riesgo asumido trasladándolo a Moncloa en ese estado. La madre del presidente fue infectada en el maldito 8 M cuando marchaba en la cabecera socialista detrás de la pancarta que se ha convertido en una orgía de infecciones.

Tiene, además, infectada a la vicepresidenta, Carmen Calvo, quien animaba a participar en las manifestaciones con un»les va la vida en ello», que ha resultado premonitorio y profético; y a dos ministras, de Política Territorial, Carolina Darias, y de Igualdad, la poco preparada Irene Montero. Un peso excesivo de llevar incluso para el autor de «Manual de resistencia» y que pone en serias dudas su capacidad para liderar a la nación en la lucha contra el coronavirus, pero más aún este virus que «no sabe de ideologías» ha puesto en cuestión todos los dogmas vacuos, sostenidos a base de ser repetidos, pero inconsistentes, del socialismo: el feminismo, la política de fronteras abiertas y la multiculturalidad. Todos los dogmas a los que tan adherido está Pedro Sánchez y que tan caro le está costando en sus seres más queridos.

Irene Montero en el 8 M.

Podría decirse que todos los gobiernos occidentales han fallado, de una u otra forma, pero el español es de los que lo ha hecho con más estrépito y consecuencias más nefastas para el propio Gobierno y sus familias. Si nos deslizamos a Venezuela o hacia un plan Marshall, el tiempo lo dirá, pero será a consecuencia de quedar atrapado por la ideología o por la pseudoideología de detritus, que actuando como sustituto o sucedáneo de la religión ha degenerado en una pulsión supersticiosa, que se blinda a toda racionalidad: «preferimos morir por el coronavirus que no asesinadas por el heteropatriarcado», una ideación ideológica, sin base real, mientras el virus tiene consecuencias letales. Ahora el Gobierno teme una oleada de querellas de las familias de las víctimas por negligencia criminal que amargue la vida del Gobierno, que no estaba preparado para lo que se venía encima y que actuó tarde y mal, exagerando el carácter drástico del cofinamiento para trata de hacer olvidar el fracaso de su ideología.

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El primer error fue no cerrar las fronteras. Rusia tiene una amplia y porosa frontera con China. Lo primero que hizo, para proteger a sus ciudadanos, fue sellarla a cal y canto. Resultado. Según la Vanguardia, hay 300 casos en toda Rusia y 17 en Moscú; ningún muerto. Funciona, obviamente. España reaccionó muy tarde: selló sus fronteras el 16 de marzo. Antes estuvo la polémica del Mobile, donde el Gobierno y los payasos de la tele se esforzaron a fondo por decir que «no había razones sanitarias» que justificaran la suspensión. Ni cuando el virus adquirió claros caracteres de pandemia en Italia se tomó la medida de urgencia de cerrar las fronteras con ese país. Italia del Norte, la Lombardia, fabrica en China, al igual que lo hace España. El cierre de las fronteras dañaba a nuestro sector turístico pero aún más cuestionaba uno de los dogmas del globalismo en el que milita nuestro Gobierno. Al fin y al cabo, aquí se recibió con fanfarrias al Aquarius sin hacer pasar ninguna cuarentena a nadie. Y se ha elevado a la categoría de héroes social a Óscar Camps, el líder de la ONG. La izquierda estaba atrapada por la ideología.

Más aún, la ONU ha marcado el 8 M como la festividad laica de la mujer trabajadora, como la sacrosanta fecha para celebrar el feminismo, en el que el PSOE y Unidas Podemos militan fervorosamente. De hecho, hubo una seria pugna por capitalizar esa fecha entre ambos y groseras acusaciones de machismo hacia los ministros socialistas, en general,  y de incompetencia -algo evidente- hacia la nerviosa hasta el histrionismo Irene Montero, a cuenta de su Ley de Libertades Sexuales o del sí es sí. «Les va la vida en ello», dixit Carmen Calvo. Había que mostrar músculo y allí acudieron Begoña Gómez y la madre del presidente, en edad vulnerable. Esa fecha queda como maldita, porque fue la progresión exponencial del coronavirus que allí tuvo su agosto, como si fuera heteropatriarcal, o como si no supiera de ideologías, porque el mismo error, por vanidad, sin que les fuera nada en ello, salvo el plebiscito de las masas y la vanidad de Santiago Abascal y de Javier Ortega Smith, el hombre sin luces, que ya estaba infectado, tras un viaje a Milán.

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El feminismo excéntrico y esotérico que trata de crear y de creer la izquierda como nueva religión ha pasado una factura terrible, que seguramente tendrán que dirimir los tribunales porque el Gobierno desoyó todas las advertencias imperiosas, ya que se cuestionaba la fe que es la ideología vacua. Se la ha pasado al propio presidente del Gobierno como justo castigo, aunque el virus no entiende de estas paridas. Lo cierto es que las que gritaban «somos socialistas, somos feministas» cayeron tras el embrujo del virus, y lo propagaron, entre besuqueos y achuchones. Y la ministra de Igualdad, la podemita Irene Montero cayó igualmente bajo el abrazo de un virus surgido en China, con epicentro en Wuhan. Y tantas estúpidas heroínas anónimas. Ese virus corre el riesgo de tumbar el feminismo y la globalización, el libre comercio que tiene sentido solamente entre democracias.