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Los Amazones tal como son, sin el mundo de Disney y de Bergoglio

Redacción




Enrique de Diego.

Estaba estudiando COU -ha llovido desde entonces- en Club El Torreón, de Segovia, asistí a una charla de sumo interés. Dos hermanos habían visitado a su tío, misionero en la Amazonia, y luego, buenos cazadores, se habían dedicado a desarrollar su afición. La charla era con diapositivas y las iban comentando. La narración no tenía contenido ideológico alguno. Contaban una aventura. El mundo de los amazones es bastante tenebroso y oscuro (lo contrario de esa patochada y mamarrachada del Sínodo de la Amazonia). Todo lo oscuro que puede ser vivir en el neolítico en medio de la selva teniendo que sobrevivir. Cuando oyen algún ruido humano se esconden y lo matan; lo propio del orden tribal en el que la especie humana se agota en la tribu y los demás son enemigos. Su relación con la naturaleza no es amable ni benigna. Todos los fenómenos naturales les atemorizan. Piensan o saben que hubo un diluvio universal y creen que los dioses están enfadados y esperan el castigo, que tratan de evitar con sus ceremoniales paganos; esos con que han ensuciado las iglesias católicas de Roma.

Luego tienen una serie de costumbres salvajes, sí salvajes, que se entienden como el instinto de supervivencia de la tribu y la falta de acumulación de alimentos. Así cuando se lesiona, se rompe un brazo o una pierna, es abandonado por la tribu porque ya no puede cazar y sostenerse. Practica el infanticidio, de forma que la madre cuando da a luz un hijo con una tara física, algo frecuente dada la consanguinidad endémica, de siglos, lo mata. Y cuando da a luz gemelos, mata a uno de ellos. Siempre si es niña ha de ser asesinada. Una joya, vamos. Cualquier parecido con la realidad en el Sínodo de la Amazonia es pura coincidencia. ¡No se ha visto mayor impostura que esta soberana estupidez vaticana de los amazones travestidos del buen salvaje de Rousseau! ¡Nunca se había hecho el ridículo tan a conciencia!

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Los padres sinodales han devenido en payasos de circo intentando colar mercancía averiada y de paso añadiendo al brebaje unas gotas de indeseable confusión. Presentar a estas alturas como modelo a personas que viven en el neolitico es para hacérselo mirar. Nadie se había atrevido a tanto. Es una estupidez supina, con Bergoglio al frente del relativismo mamarracho. «Hemos tenido que soportar -y cómo me duele el alma al recoger esto- toda una lamentable cabalgata de tipos que, bajo la máscara de profetas de tiempos nuevos, procuraban ocultar, aunque no lo consiguieran del todo, el rostro del hereje, del fanático, del hombre carnal o del resentido orgulloso». Cuando esto escribía San Josemaría Escrivá de Balaguer el 14 de febrero de 1974 calcaba la situación actual y el Sínodo de la Amazonia, por ejemplo. Algunos cardenales, obispos y sacerdotes han perdido el Norte y el Oremus.

Con 390 pueblos indígenas distintos que hablan un total de 240 idiomas. A ellos se suman más de 110 pueblos indígenas en aislamiento voluntario (PIAV), la mayor parte debido a experiencias traumáticas de esclavización por los caucheros en los siglos XIX y principios del XX. En estos momentos, las comunidades indígenas suman unos tres millones de personas mientras que las ciudades -en las que suelen abundar los barrios caóticos de aluvión en condiciones a veces peores que la selva- suman 34 millones, incluyendo también indígenas que, por lo general, sufren una gran dificultad de adaptación a la vida urbana. Mucha tela que cortar, mucha gente que evangelizar, porque resulta que son más los evangelistas que los católicos. ¿A qué se dedica toda esa clerecia ayuna de frutos? Nunca se había hecho un planteamiento más reaccionario, más retrogrado y más antidiluviano.