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Sólo la CUP puede salvar a España

Redacción




Carles Puigdemont y Anna Gabriel.

Enrique de Diego.

Nunca, en la Historia de España, se había llegado a los niveles de indignidad alcanzados por Mariano Rajoy. El Gobierno está traicionando a la nación, de donde extrae su legitimidad. No es ya cuestión de debilidad, que es infinita, sino de estricta traición. El Gobierno de Mariano Rajoy no quiere aplicar el artículo 155. En realidad, no ha querido ni quiere tomar ninguna medida contra los sediciosos que campan por sus respetos. Acarreó a policías y guardias civiles con una improvisación total y en condiciones infames e infamantes. Creyó, contra todas las evidencias y cualquier lógica, que los mossos le resolverían la situación y lanzó a las Fuerzas de Seguridad tarde, a las 9 h de la mañana, no para tomar los colegios sino para desalojarlos.

El Gobierno quiere un pacto. Está mendigando un pacto. Se arrastra por un pacto oscuro que acabe con España pero no de una vez, de golpe, sino de manera escalonada, por tiempos. Rajoy es el apaciguador Chamberlain rendido en Munich ante Hitler. Es una vergüenza y una indignidad. La Fiscalía ni pide medidas cautelares para los golpistas Josep Lluís Trapero, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, vueltos a Barcelona para seguir en la conjura. El delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo arrastra la dignidad nacional por los suelos y pide perdón por la acción policial que ha comandado: «lo lamento muchísimo y pido excusas«. ¿De qué? No es una iniciativa personal, sino una orden de presidencia de Gobierno. El delegado no hace nada sin consulta previa y mandato estricto. El portavoz del Gobierno, Iñigo Méndez de Vigo insiste en que «todos lo lamentamos». Se da carta de naturaleza a la mentira de la propaganda sediciosa que ha protagonizado hechos tan patéticos como los dedos rotos y las tetas manoseadas de Marta Torrecillas. Son gestos de sumisión, ofertas traidoras del pacto explicitado por Luis de Guindos: «más autogobierno y más dinero«.

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El golpe está triunfando por la dejación del Gobierno. El mensaje del Rey ha quedado en agua de borrajas con unos días de falta de iniciativa y cesión. El Gobierno de Mariano Rajoy ha claudicado. Está dispuesto a pactarlo todo, a entregarse si se retira la palabra independencia -se está degenerando a un debate semántico- y si no hay una declaración unilateral. El escenario se ha llenado de palabras como diálogo, negociación y mediadores. Se media entre dos estados en conflicto. El Gobierno quiere una salida pactada; no está dispuesto a asumir su responsabilidad. Todos quieren el pacto. El voluntarista Pedro Sánchez se cree capaz de lograrlo. Pablo Iglesias recorre España enloquecido con su referéndum pactado. Miquel Iceta ya ha cedido. Ada Colau le baila el agua al separatismo con pasión desenfrenada.

A la vista de la debilidad del Gobierno, sabiéndose ganadores y manifiestamente impunes, los sediciosos quieren medir los tiempos. Evitar las consecuencias funestas inmediatas de la declaración unilateral de independencia y prolongar la agonía de la nación española, desangrarla. El conseller de Empresa, Santi Vila pide «tregua«; Marta Pascual, secretaria general de PdeCat, afirma que «importa poco el tiempo, lo que cuenta es hacer efectivo el mandato». Pilar Rahola dice que, en este juego de ajedrez, sería un error precipitarse. Y Artur Mas, entre mentidos y desmentidos, reclama pragmatismo porque Cataluña ya es un Estado independiente pero su plasmación práctica, la independencia real, lleva tiempo y bien se puede buscar la colaboración de Rajoy para recorrer ese camino con menos sobresaltos.

De pronto, la conjura para destruir España aflora internacional, universal. El pacto oscuro y demoledor de las oligarquías partidarias se ofrece como la solución desde todos los medios internacionales controlados por George Soros, los Rothschild y los Rockefeller, los amos del mundo. ¡Cuántos enemigos tiene esta España de historia gloriosa y presente ulcerado! De repente, todos los saben todo del conflicto catalán y ofrecen pócimas mágicas y hediondas. Sólo es preciso soportar el amargor del trago, en sorbos. The Economist resume bien la componenda para destruir a la vieja España con el aplauso mediático general: más autonomía política y financiera, mejor protección del idioma catalán y reconocimiento de Cataluña como «nación«. La claudicación Rajoy-Guindos con el aliño semántico de Sánchez-Iglesias.

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Los patriotas -en este resurgir del patriotismo aletargado y perseguido durante cuatro décadas- están siendo traicionados y lanzados al foso de los leones. Brilla por la claridad de las ideas y la estrategia a llevar Albert Rivera, se eleva Xavier García Albiol con orgullo español y emerge en primera línea del frente judicial y de movilización Santiago Abascal. Todo lo demás, un erial de entreguismo.

La situación nacional ha llegado a tal grado de degradación que sólo la CUP puede salvar a España. La CUP -y la vanidad de Carles Puigdemont queriendo pasar a la historia- con sus posiciones irredentas y cortoplacistas, llamando al boicot a CaixaBank, Sabadell y BBVA, haciendo planes para tomar puertos y aeropuertos, tildando de traidores a los estrategas del pacto, quiere la declaración de independencia, ya; el martes, a más tardar. Y eso obligaría a este Gobierno de cobardes a salir de su letargo acanallado y llegar a donde no quiere: al artículo 155, no por ideal, no por patriotismo, sino en la estricta defensa de sus intereses. La CUP puede dar una última oportunidad a España, cuya final se negocia en las cloacas mundialistas y en los cenáculos de Madrid y Barcelona. Esta España que resurg y se moviliza no perdonará a los traidores como Rajoy.