Editorial.
“Islam” es un partido legal en Bélgica desde 2012. Nacido en Molenbeek, cuya población musulmana supera el 50%, cuenta con dos concejales comunales en el distrito de Anderlecht. Islam anunció que presentaría 14 listas a las elecciones comunales de octubre y agitó las aguas laicistas llevando en su programa electoral elementos fundamentales de la sharia, como la poligamia, los matrimonios con niñas, la reintroducción de la pena de muerte. Especial polémica ha motivado su propuesta de que se establezca segregación entre hombres y mujeres en los transportes públicos. La compañía STIB, de cuyos autobuses era conductor Redouane Ahrouch, uno de los tres fundadores del partido, decidió despedirlo porque sus valores no coinciden con los de la compañía. Cuatro partidos se han mostrado a favor de ilegalizar Islam. Esta formación se remite a un proceso de invasión demográfica: en 12 años, Bruselas será mayoritariamente una ciudad musulmana. En 2050, el 18% de los belgas serán musulmanes.
Las políticas migratorias laxas y absurdas de la Unión Europea y de los partidos socialistas y conservadores han llevado a graves contradicciones que plantean numerosas sombras para el futuro. La propuesta de Islam es la sharia, que incluye la lapidación de la adúltera y la ejecución del homosexual. ¿Pueden llevarse estas cuestiones a las urnas? La respuesta es fundamental antes de que el buenismo produzca daños irreversibles. ¿Puede aceptarse un partido o un referéndum sobre la pena de muerte a los gays? Ese no es un horizonte lejano. Se mueve en la línea de las proposiciones de Islam. Molenbeek y Chueca no son compatibles. Es preciso decidir.
En Francia y otras naciones se ha establecido el concepto de islam político y se propugna evitar su expansión. Pero ¿hay un islam político desligable del islam religioso? Es obvio que no. El islamismo no concede autonomía alguna a la política ni a las cuestiones temporales. El Gobierno de Austria, en su combate contra el islamismo político, expulsó a 70 imames radicales, que estaban bajo la órbita del gobierno turco. Pero, ¿hay un islamismo radical y otro moderado o solo diversos grados de radicalismo?
El islam es contrario a la democracia y a la civilización, se mueve en pautas regresivas de barbarie, porque es contrario a los derechos personales. Pero este ya no es un debate que afecte a Egipto o a Siria, es una cuestión que está en el mismo corazón gris y frío de Europa, en Bruselas. También está en Holanda donde un partido islámico obtuvo tres diputados nacionales y 200.000 votos. Los musulmanes se están organizando políticamente. Esperan usar los instrumentos formales de la democracia para acabar con los derechos personales. Han contado y cuentan con la complicidad de la izquierda que empieza a despertar extrañado del monstruo que ha creado. Esperaba contar con un caladero de votos que la ayudara a sobrevivir. Los musulmanes le están dando la espalda. Al parecer, Redouane Ahrouch ha sido condenado por malos tratos a su mujer, pero El Corán es muy explícito recomendando pegar a la esposa. ¿Puede someterse a las urnas la despenalización de los malos tratos? Hete aquí que los propugnadores de la lucha sin cuartel contra la violencia de género han generado su propio enemigo y el de todos.
Hete aquí que la diversidad que se proclamaba como una utopía benigna ha incubado un comunitarismo que pugna por imponerse, con valores premedievales y una demografía alimentada por las ayudas sociales. Hete aquí que inmigración, aquí y ahora, es sinónimo de islamización, y que las civilizadas y decadentes naciones europeas pueden encontrarse a la vuelta de la esquina con enconados problemas similares a los de Afganistán, Iraq y Siria.
Socialistas y conservadores han mentido y han fracasado. Hoy se pierden en vanas disquisiciones, cuando el islamismo es todo él radical, todo él sectario y es enemigo de la democracia y la civilización.