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Ni la intentona golpista ni su fracaso hacen menos perverso al autócrata Erdogan

Redacción




Recep Tayyip Erdogan, dirigiéndose a sus seguidores. /Foto: huffingtonpost.es.
Recep Tayyip Erdogan, dirigiéndose a sus seguidores. /Foto: huffingtonpost.es.

Enrique de Diego

El psiquiatra y cineasta turco Mustafa Altioklar habló en televisión sobre el desorden mental de Recep Tayyip Erdogan. Le diagnosticó un complejo narcisista. Ha sido llevado ante la Justicia y puede terminar en la cárcel: 68 personas han ingresado en prisión por “difamación” al presidente.

Una Ley prohíbe insultar a Erdogan, se han presentado 1.800 denuncias por la Fiscalía. Dos menores, escolares, se enfrentan a penas de prisión por haber arrancado un cartel electoral de Erdogan. El 31 de mayo, miss Turquía 2006 fue condenada a 1 año de prisión por el delito de haber compartido en twitter una broma sobre el presidente. Rifel Cetin, que pintó a Erdogan como Gollum, el personaje de “El señor de los anillos” tuvo una condena de 1 año de cárcel.

Esta obsesión, narcisista y autocrática, de Erdogan ha sido exportada, ha traspasado las fronteras de Turquía, concretamente a Alemania, donde, con la sumisión de Ángela Merkel, ha presentado querella contra el cómico Jan Böhmerman, que el 17 de marzo, en la tv pública alemana ZDF, le explicó que en una democracia se le podía llamar “follacabras”. Por supuesto, Erdogan considera que eso no es una democracia, que la libertad de expresión es sediciosa. También presentó querella contra el jefe del grupo editorial Springe, Mathias Döpfner, que apoyó al cómico.

Las multas a periodistas, las querellas por difamación a Erdogan están a la orden del día, también el cierre de los medios críticos. El 30 de octubre de 2015, en plenas vísperas de elecciones, la Justicia turca, sumisa a Erdogan, se prestó a decretar el cierre del holding Koza Ipek Holding: se intervino los periódicos Bugün y Millet y dejaron de emitir las televisiones Bugün TV y Kanalturk.

Como Adolf Hitler…

A pesar de esta obsesión persecutoria contra la libertad de expresión, Erdogan ha sido elegido democráticamente. También lo fueron Adolf Hitler y el partido nazi en 1933. Erdogan quiere modificar la Constitución para dotarse de amplios poderes y convertir su autocracia de facto en una autocracia de derecho. Su partido Justicia y Desarrollo (AKP) es notoriamente confesional. Las minorías son perseguidas de diversas formas: cristianos y chíies han de estudiar obligatoriamente sunismo en las escuelas. Los seminarios ortodoxos han sido cerrados. El AKP no ha escondido nunca su simpatía por los integristas. En las últimas elecciones, en las que recibió el apoyo de Ángela Merkel, ante el estupor de las corrientes laicas, que emitieron un manifiesto de 200 intelectuales indicando que Erdogan significa todo lo contrario a los valores de la Unión Europea, uno de los ministros de Erdogan proclamó su simpatía por Al Qaeda. En esas elecciones, fueron constantes las amenazas de que se iban a ajustas las cuentas con la oposición.

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Apoyando a Daesh

Hasta hace un año, en mezquitas de los alrededores de Estambul tenían lugar plegarias colectivas integristas, con el beneplácito de Erdogan y su Gobierno. Turquía ha aportado continuamente armamento al Daesh. Dos periodistas que mostraron pruebas, han sido condenados a dos años de cárcel. Las ofensivas contra Kobane y los refuerzos a los integristas de Alepo siempre han provenido de más allá de la frontera de Turquía. Los refuerzos de yihadistas provenientes de medio mundo, y concretamente de las naciones europeas, han entrado en Siria y en Irak a través de Turquía.

Erdogan aprovechó un incidente fronterizo con el Daesh, en el que murió un sargento turco, para bombardear…a los kurdos del Partido de la Unión Democrática (PYD) y de las Unidades de Protección Popular, precisamente los enemigos más eficaces del Daesh. En el mes de febrero, Erdogan afirmó que “no dejaremos de bombardear a los kurdos sirios. Nos dicen que dejemos de bombardearlos. Lo sentimos, pero no vamos a hacerlo”. Respondía así a las concentraciones ante embajadas de Turquía por kurdos que denunciaba que “el Estado turco está masacrando al pueblo kurdo ante los ojos del mundo entero”.

Bibal, el hijo de Erdogan, lucrándose con el petróleo de Daesh

Rusia ha acusado a la familia Erdogan de estarse lucrando del negocio del crudo de Daesh. Apunta al hijo del presidente, Bilal, como quien tendría el monopolio de ese lucrativo tráfico. Bilal tiene empresas de transporte naval y buques cisterna en Beirut y Ceyhan (Turquía) para recoger el petróleo de los terroristas. Se han publicado fotos de Bilal en reuniones con dirigentes del Daesh. La hija, Sumeyye, regenta un hospital cerca de la frontera con Siria en la que son atendidos los heridos de Daesh.

Esta corriente de apoyo y simpatía, no ha impedido que Daesh atente en Turquía. Aunque al principio, fue sólo contra adversarios de Erdogan, como los 40 jóvenes activistas kurdos muertos en atentado suicida en una población fronteriza cercana a Kobane. O los 102 muertos, el año pasado, de una marcha por la paz convocada por sindicatos y formaciones izquierdistas y de la oposición en Ankara; el atentado más mortífero hasta ahora. El pasado 29 de junio, tres integristas suicidas –en el fanatismo no hay límite en los grados y sí competencia- mataron a 41 personas en el aeropuerto Kemal Ataturk de Estambul.

Recep Tayyip Erdogan no es un demócrata aunque se aproveche de los formalismos democráticos –como hizo Hitler– . Ni la intentona ni su fracaso lo van a cambiar, ni lo van a hacer bueno; por el contrario, ha anunciado una represión a la medida de su narcisismo y de su corrupción moral. A la postre, los militares sublevados llevaban razón en su comunicado: el Estado de Derecho democrático y secular ha sido erosionado por el actual gobierno de Recep Tayyip Erdogan, que no respeta los derechos humanos. Abogaban garantizar la libertad de los ciudadanos sin importar su religión, raza o lengua.