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Cataluña: Bajo la dictadura de patentes irresponsables

Redacción




Carles Puigdemont con su gobierno.

Enrique de Diego.

Llevan cuarenta años de imposiciones, de vejaciones a media Cataluña, de multas y coacciones para imponer su ingeniería social y han ido haciendo una selección hacia la mediocridad y la irresponsabilidad y, de esa manera, han medrado personajes como Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Joaquin Forn, Carme Forcadell, Joan Tardá, Gabriel Rufián, Anna Gabriel...sin fineza, sin bagaje intelectual, con cuatro ideas toscas y sectarias.

Se han creído sus propias mentiras. Esa delirante idea de que la independencia no tendría costes y sería la llegada al paraíso, en el que sacudiéndose la España que roba -lamentablemente, son todos los políticos los que nos roban a todos- aumentarían el empleo y las prestaciones y sería la felicidad completa. Siempre que el hombre ha querido instalar el cielo en la tierra lo que ha conseguido en recrear el infierno. De momento, estamos en el purgatorio, en la exacerbación de las pasiones, en el despertar del patriotismo español, criminalizado y vejado, y en un horizonte de miseria en Cataluña, que se extenderá al resto de España, en el que son noticia los grandes bancos y las grandes empresas cotizadas que cambian de sede social, pero no lo son las miles de pequeñas y medianas empresas que ven descender sus facturaciones, que observan como baja el turismo, como Cataluña es situada en el mapa con los rigores de una zona en conflicto en la que es mejor no pisar, en la que es peligroso invertir y en la que es mejor no hacer negocio.

La Vanguardia, que convenientemente subvencionada, ha sido uno de los factores de extensión de la pandemia de la irresponsabilidad ahora, al borde del abismo, califica la situación de «una gravedad inaudita», habla de un «auténtico tsunami» que está desarbolando la economía catalana, se ríe de quienes se emocionan en su infinito paletismo porque «¡el mundo nos mira!», pero nos mira mal, y llama a «evitar la catástrofe» y a que «archiven la declaración unilateral de independencia».

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Cataluña no ha sido nunca una colonia; ha gozado de una capacidad de autogobierno impensable e impracticable en cualquier otra democracia y la respuesta ha sido enseñar el odio a España y a los españoles. Y resulta que por lo menos media Cataluña quiere ser España, que Cataluña es una sociedad fragmentada para ser tratada con sumo cuidado y se han roto todos los puentes con una frivolidad inaudita, emborrachados de propaganda, instalados en la mentira, con sobredosis de expolio y subvenciones, incapaces de ver la realidad más evidente. Y que a los españoles no les gusta que les insulten, que es una mala política comercial, que pueden sucederse los boicots, que se les puede atragantar el cava para brindar en las navidades, que les puede dar náuseas las pizzas de Casa Tarradellas, que les puede parece vomitiva la cerveza Damm y que estar llamando a los españoles fachas de continuo no resuelve nada, es mentira y debería ser perseguido como delito de odio.

Que por Cataluña se ha extendido el miedo porque se ha impuesto y ahora el miedo está también instalado en los separatistas ante las consecuencias de sus actos, ante los riesgos cotidianos de una guerra civil. Ese miedo en el que han hecho vivir, mediante el maltrato psicológico y físico, a los españoles, quienes, como mera estrategia, se presentan como pacifistas.

Cataluña tiene que desembarazarse de los irresponsables que la han llevado al desastre. ¿Es posible? Necesario es.