Enrique de Diego.
Dicen que en las empresas familiares, la tercera generación es la peligrosa. La cuarta, que es la tuya, es letal. Abc es hoy un dinosaurio que agoniza, sin pena ni gloria, sin fuste ni energía. Con un director mediocre, Bieito Rubido, que habla siempre del mérito del que él carece y un jefe de opinión, Jaime González, que es un bocachanclas sin idea de nada, que anda por ahí cobrando de empresas, con su voz a sueldo, como un vulgar lacayo.
Eres la vicepresidenta de Vocento, un cementerio de dinosaurios que marchan renqueantes hacia su extinción. No eres nada, Cata. Un florero marchito. Una bruja patética que se desvanece en la tarde pragmática y dulzona.
Según las películas, algunos multimillonarios norteamericanos colocan a sus hijos en los puestos más bajos de sus empresas para que aprendan, conozcan y valoren. Según tu biografía, tú trabajaste en la redacción de Abc. Es un chiste malo. Nunca diste un palo al agua. Si hubieras trabajado, habría algo, por mínimo que fuera, firmado con tu nombre. Y no lo hay. Tú te dedicaste a liar y a ligar, con quien te ponían a tiro, y a comer palomitas y a salir de noche con la pandilla canina y los alcohólicos anónimos, los mismos que te la jugaron yéndose a poner en marcha La Razón para hundirte. Pobre, Cata.
Antonio García Trevijano se refería a Juan Carlos de Borbón –ejecutor de su hermano, traidor a su padre, ultracorrupto, desleal con todos, vendepatrias- como Su Bajeza y tú tienes un título de nobleza con grandeza de España concedido por Juan Carlos de Borbón; título que vale menos que un rollo de papel higiénico. Es un título con bajeza de España.
Perteneces a un mundo que declina. En septiembre, Abc ha vendido la ridícula cifra de 62.000 ejemplares. Cuando yo fui delegado de Abc en Alicante se vendían 11.000 ejemplares en esa provincia. Cuando tú me despediste, respaldando el mobbing de tu adorado galán Joaquín Vila, Abc ganaba cien millones de pesetas anuales. A ti ni te importaron mis circunstancias, ni mi trabajo, ni tan siquiera tu empresa, tomando las decisiones con tus partes pudendas. Ni el daño que hacías, niña sosa mimada, ni el que te hacías, pringada. Pero tú no eres uno de esos hijos de millonarios norteamericanos a los que emplean desde abajo, tú has sido una pija consentida, sin oficio ni beneficio, incapaz de hacer fructificar tu herencia.
Eres capaz de decir patochadas, que deben escribirte, como que “si la recuperación depende de la confianza, no es de extrañar que Luis de Guindos esté al frente de la política económica”.
Eres, Cata, el fin de una saga decadente.
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