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Galería del lacayo pepero: Alfonso Rojo, el último clown

Redacción




Miguel Sempere.

Nacido en Ponferrada el 4 de diciembre de 1951, antes de ser uno de los lacayos más serviles y degradados, fue periodista. En 1979 cubrió la guerra civil de Nicaragua y estuvo con los guerrilleros sandinistas. Se hizo en El Mundo, al que se incorporó con el equipo fundacional, como uno de los hombres más cercanos a Pedro J Ramírez, aunque luego terminaron mal.

Alfonso Rojo fue corresponsal de guerra, en aquellos tiempos lo más vistoso y lo más meritoriamente arriesgado. Cubrió la guerra del Golfo (1991), la guerra de Irak (2003) y Afganistán. Hay una leyenda urbana de que los corresponsales de guerra se pasan la vida en la cafetería del Hotel Internacional del lugar enviando crónicas con los chismes que les cuentan los camareros y viendo la televisión local, entre excesos de bebidas fuertes. Evelyn Waugh elevó esta leyenda a calidad literaria en “Scoop” (o “Noticia bomba”): un colaborador de jardinería de un gran periódico es enviado, por error, a cubrir la guerra en un desconocido país de África, desde donde la competencia está enviando crónicas muy interesantes. La guerra no existe. Y el corresponsal de la competencia y el colaborador de jardinería se tienen que inventar las crónicas, desde la cafetería del hotel, hasta que se terminan creyendo la guerra que no existe.

Tampoco hay que hacer caso de las leyendas urbanas ni poner controles de alcoholemia a la entrada de los platós de televisión.

El extraño plagio de Ana Rosa Quintana

Empezó Alfonso Rojo con una polémica familiar envenenada. Su ex, Ana Rosa Quintana quiso emular a Evelyn Waugh y escribió una obra literaria “Sabor a hiel”, de la que se vendieron 100.000 ejemplares. En una vendetta del negro se hizo público que el libro, que giraba en torno a la violencia de género, incluía páginas y páginas de Danielle Steel y Ángeles Mastretta. Ana Rosa intentó salir con el recurso del “error informático”, pero eran muchas páginas, y apuntó a su excuñado, David Rojo, “por las incontables horas que hemos trabajado en esa novela, por su meticulosa investigación y por todas las locuras que hemos quitado a la versión final del libro”. Otra leyenda urbana es que el negro fue Alfonso Rojo.

En 2004, Rojo fue despedido de El Mundo y montó Periodista Digital, que no es rentable, y tuvo que reinventarse. Alfonso Rojo llegó a la conclusión de que “el periodismo hoy es espectáculo”, como dice él, y en el circo lacayo, Alfonso Rojo ha ocupado con cierto desdén el deslucido papel del último payaso, con competencia frecuente en el terreno del sicario con Eduardo Inda.

La leyenda urbana puede parecer una realidad evidente cuando se le escuchó comentar el golpe de Estado de Turquía, diciendo insufribles chorradas como que los turcos “están saliendo a la calle porque en Turquía hace mucho calor” o, con aires de experto bolado, decir que todo se resolvería, en plan casi de amiguetes, recontando, a la mañana siguiente, las unidades de cada bando. Hay niveles de estúpida frivolidad que quizás merecerían una vocación tardía en la Trapa con solemne voto de silencio y abstinencia.

Pues bien, Alfonso Rojo vio que el periodismo no era rentable y que sólo se podía sobrevivir dando espectáculo y de lacayo, así que pasa el cepillo por las autonomías peperas, por el Gobierno, y sobreactúa recurriendo sin pudor a groserías chelís, del tipo de decir que Ada Colau tiene la misma cultura que “la moto de Ángel Nieto” o que sus seguidores son “piojosos” o acusar a Beatriz Talegón de pardilla o de haberse puesto gorda.

La función de payaso, que ejecuta con torpeza, la complementa dedicando su digital a la función sicaria, con torpe estilo, de marcar a Podemos. Una pena viva contemplar la creciente degradación del personaje: el último payaso no tiene gracia.