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Carta a un español en Cataluña: El Gobierno actuará por interés

Redacción




Barcelona, un 12 de octubre. /Foto: elconfidencialautonomico.com.

Enrique de Diego.

Empiezas tu correo diagnosticando que «la situación en Cataluña es muy grave«. Lamentablemente, no va a hacer otra cosa que empeorar. Lo que estamos viviendo no es más que la movilización con el 1-O como fecha para desatar las hostilidades. Media Cataluña ha decidido exterminar (civilmente) a la otra media (no me detengo en la artimaña totalitaria de la doble nacionalidad, porque los conoces mejor que yo: sectarios, subvencionados y violentos). Hay que confiar que no haya violencia, pero no es descartable.

Estamos ante los estertores del régimen del 78 y, persona ilustrada, apuntas que el sistema no tiene otra salida que un pacto, un nuevo consenso, entre las oligarquías partidarias, que le dé un tiempo de tregua al sistema y de disfrute de los placeres del expolio. El sistema viene ganando tiempo desde hace décadas mediante la cesión y los pactos corruptos de reparto del botín, «vaciando -como indicas- de competencias al Estado central«, puerta siempre abierta del artículo 150.2 de la Constitución, «destruyendo paulatinamente a la nación española».

Ese pacto constitucional, que es el fin de España como nación, se basó en el reparto del botín entre oligarquías, con especial generosidad con las periféricas, mediante las autonomías o miniestados y la ley electoral, que mediante la combinación de la Ley d´Hondt y la circunscripción provincial, les da una sobreprima de representación y, a veces, la llave de la gobernabilidad. Esto lo sabes bien y no me extiendo.

Ese pacto ahora no es posible por tres factores: 1.- la oligarquía partitocrática catalana -no sólo política- precisa de una autonomía judicial; controlar su propio Poder Judicial, por su enfangamiento en la corrupción; 2.- el sistema catalán ha generado la CUP, un grupo irredento y radical, de gente frustrada en sus expectativas, muchos de ellos licenciados universitarios, acostumbrados a evacuar sus complejos mediante la opresión a través de una violencia de baja intensidad, que está claramente fuera del pacto constitucional -gesto de la ruptura de las fotos del silente Felipe de Borbón– y que tiene el mando de la situación por la distribución de escaños; 3.- el humano: Carles Puigdemont quiere pasar a la historia, responde al biotipo del mediocre, del hombre de paja, que sublima sus carencias con pulsión al heroísmo alocado; biotipo que siempre produce grandes desastres en las sociedades.

El Gobierno de la nación ha estado en todo momento dispuesto a ese pacto corrupto, para transitar por la transferencia de competencias y fiscalidad. Es su instinto. Es el consenso básico. Negociación y chequera. Asombrado por la insurrección, consciente de sus carencias de legitimidad -falta de división de poderes, listas cerradas, corrupción- va a remolque de los acontecimientos, con una mezcla de debilidad y apaciguamiento (a veces parece que el presidente del Gobierno es Miguel Gila), que ha degenerado en esperpento y provocará mayores males de los que se podría interpretar que quiere evitar.

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Sentencias que «o el sistema actual soluciona el problema mediante el pacto o desaparece«. El problema para esa salida es que el Gobierno de la nación carece de un interlocutor. Esquerra está en las mismas posiciones que la CUP y PDeCat se está desvaneciendo deslegitimado por su corrupción pavorosa. No parece posible que los sectores moderados del separatismo, que hasta ahora habían jugado muy bien en la farsa de la transición y en los pactos corruptos, puedan representar un freno hacia algo parecido a la cordura: Carles Puigdemont ha depurado el Govern de tibios y se ha rodeado de mediocres iluminados.

Pero el sistema no es aún tan débil como parece en estos días. Le han surgido otras fisuras. Está la de Podemos, que ha entrado en la conjura separatista a través de la conspiración de Jaume Roures, y que tiene instintos similares a los de la CUP, aunque sin una Patria que defender, porque odian a España. Y también al frente del PSOE se ha situado un secretario general, Pedro Sánchez, con poca armazón intelectual, y que no se mueve en los consensos básicos. Apuntas que el PP no puede gobernar «sin el apoyo mínimo del PNV o del PSOE«. El PSOE o es condescendiente ante la tempestad o se romperá, porque el PSC no va a permitir ninguna fisura, pues están sobre el terreno y conocen a la gente que tienen enfrente, con sus irrefrenables tendencias totalitarias, y tampoco el PSOE andaluz, que con Susana Díaz queda como garante del régimen del 78 y de la unidad de España.

No son lo mismo, como es obvio, pero ahora aparecen entremezclados. España no es el régimen del 78, que es un simple accidente histórico.

El Gobierno actuará. Tarde y mal, pero actuará. No lo hará por España, ni por su unidad, ni por los derechos de los ciudadanos, sino por interés, por su propio interés. Es obvio que tras Cataluña empezaría el acoso a Valencia y Baleares; iría detrás Vascongadas, que extendería el conflicto a Navarra. Un panorama terroríficamente balcánico. Pero es que lo que se ha puesto en marcha por los sediciosos es el fin del régimen, de la monarquía, de la Constitución del consenso; el fin de ese inmenso negocio que ha convertido la profesión de político en una de las más numerosas y de las más rentables de España. Están poniendo en riesgo los intereses, que es lo que importa, y el Gobierno actuará, tarde y mal, de manera torpe y despiadada. Por eso Rajoy casi nunca habla de España, sino de la Constitución, la Ley y la democracia. Traducir por intereses creados.

No lo hará por España. Enternecedor como esta vieja nación tras cuarenta años de desnacionalización de los españoles, de diabolización sistemática del patriotismo, ha despedido a sus policías y a sus guardias civiles como héroes, para que el Gobierno, de inmediato, recrimine vergonzante los efluvios de pasión patriótica. No se trata, ni se va a tratar de patriotismo, sino de intereses puros y duros. Y se encarcelará a Carles Puigdemont y a su Gobierno, se cerrará el Parlament y se aplicará el artículo 155, del que tanto se ha renegado. Se recuperarán las competencias de educación y orden público y se llevará la Legión y la División Acorazada Brunete, si es preciso. Y se ilegalizará a la CUP y a los partidos separatistas, si es conveniente. Todo tarde y mal, porque están en juego los intereses de toda una casta parasitaria, forjada a imagen y semejanza de la monarquía borbónica, vitalicia, hereditaria y corrupta. Y está en juego la misma monarquía que sustenta al régimen.

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Y ese proceso de tardía fortaleza será aplaudido y apoyado internacionalmente, porque nadie en Europa tiene interés en que se cuestionen las fronteras, como bien ha dicho Manuel Valls. Europa, Bruselas, no puede permitirse que se abran frentes en Valonia, la Padania, que se legitime el destructivo derecho de autodeterminación y, mucho menos, que España se convierta en un Estado fallido, como si fuera Libia. Porque la Ley de Transitoriedad echa abajo la Constitución española y un Gobierno tiene que defender su Constitución. Es lo mínimo. Sin eso no te reciben en ningún lado, ni te sientas en ninguna mesa entre los poderosos.

Los ciudadanos -incluidos los separatistas subvencionados- son los peones de este juego cínico y desquiciado; cobayas de una ingeniería social amorfa. Están siendo llevados a un abismo en el que no tienen nada que ganar y mucho que perder. «La situación en Cataluña es muy grave«, vuelvo a la obviedad del principio. Y va a empeorar. Hasta ahora la sociedad catalana tenía un difícil equilibrio, en el que cada uno procuraba buscarse un medio ambiente afín de amigos y no hablar demasiado de política en público. Y, mal que bien, funcionaba. Había restaurantes y bares separatistas y restaurantes y bares, españolistas. Estos tenues lazos, esos puentes tambaleantes se romperán y caerán hechos pedazos el 1-O, una fecha maldita cuyos efectos perversos debían haberse evitado con fortaleza preventiva. El sistema bien puede reforzarse por el conflicto. En el pasado, cuando las élites estaban en un atolladero llevan a la gente, con fanfarrias y claros clarines, a las trincheras.

Así que, querido amigo, español en la querida Cataluña donde pasé mi infancia, templar el ánimo en estos tiempos duros; rezar mucho a pesar de la Conferencia Episcopal. Dios quiera que no se desate la tragedia y que la no violencia sea algo más que una estrategia. El tiempo de la regeneración de España se avizora en el horizonte lejano. Rambla Libre ha nacido para recorrer esa senda liberadora. Ahora es la hora de los intereses creados. El Gobierno actuará por la cuenta que le trae.

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