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Quemala Harris se queda sin apoyos de famosos porque todos asistían a las fiestas de Diddy

Redacción




Virginia Montes.

Para Quemala Harris y partido demócrata las cnsecuencias del escádalo de Diddy Combsestán siendo devastadoras. El partido demócrata ha basado la campaña de Quemala Harris en el apoyo de los famosos. El propio Diddy es un demócrata convencido, pero la lista de implicados, que han decidido adoptar un perfil bajo coincide con las celebritys que apoyan al partido demócrata y ahora se ven envueltos en una oscura trama de pedofilia. Uno de los denunciantes tiene 9 años.

De las fiestas de Diddy hay toneladas de fotografías. Su fiesta blanca en su mansión de los Hamptons fue el fiestón anual de los famosos durante años. Leonardo DiCaprio, París Hilton, Will Smiths,, Diana Ross… todos fueron a los saraos de Diddy (antes Puff Daddy, Sean John Combs oficialmente) y casi todos fueron fotografiados allí. Ahora, con su anfitrión en prisión acusado cada vez de más delitos graves, sobre todo sexuales, docenas de superestrellas de Hollywood han optado por el perfil bajo.

Hasta hace poco, gente como Ashton Kutcher bromeaba en televisión sobre lo que se hacía en aquellas fiestas… sin decir realmente nada porque a esta hora hay niños frente a la pantalla. Ese era el chiste. En un episodio de Keeping Up With The Kardashians se comenta (lo comenta una Kardashian, claro) que esas fiestas estaban «llenas de gente desnuda».

En las fiestas blancas eso ocurría cuando los niños, que sí estaban invitados a la parte diurna del evento, eran enviados de vuelta a sus casas. Se quedaban en la mansión del rapero, bebiendo y drogándose, los adultos y, según infinidad de testimonios, también trabajadores y trabajadoras sexuales contratados para alegrar el ambiente. Léase esto último como una licencia irónica, no como un eufemismo.

La historia de las fiestas de Diddy hace tiempo que dejó atrás los eufemismos. Ahora es un relato de pruebas judiciales, testimonios bajo juramento y crímenes serios. Freak offs es el nombre-eufemismo de otras fiestas de Diddy. Podríamos traducirlo por «locurones» y se desarrollaban a veces tras las fiestas normales («normales») pero sobre todo aparte, generalmente en hoteles de lujo.

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A los elementos habituales (alcohol, drogas, trabajadores sexuales, presuntamente estrellas) se añadía una capa de performance y coreografía sexual en la que, nuevamente, Sean John Combs era el maestro de ceremonias. Él decía y otros (le) hacían. Aquello podía durar días. Después, algunos invitados («invitados») necesitaban suero intravenoso para recuperarse.

Algunas de las muchas agresiones sexuales de las que Diddy ha sido acusado tuvieron lugar en ese entorno, pero no todas. El chorreo de denuncias, a las que hace unos días se sumó la de un abogado texano que representa a 120 acusantes, ha desbordado el interés mediático del caso. Y ha puesto en evidencia lo que ya sabíamos: patrimonios como el de Diddy, de cientos de millones de dólares, funcionan como escudo, como armadura y como salvoconducto para todo tipo de desmadres. Lo vimos con Weinstein y con Epstein. Pero de eso no había tantas fotos. Ni figuras tan mediáticas como Jennifer López, ex pareja de Diddy, o Beyoncé. El milló de seguidores que ha perdido en redes sociales en cuestión de días se atribuye a su relación con Combs.

El asunto es tan excesivo que corremos el riesgo de convertirlo en un espectáculo abstracto y con tan poca conexión con la realidad (y con la ley) como la que siempre ha demostrado su protagonista, que ya en 2001 fue absuelto de liarse a tiros en una discoteca neoyorquina, un incidente («incidente») que provocó tres heridos. Diddy alegó autodefensa.

No fue aquel su primer encontronazo con la justicia. Tampoco el único del que sería, de alguna manera, perdonado. En 2023 se publicó un vídeo en el que se veía a Diddy atacando a su entonces novia Cassie Ventura. Las imágenes, captadas por las cámaras de seguridad de un hotel de Los Ángeles (pues todo ocurrió en uno de sus pasillos), correspondían a marzo de 2016. Tras su difusión, Combs colgó una vídeo disculpa en Instagram. No hizo falta mucho más, pues los hechos habían prescrito. Las acusaciones de violación de Ventura, en cambio, siguieron un camino distinto y, como suele ocurrir en esos casos, se cerraron con un acuerdo extrajudicial en noviembre del año pasado.

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Ella contó que él la drogaba y la obligaba a mantener relaciones sexuales con hombres (profesionales). Según Ventura, aquello era grabado en vídeo, un comportamiento de Combs que no es exclusivo de esta acusación concreta. Se sospecha que varias de esas grabaciones están circulando o a la venta. Y, como en todo aquí, se manejan cifras mareantes y nombres muy conocidos. Se habla de una celebridad «de perfil tan alto como el de Diddy» presente en una grabación a la venta y se insinúa que Justin Bieber podría ser una de las víctimas, filmadas o no.

La historia es demencial y podría estar ya fuera de control. Corre el riesgo de quedar reducida a un tipo encarcelado (Diddy está en prisión sin fianza) y un montón de chismes entre la leyenda urbana y la conspiranoia loca. Sí están confirmadas chifladuras como el gigantesco arsenal de aceite corporal y lubricante sexual que Diddy mantenía en sus casas y cosas más serias como los muchos procesos activos contra él (uno gubernamental y muchos más de acusaciones particulares), el miedo entre los ricos y poderosos a que se publiquen más vídeos y la realidad incontestable de que Sean John Combs lleva liándola desde hace muchísimo y, hasta ahora, todo le había salido bien. «Todos lo sabían» es, de nuevo, el penoso mantra repetido por doquier. Ahora toca demostrarlo todo en un juicio. En muchos juicios. Tenemos historia para rato.